En la década del 60 Estados Unidos vio nacer en su seno una nueva manera de hacer periodismo en la que realidad y ficción se transforman fusionándose en un armonioso discurso. La novedosa técnica periodística proponía atravesar el carácter de objetividad que regía el modelo de prensa tradicional, dejando de lado la neutralidad de los mensajes y haciendo caso omiso a la concepción de los medios de comunicación como meros transmisores de información.
A esta nueva tendencia se la llamó Nuevo Periodismo, y fue esta misma la que encuadró y permitió el surgimiento de un nuevo género literario denominado “no ficcional”. El género no ficcional pretendía no solo volver a los viejos pilares del periodismo tales como la investigación, la denuncia, el compromiso ético y la diversidad de voces, sino que además encontró nuevos temas para abarcar, sucesos que parecían haber sido extraídos de la misma literatura. Así, el género de no ficción utilizó recursos literarios para narrar sucesos reales, pero siempre manteniendo como base investigaciones periodísticas serias y elaboradas.
La novela “A sangra fría” publicada en 1965 por Truman Capote, es la que dio origen al género de no ficción en Estados Unidos. En este libro, Capote hace uso de sus dotes tanto de escritor como de periodista para narrar, en una dinámica y atrapante historia, el salvaje asesinato que los cuatro integrantes de la familia Clutter sufrieron en su casa de Holcomb, un pueblo de Kansas, en 1959 a mano de dos convictos que se encontraban el libertad condicional. Este escritor, tras años de laboriosa investigación y una minuciosa recolección de datos (acompañó a la policía en sus pesquisas, realizó entrevistas con los dos acusados de perpetrar el crimen, analizó los registros oficiales, etc.) logró reunir la suficiente información a la que dio forma y volumen en un escrito que combina literatura y periodismo en perfectas dosis. Así, mediante el libro “A sangre fría” logró hacer llegar al público la narración literaria de un hecho real que sin su intermediación habría alcanzado difusión en forma parcial y fragmentada. Fue el mismo Capote quien renegó de calificar su obra como periodística y no vaciló en afirmar que había creado un nuevo género literario: el genero no ficcional.
Sin embargo, en argentina, alguien se le había adelantado a Capote por ocho años. Ese alguien fue Rodolfo Walsh, quien con su libro “Operación Masacre” publicado en 1957 daba el puntapié inicial en el genero no ficcional.
El 9 de junio de 1956 los generales Tanco y Valle se sublevaron contra el gobierno de facto que en septiembre del año anterior había destituido al general Juan Domingo Perón. El levantamiento fue detenido y arrancado de raíz de una manera tan rápida y efectiva como brutal. Los fusilamientos fueron la herramienta predilecta para detener la contrarrevolución, fusilamientos ilegales que cobran inmediatamente el tinte de asesinatos. Entre los diversos fusilamientos hay uno cuyas particularidades logran diferenciarlo del resto; este tuvo lugar en los basurales de José León Suárez, y presentó como protagonistas y víctimas a un grupo de civiles (unos pocos vagamente relacionados con el levantamiento y otros con total desconocimiento del mismo) que luego de haber sido detenidos antes de que se dictara la ley marcial fueron masacrados. Sin embargo, las características precarias del fusilamiento permitieron que varias personas sobrevivan e incluso escapen ilesas al mismo.
A fines de ese año, en un café, llega a los oídos de Rodolfo Walsh la frase “hay un fusilado que vive”. No es ninguna casualidad que esta información arribe precisamente a este periodista, la publicación de sus cuentos policiales y diversas notas tenían una buena acogida popular, y eran estos mismos escritos los que comenzaban a presentar en Walsh ciertos rasgos críticos y, sobre todo, de humanidad.
Respecto a esto, en un escrito, que es presentado en una de las ediciones por las que atravesó “Operación Masacre”, Osvaldo Bayer plantea que la musa de Walsh fue su conciencia. Quizás no resulta probable aseverar dicha afirmación, pero si es ineludible la evidencia escrita de que su conciencia lo atravesó constantemente desde aquel día en que decidió desnudar a la sociedad argentina, y esto se denota en cada palabra que legó. Walsh fue un hombre que se indignaba ante las injusticias, que se avergonzaba y se sentía insultado por la corrupción impune, y, lo más importante, fue un hombre que se animó a denunciarlas.
