Regalo Textual: "La edad de la Ciruela"

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Compartido por ANGELINA REGIS

Tomando la posta de los regalos textuales, Angelina compartió con la comisión algunos fragmentos de una obra de dramaturgia escrita por Arístides Vargas: “La edad de la ciruela”

A modo introductorio, antes de adentrarnos en los textos compartidos, nuestra compañera sugiere leer la siguiente crítica sobre la obra:

“…La edad de la ciruela” es un juego sobre el tiempo y la edad, una tragicomedia que deambula por los borrosos límites de la soledad y la ridiculez. Pero fundamentalmente es una representación de la memoria, una tensión entre el presente y el pasado; dice Shakespeare que el tiempo es el aire que respiramos. En el aire de “La edad de la ciruela” hay mujeres pájaros que no pueden volar, madres árboles que dan frutos que se pudrirán, hermanas del alma que se aman con rabia. El tiempo y la memoria, las imágenes difusas de un pasado que no se resigna a morir, un pasado que continuará vivo mientras se tenga memoria de él, un pasado que se conforma cada día con girones de recuerdos, de un tiempo con olor a vino de ciruela y ratas grises escondidas en los recovecos más ocultos de la mente…”

Ahora, los invitamos a seguir disfrutando con lo leído en clase

“ELEONORA: Quería decir… que el tiempo no hace mal a nadie,  porque el tiempo es ignorante; cierto que pasa pero pasa para todos, incluso para las estatuas y los relojes que quieren contarlo. Pero el tiempo no sabe  que lo están contando. Tía Jacinta dice: al mal tiempo, buena cara; pero yo creo que al tiempo le importa un comino la buena cara de tía Jacinta. La tía  Victoria suele decir: “es tiempo de vacas flacas o de  vacas gordas, tiempo de decir basta”. Así suele decir. Y el pobre tiempo no tiene tiempo de darse cuenta del tiempo que le tocó vivir, pero nosotros lo responsabilizamos de todas nuestras porquerías. Y por último, creo que el tiempo es nada porque la abuela Gumersinda siempre dice: “no tengo tiempo para nada”. Así dice.”

“JACINTA:  De Apolo, pues, al que le decían Tomillo, Apolo Tomillo.  Se sentaba detrás de nosotras en sexto grado y se me declaró bajo el ciruelo del jardín… La única declaración de amor que he tenido en mi vida la tuve a los doce años y fue Apolo Tomillo que me dijo:” ¿quieres ser mi prometida?” Y yo le dije:” ¿qué es lo que hay que hacer?” Y él me dijo: “nada.” Y yo le dije: “bueno.” Nos tomamos de la mano y nos quedamos mirando el ciruelo y comenzó a llover y nosotros no nos movimos; estábamos petrificados y la lluvia sobre nosotros… Entonces me di cuenta de que el amor es impermeable. Ese Apolo es el que contesta mis cartas; pero lo raro, lo que no entiendo, es por qué tiene la misma letra que entonces, como si el tiempo para él se hubiese detenido en ese instante; no entiendo por qué después de tanto tiempo sigue dibujando barquitos y flores en los márgenes de sus cartas; no entiendo por qué no creció y me amó; no entiendo por qué después de tantos años vuelve a atormentarme aquel niño, que por otro lado es el único que me ha amado de verdad. Porque su amor tenía la inocencia suficiente para no dañarme. ¿Por qué la vida es como es?”

Además, Angelina, para contextualizar la información, nos facilita ciertos datos sobre el autor:

Arístides Vargas, cordobés radicado en Mendoza, tiene lugares de concomitancia con tantos otros que sufrieron persecuciones durante la dictadura militar. Trabajó en algunos grupos locales mendocinos y estudió teatro en la Universidad de Cuyo. El exilio, la única salida en la década del 70, determinó su radicación en Ecuador, donde después de los vaivenes que demanda todo desarraigo comenzó su labor dramatúrgica. Después de un breve periplo por América latina, se radicó en Quito en 1978. Pasaron muchos años hasta que decidió, en la etapa de democracia, volver a la Argentina.

Fuentes: