Movimiento. Luminosa Bahía de Jorge Amado

por Alfonsina Fantín*
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La fotografía es luminosa y presenta a una familia sonriente, la mía, que también está radiante. La alegría familiar parece “hacer juego” con la luz que irradia la foto. Estamos en el Pelourinho, en Salvador de Bahía o Bahía de San Salvador (nunca entendí ni pregunté por qué juegan invirtiendo su nombre). Estamos en el nordeste del Brasil.
Del Pelourinho hacía tiempo que venía escuchando su sonoro nombre. Mi hermana menor lo repetía como un mantra por su cadencia: pelodiño, peloudinio. Pelourinho corregía mi mamá quien caía en el lugar común de querer pronunciarlo con acento portugués sin conocer el idioma más que de oído. Ella también quería que conozcamos ese lugar que se había convertido en objeto de sus sueños.


En una callecita de piedra o de adoquines, empinada, estamos los cuatro. De derecha a izquierda: papá, mamá, Candela y yo. El desnivel y una cortada permiten ver frentes, laterales y techos de tejas de coloridos edificios. Todos parecen enmarcar a la familia Fantín. Los tonos rosas, amarillos y blancos de la arquitectura predominan, conjugando calidez y brillo. Algo de verde se cuela en la altura (la exuberante vegetación aprendió a competir hasta con los edificios para tener luz). La imagen del estilo colonial se completa con la presencia de faroles y adornos curvos en las fachadas y sobre las ventanas enrejadas. Sin embargo, a la izquierda, dos carteles de expreso Multipack con sus logos modernosos afirman una vez más que la globalización ha llegado a cualquier rinconcito urbano, incluso a uno como éste que se precia de contar con tradiciones y una historia muy vívidas. No es para menos: el lugar ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y los turistas llegan a montones, con su inevitable y “contaminante” carga cosmopolita.
Bahía es sin duda, una de las ciudades más bellas del Brasil y allí estamos, para disfrutarla. Sin embargo, hace calor y eso se nota. Yo estoy en malla y con grandes lentes para defenderme del sol. Los demás están en remeras musculosas y se asoman las mallas. Portamos bolsos, filmadora (¡turistas típicos al fin!) y botella de agua para afrontar los 40° que marca el termómetro. El rostro de mi hermana muestra cansancio. No era para menos. La mañana había comenzado temprano con un llamado de mi papá: ¡vengan a ver cuántas iglesias se ven desde la proa! El crucero Armonía de la empresa MSC había atracado temprano en la Bahía de Todos los Santos. Mi papá siempre es el primero en levantarse, ya había observado el magnífico espectáculo. Desayunamos teniendo frente a nosotros una imagen inolvidable del Pelourinho o barrio alto, en que se distinguían tres hermosas iglesias con sus torres redondas y campanarios de majestuoso y escenográfico estilo barroco colonial. Dice la leyenda que Bahía tenía trescientos sesenta y cuatro iglesias, o sea, una para cada día. Hoy sus perfiles se recortan entrelazándose con edificios de todo tipo, de todo nivel socio-económico, que confirman esta amalgama de cultura y razas que es la ciudad, otrora capital del caucho. Las notables diferencias sociales también se plasman en el espacio, pero ese será tema de otro relato.
Al descender nos recibieron bahianas ataviadas con sus trajes blancos, pletóricos de puntillas. Nos regalaron collares de semillas. El que mi mamá luce en la foto, sin embargo, lo tenía desde antes (le encanta emperifollarse con “porquerías” típicas y no iba a perderse la oportunidad de usar en este ambiente). La pulsera negra que yo llevo puesta la había comprado unas horas antes, cuando nos deleitamos en el Mercado Modelo. “Homo consumis” al fin, nos habíamos demorado dos horas, a pesar de las protestas de papá, recorriéndolo, regateando, admirando y adquiriendo artesanías nordestinas de notable calidad. También había artesanías de la zona de la selva. A un indígena del Amazonas, curioso personaje al que mi hermana temió, le compramos un juego de aros largos de huesos, al que tengo especial cariño. Tampoco faltó el clásico espectáculo de capoeira que también es tema de otra foto.
El conocido elevador Lacerda (llamado así por su ingeniero) nos permitió ascender a la plaza principal frente a la Legislatura. Vi a mi madre emocionarse: estaba cumpliendo un acariciado sueño, el de conocer la tierra de Jorge Amado, quien la había enamorado desde Gabriela, Clavo y Canela y Doña Flor y sus dos maridos. Bahía, guía de calles y misterios fue la fuente que citó mi mamá (olvidé ponerlo en memorias de lectores). Descartamos los servicios de guía turística que ofrecían numerosos jóvenes y ella se convirtió de pronto en asesor de nuestra familia y de otra que se había unido al grupo. Nora, Gabriel, Lucas y Clide, de Misiones, estaban en el crucero con nosotros. No salieron en la foto, porque estaban delante. Fue Gabriel quien ‘gatilló’ inmortalizando nuestras sonrisas.
Visitamos la Iglesia San Francisco para conocer su famoso retablo bañado en oro, conocimos la fuente de los deseos, admiramos edificios públicos y privados, comparamos el deterioro que el tiempo atroz provoca; nos entregamos a una mezcla extraordinaria de sensaciones. El colorido que la foto muestra, es la primera sensación. Pero hay otras: Bahía se oye en una cadencia de tambores permanentes. De las ventanas se escapan Caetano, Vinicius y una Ivete Sangalo, que allí conocimos. En sus callecitas, la ciudad, que fuera capital por más de doscientos años, también se huele. Aromas inéditos, dulces del trópico, fuertes de fritangas, el inexplicable acarajé de Doña flor. Su cultura se saborea en manjares exóticos, en los boulinhos de camarao que compartimos con nuestros compañeros de recorrido, en las caipirinhas que no lograron aplacar nuestra sed. ¡Hacía tanto calor! Por eso agradecí que mi madre “aflojara” su paso y desistiera de hacer otras visitas. Nuestro vagabundeo era agradable y había mucho por ver, pero la playa do Farol Da Barra nos tentó y sería el remanso a nuestro cansancio de la jornada. El Señor de Bonfin nos acompañaba ahora en cintitas de colores que nos habían regalado para usar como pulseras. Tampoco faltó la “cholula” foto con nuestros rostros posados en un cartón con dibujos de ropas típicamente bahianas. La jornada estaba completa.
Jorge Amado escribió: Su misterio te envolverá, jamás podrás olvidar a Bahía, el aceite de su densa belleza te bañó, su realidad mágica te perturbó. Le darás tu corazón para siempre .¡Qué bueno sería volver!! Qué lindo ha sido volver gracias a esta foto!!
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*Alfonsina Fantín es estudiante de la licenciatura en Comunicación Social