Cuento escrito por Alejandro Sambrana


Ya se me había hecho tarde, muy tarde. Lloraban las nubes, también mis ojos. Años esperé enfrentarlo, años… y finalmente me había vencido.
La nieve eternauta se ha mezclado con sangre caliente derramada, derritiéndose; quedando nosotros, vivos, náufragos en aquel espeso mar, tanto más parecido a un pantano de memorias estancadas.
En tanto, discutíamos y fumábamos sentados en la mesa de un bar, como estudiantes que somos. Aún sin risas, como oprimidos que fuimos. Tono elevado y bronca a flor de piel. Bronca sobre cualquier otra cosa. Recuerdos vivos y almas muertas. Eso nos describía. O al menos a mí, que vi a la hija de mis padres morir frente a mis ojos, como tantas otras, aún sin verla.
Fue una noche, esta noche, un poco normal, después un poco especial. Finalmente trágica, totalmente trágica. Porque entre votos y botas apareció él. Justo él que resumió mi vida a mera existencia. Ahora sin escudo, sin botas, sin bastón. Ahora como yo y como todos. Pero no había perdido esa mirada diabólica, ni esa monstruosa imagen, ni esos puños pesados, llenos de sangre. Ni la prepotencia, ni el maldito poder. Interrumpió nuestro discutir con una jocosa risa. Nos miraba y escuchaba. Se reía aún más. El artífice de la muerte de mi hermana estaba frente a mis narices. El enfrentamiento que siempre esperé. Entre bronca y miedo lo miré fijo.
Mis ojos se transformaron, casi transparentando la sangre que me tocó ver. Y entre mis insultos y amenazas, él sólo reía. Sentí el poder de ejercer justicia y recurrí a las fuerzas de seguridad. Recurrí, sin respuesta alguna. Sentí la impotencia corriendo por mis venas. Y él, reía. Me interrumpió para hacerme recordar los alaridos de mi hermana al morir, y me hizo experimentar mi muerte espiritual. Y caminando se fue. Como si nada hubiese pasado, inmune.
Yo quedé perplejo. Preguntándome por qué seguía habiendo tanta impunidad. Cómo ese monstruo, habiendo masacrado tanta gente, habiendo visto tanta sangre, podía dormir tranquilo, sin que la almohada lo torturase.
Ya se me había hecho tarde, muy tarde. Lloraban las nubes, también mis ojos. Años esperé enfrentarlo, años… y finalmente me había vencido. Al menos hasta allí.
Se dice que días después murió. Se dice que en un accidente de tránsito. En un accidente, se dice.