Doctor en filosofía y letras y profesor titular en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Daniel Cassany es también investigador sobre el discurso escrito con diferentes objetivos, perspectivas y géneros: la recepción y la producción, su estructura y uso en varios contextos generales y específicos, su aprendizaje y enseñanza o su digitalización actual. En base a estos estudios publicó una docena de libros y más de 100 artículos. En esta entrevista repasa sus lecturas de la niñez, reflexiona sobre su trabajo, aconseja a los docentes y en relación a la circulación de textos por internet, considera que no hay que confundir “comprender” con “creerse el contenido”.
¿De qué manera te acercaste al mundo de la lectura? ¿Cuáles fueron tus primeras experiencias de lectura?
No tengo muchos recuerdos de la niñez. En casa había bastantes libros, porque mi padre era muy aficionado a la arqueología e incluso participaba en diversas excavaciones. Mis hermanos mayores estudiaban cuando llegué yo. Recuerdo que todos estaban en silencio leyendo, mientras yo jugaba solo con los camiones y los soldaditos por los suelos.
¿Hubo alguna persona que haya jugado un rol decisivo en tus comienzos lectores?
Mi hermano, que es casi 10 años mayor que yo. Me mostraba lo que leía cuando estudiaba literatura en la universidad, me hablaba de los autores, de las obras más importantes. Me prestó muchas de sus novelas catalanas. Papá y mamá trabajaban todo el día.
¿Qué libros fueron los que más te gustaron en tu niñez?
Lo que recuerdo más son cómics y revistas infantiles. Me crié en los últimos años del franquismo… No había ni muchos libros ni gran apertura… Además, estaba el problema de la prohibición del catalán. Éramos una familia catalana antifranquista y progresista. Mis padres me compraban lo poco que había en esa lengua: la revista Cavall fort, con historias ilustradas para varias edades. También seguía las aventuras de Tintín y Astérix, traducidas al catalán. En castellano, leía el TBO, el Capitán Trueno, el Javato.
Actualmente, ¿cuáles son tus libros y autores(as) favoritos(as)? ¿Qué temáticas te interesan más?
Me paso casi todo el día leyendo y escribiendo, pegado a una pantalla o a un libro (cada día más a una pantalla y menos a un libro… pero eso ahora no es relevante). Mucho de lo que leo es profesional: tesis doctorales, artículos científicos, informes, memorias, entrevistas y corpus de datos, correos… También hay libros de ensayo de la disciplina.
Fuera del trabajo, me gusta sobretodo el teatro de texto, moderno, versionado, adaptado… que es otra forma de lectura multimodal. El día que no tenga que trabajar, probablemente intente ir a ver todo el teatro que pueda… Antes lo leía bastante -o sea, antes de ver la función (si podía acceder al texto, claro)… pero ahora no tengo tiempo. También me gusta mucho la novela, aunque suelo huir de los grandes éxitos… Entre otras cosas, lo que me viene a la mente ahora que he leído es mucha novela catalana contemporánea, novela satírica británica (Tom Sharpe, David Lodge, Ian McEwan), novela negra norteamericana (Hammett, Chandler, Cain, Highsmith) y europea (Dürrenmatt, Leon, Simenon, Mankell). También me gustan autores ‘lejanos’ como Haruki Murakami, Alaa Al Aswamy o Vasili Grossman, porque me abren ventanas a culturas y épocas lejanas.
¿Qué es lo que más te apasiona de tu trabajo? Cuéntanos brevemente sobre él.
Muchas cosas: poder dedicarme a la investigación para aprender cada día, poder dialogar con mis estudiantes jóvenes para aprender de ellos y para enseñarles mi manera de entender la lectura y la escritura; poder dar charlas en lugares muy diferentes del mundo y aprender de ver cómo cada grupo humano interpreta de manera particular y propia unas mismas ideas; poder ver las reacciones de mis lectores en Facebook o en un encuentro presencial; ver cómo progresa a lo largo de varios años un estudiante de máster o de doctorado, cómo desarrolla un trabajo nuevo y va madurando y formándose como profesional.
Lectura y escritura ¿deben ir juntas?
