Como habrán escuchado, el 7 de junio se conmemora el día del periodista en homenaje a la aparición del primer periódico argentino (en 1810, antes de que fuerámos Argentina), La Gazeta de Buenos Ayres, el órgano de prensa de la Primera Junta de Gobierno, dirigido por Mariano Moreno.
Todos los años se proponen celebraciones y discusiones de todo tipo en los medios de comunicación y también en los espacios de formación de periodistas y de trabajadores que se vincularán con los medios de comunicación. Nosotros no quisimos quedarnos afuera de ese plan y por eso les proponemos algunas lecturas breves para discutir mañana en clase:
Elegimos, primero, una nota que salió en el diario Clarín de hoy, que hace referencia al oficio del periodista y recuerda a Pablo Calvo, un periodista del medio que falleció hace un mes por Covid-19:
Día del periodista: el cronista y las petunias
por Diana Baccaro
¿De qué color son las petunias? La pregunta desvelaba al periodista, un todoterreno empeñado en buscar historias hasta dentro de una maceta. Fue cuando leyó que uno de sus maestros, el cronista de guerra Jon Lee Anderson, había tenido un problema con esas flores en Afganistán, donde había sido enviado por una revista de Nueva York. Desde allí lo llamaron sus editores para decirle que un dato de su crónica era incorrecto. Justo a él, que cubrió una docena de conflictos bélicos. Justo a él, que chequeaba hasta el mínimo detalle de sus textos, repletos de fuentes y retratos. ¿Cuál era el error? En Asia Central no existen las petunias, alertó el departamento de verificación de datos de la editorial. El cronista había escrito que crecían en un jardín. Con la anécdota, el maestro le enseñó a su alumno que en este oficio hay que desconfiar hasta del dato más inofensivo. Pablo Calvo poco sabía de plantas cuando en 2007 hizo con él un taller de redacción en Cartagena, pero se propuso mirar al mundo con los ojos llenos de preguntas. Con esa curiosidad animal de buscar en el fondo de la olla hasta encontrar la masa madre de sus relatos. Textos a punto de cocción para devorar de un bocado. Pablo murió hace un mes, pero al lado de su computadora dejó una planta que crece dentro de una pequeña máquina de escribir hecha de agua y barro. No es una petunia, aunque tal vez eso sólo le importaba a él. Lo último que leyó en el sanatorio antes de cerrar sus ojos fue “Teoría de la gravedad”, de Leila Guerriero, otra maestra de periodistas. Habla del hambre de los narradores. Y de esa locura compartida de andar siempre buscando, bajo los adoquines, la arena de la playa.
En segundo lugar, dos frases cortas, de dos referentes del mundo del periodismo latinoamericano: el argentino Tomás Eloy Martínez y el colombiano Gabriel García Márquez:
“El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”. Tomás Eloy Martínez
“El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”. Gabriel García Márquez.
Y por último, la nota El tren fantasma del periodismo, del periodista Jorge Halperín, de ayer, sobre algunas de las problemáticas actuales del periodismo:
El tren fantasma del periodismo
Cada 7 de junio vamos a tener colegas para aplaudir y admirar por su gran trabajo, nuevos emprendimientos periodísticos y razones para conciliarnos con nuestra profesión.
Pero las cosas no están bien para el periodismo y los periodistas. Y lo describo con un ejemplo: en los años ´90 irrumpió en las redacciones de los grandes diarios el auge de los manuales de estilo. Bajo una fuerte influencia de los principales diarios de Estados Unidos y de Europa, entre nosotros Clarín, La Nación y otros medios se volcaron a producir sus manuales de estilo y hablar de “excelencia” para mostrar el buen hacer de la profesión, y sistematizar normas y premisas del trabajo profesional.
Treinta años más tarde, esos manuales están sepultados en Clarín, La Nación y los grandes medios por un periodismo de guerra que despliega un arsenal nefasto compuesto de fake news y todo tipo de operaciones en las cuales la verdad se va por la canaleta del periodismo basura.
De la excelencia al periodismo de guerra.
