El metegol en mi infancia

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por Juan Veliz
Nací muy tarde para el metegol. Yo crecí a la par de las computadoras, los videos juegos, los ciber y del auge de la multimedia, en especial de la televisión. Los juegos son cada vez menos físicos y más pulgares, y están todos servidos en bandeja. Antes había que moverse para divertirse. Los jóvenes iban a los fichines a jugar a las maquinitas, al pool y al metegol.


Siempre me interesó sentarme a escuchar a los viejos hablar de cómo ellos jugaban a un juego raro y desconocido que llamaban el metegol. De como apostaban o que códigos tenían respecto a aquel juego, ya muy distante a todos. Y de que estaba hecho o como funcionaba. En fin me interesaba todo.
Mi introducción al mundo metegolístico se lo debo a un minimarket que queda a la vuelta de mi casa. En el, había uno de estos aparatos desconocidos y sobre el, un grupo de personas a quienes con el tiempo me pude dar el lujo de llamar amigos. Que casualidad que, en este proceso intervinieron interminables tardes de puro placer jugando al metegol y noches de cerveza jugando contra desconocidos por el porrón. Por momentos, parecía que el hecho de juntarse para jugar al metegol había sustituido al de juntarse para encontrarse con amigos.
Con el tiempo mejoré mis habilidades hasta encontrarme entre los mejores de mi grupo, que cada tanto sufría alguna modificación en su número para mal. Además, empecé a indagar a cerca de la historia del juego: páginas de Internet, otros lugares de juego locales, provinciales, nacionales y hasta internacionales. Y me encontré con que ese mundo estaba en decadencia: ya no se organizaban torneos en ningún nivel (a excepción de un solo torneo anual que hace la Asociación Argentina de Futbol de Mesa, AAFM o de aquellos torneos que organiza la ITSF, International Table Soccer Federation, para países desarrollados), los lugares de fichines cerraban (en pleno centro queda uno), los que jugaban al metegol que no eran de nuestro grupo, no respetaban las reglas sagradas o sólo miraban al juego como una forma más de ocupar su tiempo ( incluso algunos pensaban estar perdiéndolo) y ya menos personas querían apostar el porrón por el mejor de las 7 bolas.
Personalmente mi punto máximo respecto al juego llegó cuando decidí adquirir mi propio metegol. Al principio lo tuve en mi casa porque lo pautaba mi madre, una de las financistas de la compra pero, luego acordé con los dueños del mini donde me juntaba, poner mi réplica de N-2 azul, sucesor del viejo Estadio fabricado en Bs. As, en lugar del que estaba allí. Si bien me dejaba algunas monedas para el “finde”, no era ése el propósito de la compra sino expandir mi “deporte” preferido.
Pasó el tiempo. Por inconvenientes con la municipalidad tuve que sacar mi metegol porque no pagaba los impuestos correspondientes. Ya no jugamos al metegol, y tengo miedo de que poco a poco me vaya olvidando el sonido de chapa que hacía la pelotita al meter un gol. El mundo metegolístico seguirá, por un tiempo indeterminado, vivo en mí pero está limitado. Tendré que rehusar mi mundo por el avasallante monopolio de la facilidad a la hora de jugar, de los ciber, de Internet, de la tele y de los videos juegos.
Ya nadie se acuerda de jugar al metegol. Ya es parte de la historia. El mundo del metegol se esta muriendo o ya esta muerto. Y como lo vieron caer mis viejos ahora me toca verlo caer a mí. Ahora la gente le gusta jugar a la compu o a la play.