Con un marco en el que resultaba insoslayable la conferencia de Carlos Gabetta y Pablo Llonto, durante la clase pasada se armó un interesante debate en lo que respecta al rol y la responsabilidad que deben asumir los medios de comunicación en la transmisión o difusión de diversos contenidos.
Lamentablemente, los tiempos son tiranos y no pudimos seguir profundizando lo que resulta ser un tema sumamente interesante e importante tanto para los comunicadores cómo para el público de cualquier medio de comunicación (¿y acaso puede alguien mostrarse exento de pertenecer a esta última categoría?).
Ahora bien, en lo refiere a esta temática siempre hay algo que aportar para gestar y nutrir un buen debate. Y, ante los límites del tiempo en clase, afortunadamente podemos contar con nuestro blog para poder seguir extendiéndonos en la reflexión y el diálogo.
Por nuestra parte, les recomendamos y facilitamos, ya sea cómo regalos textuales o detonantes, la lectura de algunos textos que el escritor uruguayo, Eduardo Galeano, publicó en “El libro de los abrazos”. Con este estímulo, le proponemos a todo aquel que se vea atraído por la idea que comparta su perspectiva personal de la manera que guste hacerlo: mediante opiniones, comentarios, links a diversos archivos de multimedia, recomendaciones de publicaciones o artículos, etc. Todo será bienvenido.
Recordatorio aclarador: A la hora de presentar un texto o realizar cierta recomendación, tengan en cuenta que la intención es que sus aportes puedan sumarse al blog de nuestra comisión. En caso de querer manifestar breves observaciones u opiniones personales hagan uso de la opción comentarios (siempre poniendo su nombre), pero si el aporte es más complejo envíenselo a Franco (framotta@hotmail.com) para que lo articule en el posteo.
Sin más preámbulos, los dejamos en compañía de los prometidos relatos de Galeano:
La televisión /2
La televisión, ¿muestra lo que ocurre?
En nuestros países, la televisión muestra lo que ella quiere que ocurra; y nada ocurre si la televisión no lo muestra.
La televisión, esa última luz que te salva de la soledad y de la noche, es la realidad. Porque la vida es un espectáculo: a los que se portan bien, el sistema les promete un cómodo asiento.
La televisión /5
En los veranos, la televisión uruguaya dedica largos programas a Punta del Este.
Más interesadas en las cosas que en la gente, las cámaras llegan al éxtasis cuando exhiben las casas de los ricos en vacaciones. Estas mansiones ostentosas se parecen a los mausoleos de mármol y bronce en el cementerio de La Recoleta, que es la Punta del Este de después.
Por la pantalla desfilan los elegidos y sus símbolos de poder. El sistema, que edifica la pirámide social eligiendo al revés, recompensa a poca gente. He aquí a los premiados; son los usureros de buenas uñas y los mercaderes de buenos dientes, los políticos de creciente nariz y los doctores de espaldas de goma.
La televisión se propone adular a los que mandan en el Río de La Plata, pero sin quererlo, cumple una ejemplar función educativa: nos muestra las altas cumbres y en ella delata la tilinguería y el mal gusto de los triunfantes cazadores de dinero.
Debajo de la aparente estupidez, hay verdadera estupidez.
La dignidad del arte
Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.
Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de dignidad del arte que recibí hace años en un teatro de Asís, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no había nadie. Ella y yo éramos los únicos espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron el acomodador y el boletero. Y sin embargo, los actores, más numerosos que el público, trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue una maravilla.
Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala. Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos.