Cómo se siente empezar la universidad en Rosario: experiencias y desafíos del primer año
Comenzar la universidad en Rosario implica adaptarse a nuevos ritmos, desafíos económicos y un mundo nuevo por descubrir.
Por Yazmín Estevez
Cada marzo, con el inicio del ciclo lectivo universitario, miles de jóvenes llegan a Rosario para comenzar una nueva etapa: la vida universitaria. Hay quienes nacieron en esta ciudad y aun así se sienten extraños. Hay quienes viajan cada día desde los alrededores, con cansancio y el reloj corriendo en contra. Otros se mudan por primera vez. Todos distintos, pero atravesando lo mismo. Empezar la facultad implica más que simplemente asistir a clases. Es reorganizar rutinas, conocer personas y enfrentarse a nuevas maneras de estudiar y organizar el tiempo. Llegó la hora de asumir responsabilidades que no siempre son fáciles de gestionar. Esta etapa, aunque emocionante, suele estar marcada por la incertidumbre, el cansancio y la necesidad de no sentirse ajeno a la facultad, de encontrar un propio lugar.
Las emociones del primer año suelen mezclarse: entusiasmo por lo que empieza, nostalgia por lo que se dejó atrás, miedo a no estar a la altura. La pregunta “¿elegí bien?” aparece en los silencios del aula, en el apuro por copiar apuntes, en la soledad de los primeros almuerzos. Cambian los tiempos, los espacios y hasta el modo en que se entra a clase. Ya no hay timbre ni preceptor que recuerde la asistencia: en la universidad, la puerta siempre está entreabierta y la responsabilidad es distinta.
La transición desde la secundaria no es solo académica. Para muchos, implica dejar atrás vínculos, rutinas, espacios familiares. “Extraño a mis amigas, los recreos y a mi profesora de lengua. Acá todo es nuevo, me cuesta moverme por la ciudad”, dice Micaela, que terminó la escuela en 2024 y comenzó este año Diseño Gráfico. Esa nostalgia no impide, sin embargo, que aparezcan también momentos luminosos: la primera vez que se entiende un tema complejo, una charla en la escalera con un compañero nuevo, un café compartido antes de rendir. “Extraño ver todos los días a mis amigos. Acá es todo más incierto”, dice Tomás, que empezó Música este año. Viene desde Carcarañá y cursa en la sede de la Siberia. “Pero también pasa que conocés gente con intereses parecidos a los tuyos. En la primera semana ya armamos un grupo donde todos sabemos tocar la guitarra”, agrega, como para compensar.
La economía no queda fuera de esta experiencia. Aunque en las facultades suelen ofrecer opciones más económicas, tanto en la comida como en las fotocopias, no siempre alcanza. Un café, un sánguche en el buffet, la tarjeta SUBE que se vacía más rápido de lo esperado: todo suma en una rutina que, más allá del entusiasmo, también exige organización y recursos. Algunos combinan materias para venir menos días, otros se arman viandas o estudian en bibliotecas para no gastar en traslados. Viajar desde otras localidades implica largas horas en colectivos interurbanos, con poco margen para estudiar o descansar. Muchos estudiantes mencionan que, por falta de dinero o de tiempo, comen mal o saltean comidas. Además, la cantidad de materiales de estudio, supone un gasto que no siempre se puede cubrir fácilmente. La universidad es pública, sí. Pero vivirla también tiene su costo.
A la par del caos inicial, aparecen también momentos que quedarán como los primeros recuerdos universitarios: la profesora que da una clase que enamora, el compañero que presta el apunte sin conocerte, la charla que empieza en un pasillo y se alarga hasta la salida. Esos detalles, muchas veces mínimos, son los que van tejiendo la pertenencia. Algo se transforma cuando los estudiantes empiezan a sentirse parte. Cuando dejan de hablar de “la facultad” y empiezan a llamarla “mi facultad”. Aunque los días pesen, aunque la cursada se vuelva intensa, hay algo en esa rutina nueva que empuja a seguir. Porque más allá del cansancio, la ansiedad del primer parcial o el bolsillo ajustado, hay deseo. Deseo de aprender, de encontrar un camino, de ser parte de algo.
El primer año en la universidad de Rosario marca el comienzo de un viaje lleno de incertidumbre y descubrimientos. Los estudiantes van tejiendo su lugar, donde la nostalgia se entrelaza con la promesa de lo nuevo. Más allá de los miedos y las dudas, la universidad se convierte en un espacio de pertenencia, donde no solo se aprenden lecciones académicas, sino también sobre la amistad, la resiliencia y uno mismo. En ese recorrido, lo realmente importante no es solo estudiar, sino crecer y hallar lugar en un mundo que se siente tan vasto y, a la vez, tan pequeño. Y en ese proceso de transformación, cada paso tiene un propósito