¿Amores perros?: Regalo textual de Marcos Brodolini

de Betty Jouve, extraído del libro “Días de escuela” (2019, editorial “Último recurso”).

Amor de perro. Y no es poca cosa. Pienso que en este lugar chiquito se establecen verdaderos lazos perrunos.
8 horas. Día de lluvia. ¿Llego tarde? Los chicos están adentro. Afuera, están los perros.
Tres perros mojados, uno de ellos lastimado, todos son flacos y de mirada triste.
Los perros están apostados, custodiando, esperando que sus dueños salgan… Ellos ahora están resignados… Pero no siempre fue así… Hubo un tiempo….
Hubo un tiempo de resistencias, en el que no se resignaban. Verdaderas luchas se establecían entre los perros, los docentes y los porteros. ¿Quién ganaba? Eran épocas de combate, donde se medía palmo a palmo la astucia, la rapidez, el ingenio. En esa época ellos entraban y se instalaban en los salones, en el pasillo, en el patio, en donde fuera.
Un caso paradigmático fue el de “El Negro” quien llegó a protagonizar el copamiento de la dirección durante media hora. Entró durante el izamiento de la bandera. Silencioso, valiente, sigiloso. Nadie pudo verlo. Se metió debajo del escritorio de la vicedirectora, quien al no verlo, comenzó a realizar su rutina de papeleo diario: registros, planilla de comedor, planilla de copa de leche, planilla de novedades, planillas de planillas.
Pasados treinta minutos su olor a pelo mojado lo delató. Un aroma espeso, a humedad de muchos días, a poco baño, empezó a flotar por el ambiente.
Y entonces… la inteligencia humana pudo más. Nuestra docente estableció las conexiones lógicas entre el olor y los posibles portadores del mismo y enseguida realizó su interferencia ¡un perro!
Gritos, corridas, forcejeos, batallones de escobas lo apuntaban. Finalmente, acorralado y rendido, salió. Pero en su dolor se veía la mirada digna de los que han luchado ¿Quién te quita lo bailado, Negro? No cualquiera logra mantener su posición durante treinta minutos en una Dirección.
Los niños miraban el hecho, expectantes. Al verlo derrotado, guardaron su dolor en el bolsillo por temor a futuras represalias y volvieron a sus salones a continuar con sus procesos de aprendizaje, números, cuentas, narraciones, descripciones.
Ese fue el día de la derrota.
Desde ese día, esperan afuera, aunque no muy convencidos. Saben que en cualquier momento se producirá otro vacío por el que poder filtrarse y, esta vez sí, resistir hasta el final.

¡Gracias, Marcos Brodolini, por compartirlo!