Cuento escrito por Facundo Grasso
Llovía como hacía mucho no lo hacía. El bar estaba lleno de gente esa tarde. Claro, en días de lluvia todos buscan algún refugio ¿qué mejor que un lugar cálido y acogedor como un bar de barrio? Así pensaron muchos de los estudiantes que fueron a pasar un buen rato, a discutir y fumar. El tema de debate no era nada original, pero ¿de qué otra cosa podían hablar un día lluvioso de 1984, un grupo de estudiantes de izquierda? ¿De qué podían discutir y criticar quienes habían perdido familiares y amigos durante la dictadura?
Entre griteríos y discusiones, entre cigarrillos y cafés; la puerta se abrió Afuera, llovía como hacía mucho no lo hacía ¿qué mejor que un lugar cálido y acogedor como un bar de barrio para pasar la tarde? Así también pensó el viejo ex coronel que fue a pasar un buen rato, a pensar y a fumar. Sin embargo, cuando el coronel entró, el griterío enmudeció, el ruido de vasos se silenció, y ningún par de ojos tuvieron otro objetivo que no sea el militar retirado, que a cara de perro avanzaba en busca de una silla; aún vestía sus ropajes de militar, con sus medallas y sus botas. Los estudiantes podían ver en ese viejo la cara de quien había arruinado sus vidas, de quien había hundido el país, quien había matado impunemente a innumerables personas. Cada paso del viejo, retumbaba en los oídos de los muchachos, cada tintineo de sus medallas, ponía la piel de gallina de más de uno. Los recuerdos atacaban al grupo de estudiantes, hiriendo más que cien latigazos en la espalda.
El viejo asesino se sentó como si nada en una mesa alejada de la de los muchachos. Conciente de ser el centro de sus miradas. Luego de un rato de su llegada, se creyó escuchar algo, un simple murmullo, alguien musitando duros reproches, pero aun todo resultaba inentendible; sin embargo, paulatinamente fue más audible.
…Asesino…
…torturador…
Luego con más fuerza.
…desalmado…
…Monstruo…
Cada vez más audibles, las palabras atacaban al viejo militar, reflejando todo el rencor que guardaban esos estudiantes, arrojando su enojo sobre ese homicida.
…Mataste a mi familia…
..¿Cómo podés dormir tranquilo después de matar a tanta gente?..
…Criminal…
…Inhumano…
Las palabras de odio tenían cada vez más fuerza, se imponían, buscaban aliviar tan sólo un poco de ese dolor de tantos años, buscando al culpable.
El viejo no emitió palabra, y soportó los insultos. Pero cuando reaccionó, lo hizo de forma inesperada. Cualquiera habría aguardado por un arma o un golpe violento, pero sólo consiguieron de ese viejo asesino, una lagrima. Una pequeña gota de tristeza recorría su mejilla, marcando un surco de agua en su cara para finalmente caer al suelo.
Esa imagen golpeó fuertemente a los estudiantes, dejándolos en estado de shock. El viejo triste, ahora inofensivo, comenzó a llorar. Cuando finalmente pudo hablar, su discurso fue, nuevamente, inesperado, comenzó diciendo que amaba a su familia y que tenía un hijo como cualquiera de los estudiantes presentes. Continuó mencionando que no le gustaba lo que hacía, que siempre sufrió las cosas horribles con las que tenía que convivir. Mientras hablaba, lloraba más y más, y su aspecto cada vez se volvía más el de un viejo solitario y triste. Su discurso continuó, sosteniendo que no podía quitar de sí los fantasmas de los torturados, que lo visitaban día y noche. A quienes arruinó su vida para salvar a su familia. También dijo que se negó a muchos trabajos y que, como represalia, sus compañeros militares asesinaron a algunos familiares de él, asegurándose una buena labor de su parte.
Cada vez el viejo perdía más su presencia y hasta llegaba a dar lástima. Del asesino militar que había entrado, sólo quedaba un hombre miserable, llorando desconsolado como un niño.
Los estudiantes dejaron de insultarlo, incluso su enojo se había disipado al ver el estado deplorable en que se encontraba ese hombre ¿Quién podía pensar que un tirano de tal magnitud, se encontraría tirado en el suelo, llorando y dando lastima de la forma que lo estaba haciendo?
El lastimero ex militar, entre sollozos, miró a los estudiantes. Algunos aseguran haber visto arrepentimiento en su rostro, otros simplemente lágrimas de cocodrilo de alguien que no tiene nada más que perder. En el semblante del viejo, sólo se veía derrota y tristeza. Y cuando todos pensaron que su estado no podía empeorar, el anciano se agarró el pecho, y miró su brazo izquierdo, y lentamente fue cerrando los ojos, desmoronándose, hasta quedar tendido en el suelo.
El tirano asesino murió, solo y triste, como un cachorro que pierde a su madre, en un estado lastimero y miserable. El genocida, miserable, murió en el sucio suelo de del bar.