En el medio de las cosas
Por Victoria De Masi
El 27 de agosto de 1950, en un cuarto de hotel de Turín, el poeta Cesare Pavese escribió: “Palabras no. Un gesto. No escribiré más”. Después tomó una cantidad suficiente de somníferos para matarse. Es un gran final.
“Un hombre llamado Berg, que cambió su nombre por Greb, llegó a una ciudad costera con la intención de matar a su padre…”. Así empieza Berg, la primera novela de Anne Quin, publicada en 1964. Es un gran arranque.
Algo pasó antes de un acontecimiento.
Algo pasa después de un acontecimiento.
Pero, ¿qué pasa en el medio?
El “arco narrativo” del gatillador y la novia
Fernando André Sabag Montiel, 35 años, nacido en San Pablo, hijo de una mujer que murió hace cinco años y de un padre con quien no tiene contacto, gatilló una Bersa a centímetros de la cabeza de Cristina. Su pareja, Brenda Elizabeth Uliarte, 23 años, se tomó una foto con un arma que sería la misma que portaba Sabag Montiel el jueves a la noche, día del ataque. A él lo detuvieron de inmediato. A ella, el domingo, después de afirmar en el noticiero de Telefe que no había estado ahí, que nunca vio una pistola, que de las balas encontradas en el monoambiente que compartía con el agresor no tenía idea.
En esta entrega de Gracias por venir me referí a los finales. Y en ésta a los principios de los textos. Hoy me interesa el caos, la maraña, el nudo. Toda la parrafada que está entre el principio y el final de una nota. Trama, para la literatura; “entramado” para el periodismo escrito. Eso que está en medio de una cosa y la otra, como en la vida: ¿Qué le pasó a Sabag Montiel que lo llevó a (casi) cometer un atentado contra la vicepresidenta durante una transmisión en vivo? ¿Qué le pasó a Brenda para acompañarlo en el ataque? A casi una semana del intento de magnicidio solo hay conjeturas.
El puntapié lo dio Federico Fahsbender con un perfil sobre el agresor publicado apenas unas horas después en Infobae. Fue la punta del ovillo del que tiramos todos. Luego un memorioso apuntó en redes sociales que Sabag Montiel había aparecido dos veces en Crónica TV y de ahí también nos alimentamos. Para el viernes, había cartas natales y análisis sesudos sobre los tatuajes. Y por WhatsApp, donde todavía nos permitimos la incorrección política, circulaban materiales de todo tipo: capturas de Instagram, posteos en Facebook, videos triple x, videos fake, videos reales. Era una cantidad enorme de información, toda desordenada, incluso de dudosa calidad.
Mientras intentábamos desandar el camino que habría emprendido Sabag Montiel, Brenda aparecía en el noticiero de Telefe con la cabeza metida en un gorro de lana y envuelta en un tapado simil piel. De víctima de la situación a cómplice de su pareja, el gatillador, Brenda pasó a ser un personaje central cuando la detuvieron. Ayer habló Leonardo Uliarte, su padre. Fue en Crónica de una tarde anunciada, el programa de Radio Rivadavia que conduce por Nelson Castro y fue, a mi entender, la entrevista del día. “Cuéntenos de su hija”, invitó Castro y el padre dijo que se está enterando de todo por la tele.
“Cinco personas atrás de ella, le habían puesto un saco ridículo, re viejo, sabiendo que tiene un padre que puede comprarle lo que quiere. Estaba en esa zona, con esa gente… Yo no los conozco, si hubiera sabido habría actuado diferente”, dijo el padre en referencia a la aparición de su hija el viernes, en Telefe. De acuerdo a su testimonio, hacía tiempo que no tenía contacto con ella. Al hombre se lo oía roto. Hacía el final de la nota, Uliarte dijo: “Cristina es como mi segunda madre”.
Los contrapuntos, los “pero” de una historia, conforman la trama del periodismo escrito. Digo, el salto. Digo lo que no encaja en la historia. Digo: lo que todavía no entendemos. Ahí es donde anida el para qué de nuestro trabajo. Es demasiado temprano para entender, pero el periodismo de ahora no tiene tiempo. Si un viejo lema del periodismo dice que “no hay que estar donde está la pelota sino donde va a estar”, la pelota ya cayó y encima lejos y además no para de rodar. Si Infobae contó primero la historia íntima del agresor, Clarín dio primero las fotos de Sabag Montiel y de Brenda posando al celu con un arma. Todo el hacer periodístico va ligero, se pisa, compite contra sí mismo. Aviso, como si a alguien le importara, que el domingo amanecí rendida: no quise más.
¿Cuál es la vida útil del periodista que se desarma sobre el teclado para montar un texto coherente, entretenido y con datos en un mercado informativo más volátil que el aire? Los y las periodistas criados en el papel vimos cómo el oficio se complejizó en los últimos quince años, al punto de perder la referencia vital de espacio-tiempo. Dar con la trama lleva espacio y lleva tiempo, y se lleva cuerpo y energía. La inercia que impone este periodismo de ahora te empuja, te susurra que patees todas las pelotas. Exige también eficacia de gol. Yo quisiera parar la pelota, pero la pelota ya pasó de cancha. Pido el cambio, yo no puedo. Igual ya se me va a pasar.
“El atentado contra Cristina Fernández de Kirchner generó en 24 horas una audiencia global de 320 millones de personas, con 155 mil publicaciones y 4 millones de interacciones en Internet y en las redes sociales, según estimó un estudio sobre las repercusiones del intento de magnicidio en la esfera digital realizado por la consultora Vox Pópuli”, dice esta nota publicada en elDiarioAR. ¿Hay lectores suficientes para leer todo el material que generamos?
También está ésta: “Un tercio critica a Cristina o descree del atentado”. La consultora Taquion analizó el impacto en redes sociales del intento de magnicidio y el resultado es que el 31% de los usuarios de la red hizo comentarios negativos o directamente descree del atentado. Suponiendo que sea una muestra de lo que sucede en la realidad: ¿cómo hacemos para informar al convencido? Cómo, insisto, si el usuario es además de consumidor de medios, productor y distribuidor de información.
Y más: ¿De qué manera podemos contar los por qué de un asunto si el contenido que generamos vuelve reinterpretado por la audiencia? Me pasó ayer, con un usuario que ponía en cuestionamiento el foco de esta nota sin atender que miramos el tema desde el mismo lugar. No subestimo al lector, no creo en audiencias ignorantes. Pero este envión hace que tengamos que estar preparados para discutir incluso con quien está de acuerdo con nosotros.
En la novela de Anne Quin, Berg alquila la habitación contigua a la de su padre, un hombre al que no ve hace muchos años y al que quiere matar. Berg, que se anunció en el hotel con un nombre falso -el suyo, pero al revés- hará su vigilia de días, de noches. Berg va a esperar.
Antes de su nota final, Pavese escribió mucho. Escribió, por ejemplo, Trabajar cansa. Escribió, también, que “narrar es como nadar” y que “narrar es monótono”, porque para escribir hay que insistir. Recién después se suicidó.