(este trabajo es una adaptación del TP Biografía de lector)
Los objetivos de este trabajo práctico son:
1) Que el docente pueda hacer una reconocimiento de las competencias de escritura de cada estudiante.
2) Conocer a los estudiantes y su universo de lectura.
Consignas:
1) Leé el texto de Pablo Ramos “Descubrimientos a la hora de la siesta” donde relata su historia con la lectura (copiado abajo).
2) Repasá tu propia historia con la lectura. ¿Cuál es el primer libro que recordás haber leído o que te hayan leído? ¿Qué tipo de lecturas hiciste y hacés? ¿Te considerás un lector? ¿Te leían cuentos de chico? ¿Quién? ¿Cuándo empezaste a leer solo? ¿Qué tipo de lecturas hacías? ¿Se modificaron esos hábitos? ¿Cuándo, cómo, por qué? ¿Tenés rutinas de lectura? ¿Cuáles son tus autores preferidos? ¿Te encontraste alguna vez con alguno de ellos? ¿Cómo elegís lo que leés: alguien te lo recomienda, buscás por tema, por autor? ¿Lees en pantalla y en impreso o preferís un tipo de soporte? ¿Hubo algún libro que “te convirtió en lector”? ¿Tenés alguna experiencia que, por buena o por traumática, te haya marcado en tu historia con la lectura?
3) A partir de las respuestas a estos interrogantes y muchos otros que puedan surgirte, elegí un recuerdo y, a partir de esa escena, organizá una narración en la que des cuenta de tu biografía de lector. También podés incluir otros datos biográficos para enriquecer el relato, aquellos que consideres que son interesantes. Una pista: el texto de Pablo Ramos puede ayudarte a pensar el tuyo propio.
Fecha de entrega: martes 16 de abril en un posteo en el grupo de facebooK (https://www.facebook.com/groups/1992983531009379/) y, además, como archivo adjunto de word al correo de la profesora (ceciliareviglio@hotmail.com).
Importante: Antes de enviar el TP por correo, revisá las instrucciones para empezar a cursar.
Descubrimientos a la hora de la siesta
por Pablo Ramos
Empecé a leer de verdad a los 14 años. Yo trabajaba en la iglesia del barrio, como monaguillo y atendiendo la secretaría parroquial que funcionaba ocho horas por día, cortadas por la comida y la siesta. Fue durante esas horas de siesta, en las cuales yo me aburría como un hongo, que tomé contacto con mi primera novela, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. La elección había sido ni más ni menos que producto de una manera particular de respeto por la biblioteca del cura (biblioteca que no tenía ni un libro religioso): “Si vas a leer que sea ordenadamente”, me advirtió. Lo devoré en sólo dos siestas. Lo guardé en su lugar y tomé el segundo. Bajo el volcán de Malcom Lowry, lo que se dice un verdadero salto. ¿Qué me iba a imaginar que se escondía bajo un título tan prometedor? Me hubiera jugado el brazo derecho a que era de piratas en una isla a punto de estallar. Tesoros, explosiones volcánicas, espadas, cañonazos y un héroe que salía de todas gracias a su valentía, su cerebro y su buena suerte. Pero no, me encontré con las páginas enloquecidas de un borracho descomunal. Creo que no lo entendí del todo, al menos en las múltiples significaciones y planos que le veo hoy cada vez que lo releo. Pero el libro me cautivó igual o más que el anterior. Página a página seguí la aventura de este héroe diferente, excéntrico, enloquecido, que buscaba sentirse vivo y para eso no se le ocurría otra cosa que matarse a los botellazos limpios. Fueron nueve siestas de lectura exaltada.
Le siguieron El astillero y Los adioses, de Juan Carlos Onetti, Los cantos de Maldoror del Conde Lautremont, Lolita de Vladimir Nabokov, El hacedor, de Jorge Luis Borges, Los siete locos y Los lanzallamas de Roberto Arlt y muchos más. No sé si en ese orden, pero en un orden muy parecido. La biblioteca era de la mejor literatura del mundo. en la otra punta de la parroquia, en un estudio privado que no se usaba casi nunca. Hasta que un día el cura me sorprendió con un libro de Henry Miller (uno de sus Sexus, no me acuerdo cuál, pero que a decir verdad, me aburría bastante) me lo sacó y me dijo: “Esta biblioteca está prohibida”. Me dio Confesiones, de San Agustín: uno de los libros que más he releído en mi vida. El cura se cuidó, de ahí en más, de cerrar el estudio con llave, pero el demonio estaba desatado.
Pasaron los años y lo único que no dejé de hacer es leer. Leo todo lo que me atrapa y los libros me acompañan en cada momento de mi vida. En cana leí El que tiene sed, de Abelardo Castillo, y un cuento de Liliana Heker Don Juan de la casa blanca. Los dos lados del infierno tan temido. Tras tantas lecturas el mejor comienzo sigue siendo el del Evangelio de San Juan: “En el princio, el Verbo era”.
Publicado en Revista Ñ. Sábado 22 de Abril de 2006