Regalo textual Nº 17: una argumentación, un juego

Esta semana, llevamos como regalo una argumentación preciosa de la gran María Elena Walsh, sí, esa que nos hizo conocer la historia del perro salchicha y de la vaca estudiosa cuando éramos chicos, pero también nos hizo morir de risa y de sorpresa con los juegos de lenguaje en el reino del revés o en Don Enrique del Meñique…

Ademàs de ponerle la banda de sonido a nuestra primera infancia y de escribir maravillas como Dailan Kifki, escribió novelas para adultos y tambión ejerció en periodismo. Ejemplo de esta última tarea, es la hermosa argumentación que publicó en 1996 en La Nación en defensa de nuestra letra Ñ.

Ojalá la disfruten tanto como yo.

«La eñe también es gente», de María Elena Walsh

La culpa es de los gnomos, que nunca quisieron aclimatarse como ñomos.
Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe.
¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la EÑE!
Ya nos han birlado los signos de apertura de admiración e interrogación. Ya nos redujeron hasta el apócope. Ya
nos han traducido el pochoclo. Y como éramos pocos la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la
ene, con su gracioso peluquín.
¿Quieren decirme qué haremos con nuestros sueños? Entre la fauna en peligro de extinción, ¿figuran los ñandúes y
los ñacurutuses? En los pagos de Añatuya, ¿cómo cantarán la eterna chacarera Añoranzas? ¿A qué pobre barrigón
fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de Ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio?
¿Y cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní?
“La ortografía también es gente”, escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discriminaciones.
Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules como la W o la K. Otros, pobres morochos de
Hispanoamérica, como esta letrita de segunda la eñe jamás considerada por los monóculos británicos, que está en
peligro de pasar al bando de los desocupados, después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui.
A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, sólo porque la ñ da un poco
más de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta. Una letra española es un defecto más de
los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también por pereza y comodidad. Nada de hondureños,
salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos!
Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño pero con menos ñoño
de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido
porque así nos canta.
No faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir como nuestro inolvidable César Bruto, compinche del
maestro Oski. Ninio, suenios, otonio. Fantasía inexplicable que ya fue y que preferimos no reanudar, salvo que la
Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania.
La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software. Luchemos por
no añadir más leña a la hoguera donde se debate nuestro discriminado signo. Letra es sinónimo de carácter.
¡Avisémoslo al mundo por Internet! La Ñ también es gente.

 

Para los curiosos, agrego algo de contexto:

Este texto de María Elena Walsh fue originalmente publicado en el diario «La Nación» en 1996 y fue escrito en el marco del conflicto cultural que protagonizó la Comunidad Económica Europea (CEE), cuando impulsó de forma imprudente el proyecto de algunos fabricantes de computadoras, que pretendían comercializar teclados sin la letra «ñ». La Real Academia Española (RAE) proclamó en un informe (1991) que esto representaría «un atentado grave contra la lengua oficial». Finalmente, el gobierno español respondió en 1993 con una ley proteccionista de la lengua, acogiéndose al Tratado de Maastricht.

A través de este texto se aborda, con humor, el tema de la identidad de la lengua. La letra «ñ», que representa el fonema nasal palatal sonoro, no existía en el griego ni en el latín, origen de las lenguas romances actuales. Solo existía la «n», que a comienzos de la Edad Media se reforzó con otros signos, especialmente las letras «i», «y», «g», e incluso la «n» duplicada (“nn”). Al aparecer, en las lenguas romances vulgares, la duplicidad se empezó a transcribir con un guión encima, que indicaba que se repetía la letra. Este rasgo caracterizó al español frente a otras lenguas, siendo la «ñ» una letra representativa del mismo. La RAE la añadió al alfabeto en la segunda edición de su Ortografía (1754), y se considera la decimoséptima letra del abecedario.

(tomado de https://udlerlorena.wordpress.com/2013/02/10/la-ene-tambien-es-gente-de-maria-elena-walsh/)