Quizás antes de Internet podían ir separadas, en el sentido de que se podía ser culto sin apenas escribir, solo leyendo. Pero la red ha acabado con esta posibilidad. Hoy internet exige internautas trabajadores que participen del chat, que expresen opiniones, que cooperen con un perfil rico y actualizado en las redes sociales. Se requiere lectores que quieran compartir sus experiencias de lectura y eso exige también escribirlas para diferentes lectores.
Al momento de enfrentarse a la escritura, ¿cuál es la dificultad más común?
Creerse que escribir es como hablar y que basta con ‘capturar el pensamiento fugaz’… cuando lo escrito es planificado, corregido, elaborado, reformulado, compuesto de partes, ideas y fragmentos que proceden de otros lugares y que hay que acomodar…
¿Qué consejo se les puede dar a los encargados de biblioteca y a los docentes para fomentar la buena escritura?
Que presten atención a cada chico, que intenten descubrir qué le interesa, qué hace en su casa (quizás con la compu de la familia…), qué libros y textos le interesan, qué temas o ámbitos le gustan. Luego le podemos proponer prácticas lectoras vinculadas con esos intereses, sean o no académicos, canónicos o curriculares.
Los mediadores de la lectura han cambiado. ¿Qué piensas de la lectura en voz alta? ¿Cómo se puede utilizar en la sala de clases?
Creo que es una práctica útil que no hay que abandonar, pero que no hay que tomar como central. En determinadas circunstancias, en los inicios con niños muy pequeños, con chicos que tengan dificultades con la codificación, puede resultar fundamental. Pero también es importante desarrollar otras dinámicas, en las que el acceso al escrito se realiza en silencio, cada uno por su cuenta, y antes y después se dedica el grupo a hablar del texto, sea para prepararlo o anticiparse o para comentar lo que se ha comprendido.
¿Cuál es la relevancia de hacer una lectura crítica con nuestros alumnos y/o usuarios?
Resulta fundamental. Leer críticamente significa darse cuenta de la ideología (izquierdas/derechas, feminismo, ecología… y cualquier otro tema) que hay en cualquier texto. En un mundo globalizado, interconectado, digital y con libertad de expresión (lo cual significa que hay mucha porquería publicada o en línea), ser crítico es esencial.
En relación a los jóvenes ¿cómo entusiasmarlos con la lectura en un mundo lleno de estímulos audiovisuales?
No hay que ver lo audiovisual como “el enemigo” de la lectura de escritos. Caminamos hacia la multimodalidad: ya no quedan discursos de papel o en pantalla que solo tengan letras o fotos o música… Hoy todos los discursos contienen varios de esos modos de expresión y los mezclan y usan de modo combinado para construir significados complejos. Por ello, ver una película, una obra de teatro, el periódico, un álbum ilustrado… también es leer. Todo lo contrario, lo audiovisual puede resultar un estímulo para que los chicos salten de una película (Crepúsculo, El señor de los anillos, Harry Potter) al libro.
Y siguiendo con los jóvenes, cuya principal fuente de lectura y lugar de escritura es en Internet ¿qué destrezas se necesitan para ser un lector eficiente y no caer en la infoxicación?
Se trata fundamentalmente de un cambio de actitud. Hay que conceptualizar la lectura de otra manera: hay que dejar de buscar ideas principales, confundir “comprender” con “creerse el contenido”, con dar por supuesto que cualquier contenido es verídico y fiable, tratar todos los textos con el mismo valor, etc. Al contrario, lo primero que uno debe preguntarse es: ¿quién escribió eso?, ¿por qué lo hizo?, ¿qué pretende (porque siempre hay alguna intención)?, ¿quién opina lo contrario?, ¿por qué?; ¿a quién cita y a quién calla?, etc.
En relación con tu libro “La cocina de la escritura” ¿cuál es el símil entre estos dos maravillosos mundos de la gastronomía y la escritura?
Es un símil bastante común en la literatura técnica o divulgativa sobre la escritura. Si el libro editado, la novela acabada o el poema bien rimado es como la mesa preparada, con la comida servida y bien presentada en el plato, la ‘cocina’ es todo lo que hay detrás: el lugar donde se limpian los alimentos básicos, donde se eligen las mejores palabras, donde se fríen, hierven y cuecen las frases, donde se preparan las salsas retóricas, etc. Son también las recetas, los trucos y las tradiciones culinarias de cada género textual.
Extraído del Centro de Recursos para el aprendizaje del Ministerio de Educación de Chile.