Eugenia Almeida
Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos. Córdoba: DocumentA/Escénicas. 2019
Movimiento
Gastar el lenguaje. Frotarlo. Hacer que pierda su primera capa por efecto del desgaste.
Hacer que abandone la correspondencia inmediata. La previsible. La que busca la ingenuidad de nombra las cosas en base a la referencia a la analogía. Buscar una palabra, una sola. Repetirla en voz alta hasta que sea solo un sonido vacío de significado. Seguir un poco más. Soportar esa zozobra frente al sinsentido, la evidencia de que nuestro idioma es solo un trato, una convención, algo que puede volver a reformularse.
Soportar ese vacío y esperar que llegue un sentido nuevo, algo que sí está en las letras, algo que funciona como una revelación, un refugio, una descarga. Un sentido que videncia el sinsentido con el que nos movemos cada día y, con ese movimiento, propone la trastienda de a lenguaje, lo que sucede atrás, el mecanismo secreto que permite el efecto.
Gastar, entonces, todo aquello que apunte a lo familiar, Desarmarlo, ver de qué está hecho, poner esos fragmentos sobre la mesa y soportar un tiempo de vacío.
Sólo cuando se ha atravesado eso, la escritura puede decir algo propio.
Pp. 64/65
Umbral
Escribir es abandonarse al territorio de las fronteras. Habitar los umbrales: los espacios por los que los demás sólo pasan, lo que consideran invisible, diminuto, insignificante.
Escribir implica detenerse en esa zona turbia de lo no definido. Es incómodo, es revelador y es definitivo: deja en el cuerpo la marca de haber permanecido allí donde sólo deberíamos haber seguido caminando.
Escribir implica otra cosa. Una soledad poblada de imágenes que nunca llegarán a traducirse. Algo que va creciendo en silencio hasta que brota, completo, extrañamente completo.
La mirada de quien vive en un pliegue nunca puede ser la del mundo.
Pero, a la vez, si uno se concede el riesgo de vivir ahí, quizás pueda traer algo a la luz. Algo que los demás sabían y habían olvidado. Algo que les devuelva una intimidad que habían postergado.
El que escribe es el que recuerda, en nombre de todos. Por eso no siempre es amado.
Pp. 96/97