Hace mucho tiempo un conocido periodista decía en una redacción “No permitas que la verdad te arruine una buena nota”. Hoy parece la biblia de cierto periodismo muy masivo. Se titula con mucho impacto y en la mayoría de los casos con acusaciones que no tienen sustento. Más de una vez el texto no sostiene lo que afirma el título, y, cuando lo sostiene, a las horas los acusados demuestran que era falso, pero no pasa nada. No hay sanción alguna para el periodista y el medio mentiroso.
Se pierde el trabajo por la torpeza de enviar un móvil al domicilio de un personaje público que hace un culto de la calumnia, pero no por acusar falsamente desde un gran medio.
¿Y por qué la mentira difamante no tiene costo? Porque no sólo se transformó la práctica de ese periodismo sino que cambió la actitud de una buena parte del público, que ya no se interesa tanto en saber qué sucedió realmente sino en que le confirmen sus prejuicios. Si cree, porque rechaza el populismo y porque se lo dijeron el macrismo, los grandes medios y Comodoro Py, que Cristina Fernandez es ladrona, enterarse de que las acusaciones contra ella son falsas es como si le arrebatasen el derecho a indignarse, y, por lo tanto, no se interesará en las desmentidas ni va a dejar por eso de leer Clarín o escuchar Radio Mitre.
Los medios abastecen de combustible a sus creencias y prejuicios.
Frecuentemente me cruzo con personas que consumen Clarín; La Nación, Perfil o América TV que niegan la manipulación mediática y dicen: “A mi nadie me dice cómo debo pensar, ni Clarín ni Radio Mitre. Yo soy independiente”.
Y esa mísma frase, repetida por muchos creyentes en los grandes medios, indica varias cosas: primero, lo silencioso que es el proceso de colonización mental que el colonizado no lo advierte. Le fijan no sólo en qué pensar sino cómo pensar. Segundo, en muchos casos revela una fe antiperonista que necesita diferenciarse de las que considera las masas ciegas del populismo. Ella piensa con libertad. Y tercero, es una afirmación individualista que desconoce que la manipulación actúa sobre todos.
Entonces, el periodismo de guerra se ejerce con un público ávido por consumirlo.
¿La irrupción de las redes sociales cambió esta realidad? El especialista en medios Ignacio Ramonet señala que la explosión de las redes sociales ha provocado una democratización de la comunicación. De hecho, se multiplicaron los emisores -por ejemplo, todos lo somos en Twitter, Facebook o Instagram-. Pero advierte que eso no garantiza la autonomía intelectual y cultural de la población. Sobre todo en un contexto en que las redes terminan dominadas por los grandes medios y, a su vez, las grandes plataformas, como Google, Yahoo o Facebook no están concentradas a nivel nacional sino del planeta.
Para darse una idea del alcance, se sabe que Google concentra el 80% de las búsquedas en red de los Estados Unidos. Y Google ya no es sólo un sustantivo propio. Es un verbo: buscar es googlear.
Cuando ustedes googlean cualquier tema, notarán que frecuentemente los primeros 20 o 30 sitios pertenecen a los grandes medios. De modo que quien quiera profundizar en alguna información sólo accede a la versión de los grandes medios, que es bien homogénea de acuerdo a sus intereses, y únicamente una minoría muy informada sigue buscando hasta encontrar otros puntos de vista.
Cuando hace unos 20 años trabajé en mi libro “Noticias del poder” entrevistando muchos periodistas Julio Blanck, quien hasta su muerte hace unos años fue un cuadro de la redacción de Clarín, me dijo que la verdad es algo que no está al alcance de los periodistas, que no podemos como los jueces allanar o como los policías reunir pruebas; sólo podemos aproximarnos lo mejor posible a los hechos. No es casual que muchos años después Julio Blanck reconociera que Clarín practica un periodismo de guerra. Y, aunque lo planteó como asumiendo algo criticable, en el fondo podría haber explicado que cuando nos libramos de la carga de buscar la verdad, todo vale.
Es difícil ver la luz al final de este tren fantasma, aunque, como digo, hay numerosas experiencias de otro periodismo menos masivo pero más aferrado a una ética de la responsabilidad y a una práctica que ayuda a abrir los ojos frente a esta realidad tan compleja.
Son los que nos permiten volver a brindar por un ¡Feliz Día del Periodista!.
¡Los esperamos mañana con muchas ganas de compartir estas lecturas!
Cecilia, Delfina y Juan (en orden alfabético)