Taller de Lectura 12 “Informar, contar”

1) Leer los textos “Di Giovanni fue fusilado” y “He visto morir”. Los mismos hacen referencia al fusilamiento del anarquista Severino Di Giovanni que fue capturado y condenado a la pena de muerte por la justicia argentina en 1931.

2) Debatir con el grupo y redactar un informe en el que se mencionen las similitudes y diferencias entre ambos relatos. Para hacerlo, tener en consideración las superestructuras, la información brindada, los recursos estilísticos, la finalidad de cada escrito, la objetividad y subjetividad que los atraviesa, los narradores y todo aspecto que deba resaltarse.

3) Identificar en el texto “He visto morir” la construcción escena por escena, si hay algún diálogo realista, reconocer el punto de vista en la tercera persona y los detalles simbólicos (gestos cotidianos, hábitos, modales, costumbres).

4) Una vez finalizado el trabajo, cada grupo compartirá con el resto de la clase su producción y puntos de vista.

Los textos

 

EL MUNDO – Lunes 2 de febrero de 1931

DI GIOVANNI FUE FUSILADO

La pena de muerte fue ejecutada durante la madrugada de ayer en la prisión de la avenida Las Heras.

 

El anarquista italiano Severino Di Giovanni fue fusilado ayer en cumplimiento de la pena de muerte a la que había sido condenado por la gran cantidad de delitos cometidos. El ajusticiamiento se realizó a las 5:10 de la madrugada en uno de los patios de la penitenciaría nacional ubicada en la avenida Las Heras.

Di Giovanni, quien ha sido catalogado por las autoridades y los medios de comunicación como “el hombre más maligno que pisó tierra argentina”, murió al recibir en el pecho los ocho disparos efectuados por el pelotón de fusilamiento y un posterior tiro de gracia en la cabeza. El procedimiento se llevó de manera exitosa y normal, exceptuando el hecho de que el reo, por propia y expresa solicitud, no tuvo vendaje en los ojos y que, antes de recibir los primeros impactos de bala, gritó: “E viva l’anarchía”.

El fusilamiento fue presenciado por importantes personalidades que representaban a las autoridades nacionales, grupos militares de alto rango y varios periodistas de medios locales e internacionales. Entre tales se pueden destacar el ministro del Interior, doctor Ricardo Sánchez Orondo, y el secretario del presidente de la republica, el doctor Julio Viñas. Además, debe hacerse mención a que una multitud de personas, tras reiterados intentos fallidos por presenciar el fusilamiento, se agolpó en las puertas e inmediaciones de la prisión a fin de escuchar las detonaciones de los disparos.

Vale recordar que, tras una extensa y extenuante búsqueda por parte de la policía nacional, Di Giovanni fue apresado finalmente el jueves 29 del mes pasado, después de que el anarquista y los oficiales protagonizaran una intensa persecución y un prolongado tiroteo que dejó como saldo fatal la muerte de una niña. Luego de su captura, en un juicio llamativamente veloz de 48 horas, el tribunal del Ejército declaró culpable al anarquista revolucionario de planear y ejecutar gran cantidad de robos, atentados y homicidios, y lo condenó a la casi inmediata pena de muerte mediante fusilamiento.

 

HE VISTO MORIR…

Por Roberto Arlt

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la oscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
“..de acuerdo a las disposiciones… por violación del bando… ley número…”
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.

Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.

“..artículo número…ley de estado de sitio… superior tribunal… visto… pásese al superior tribunal… de guerra, tropa y suboficiales…”
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
“..estamos probando… apercíbase al teniente… Rizzo Patrón, vocales… tenientes coroneles… bando… dése copia… fija número…”

Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
“..Dése vista al ministro de Guerra… sea fusilado… firmado, secretario…”

Habla el Reo

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor…
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.

El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.

Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordene a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia. 

Muerto

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile

 

Fuente: Arlt, R (1994) “He visto morir…” en Aguafuertes porteñas: cultura y política. Buenos Aires. Losada. pags. 141/144.