Así, a partir del primer encuentro con el sobreviviente fusilado Juan Carlos Livraga, es que Rodolfo Walsh (en compañía de Enriqueta Muñiz) se lanza a la investigación del fusilamiento que ocurrió en los basurales de José León Suárez y los acontecimientos que rodearon esta masacre. Los resultados de su trabajo vieron la luz en el semanario “Mayoría” en forma de varias notas y, luego, publicados como libro con el estridente título de “Operación Masacre”.
Vale la pena hacer un pequeño paréntesis para profundizar un poco sobre Rodolfo Walsh; vale señalar que este autor en una autobiografía escrita en 1964, enumeró diversos y variados oficios que desempeño a lo largo de su vida, tras nombrarlos, escribe: “decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía”. Tal vez su propia categorización simula pecar de simpleza, pero no lo hace así su escritura. Walsh siempre escribió de manera clara pero exquisita, concreta pero reflexiva; su incursión en variados trabajos escritos (corrector de pruebas, editor de antologías, traducciones, artículos literarios, su labor periodística en notas de diversas características, cuentos policiales, etc.) le otorgó un color único a su prosa y una difícil clasificación como escritor.
Sin embargo, las dificultad de categorizar a Walsh no acaba en la especificación de escritor de uno u otro género, sino que recién comienza. Aún hoy, analizándolo a la distancia, Walsh sigue rehuyendo a los estructurados encasillamientos y categorizaciones. Quizás podría acercársele una definición que lo planteara como un conjunto homogéneo compuesto por elementos heterogéneos (que para la concepción conservadora son más bien opuestos) que a manera dialéctica se entrecruzan y complementan. Narrativa y compromiso político, ficción y no ficción, literatura y periodismo, escritura y militancia, no eran dicotomías entre las que debió optar por una opción u otra, eran relaciones indisolubles que le otorgaron un doble frente de ataque y escritura.
Observando este esquema de referencia y teniendo conocimiento de Walsh como un atrevido autodidacta, resulta lógico interpretar que su percepción de las exigencias sociales y la urgencia de la intervención política lo hicieran poner en duda la autonomía del mundo literario y del hombre de letras. Así, no se presenta extraño (aunque sí meritorio) ver que este escurridizo autor solucione la cuestión con la elaboración de una novela tan particular que dio nacimiento al nuevo género de la no ficción.
Es claro que un rasgo distintivo de la novela no ficcional es su referencia a lo real, pero esta característica no es más que apenas la punta del iceberg.
Para Ana María Amar Sanchez el género de no ficción se caracteriza por dos imposibilidades: la mostrarse como ficción (dado que los hechos ocurrieron) y la de presentarse como un espejo fiel de los acontecimientos (dado que el autor y el propio lenguaje recortan, organizan y ficcionalizan los sucesos). De ambas imposibilidades surge este nuevo género en donde la narración resuelve la tensión planteada entre lo ficcional y lo real.
¿Cómo se resuelve dicha tensión? Es cierto que el género presenta una bi-referencialidad en el sentido de que esta compuesto por elementos fácticos y ficcionales, pero resulta de suma importancia que entre ellos se desarrolle un perfecto equilibrio. En caso de uno de los dos muestre mayor predominancia frente al otro, desparecerá la tensión cuidadosamente elaborada entre ambos elementos y el texto terminará de inclinarse para la categoría fáctica o ficcional.
De esta manera, la noción de un equilibrado discurso considerablemente más amplio y abarcador permite que se tienda a borrar o a hacer más permeables los márgenes entre ficción, realidad, literatura, historia, periodismo, etc.
Además, el género de no ficción abre paso a un periodismo que podía ser leído igual que una novela. Mediante el, se puede escribir sobre acontecimientos fácticos con una gran carga de realismo empleando técnicas propias de la narrativa. En “Operación Masacre” puede observarse claramente como se dejan de lado las leyes de objetividad, distancia y neutralidad periodísticas, para recurrir a técnicas literarias. Estos recursos permiten llegar al lector de una nueva manera arribando a un nivel subjetivo muy superior al que alcanzan los periódicos, el lector se emociona ante la narración y se inmiscuye en ella con mayor profundidad y detalle. Donde antes solo había un hecho, ahora se rescata al hombre de carne y hueso, se presentan y caracterizan a los seres humanos que protagonizan el hecho, llegando a punto tal que el lector se identifica con ellos y sus sensaciones para luego reaccionar subjetivamente. Walsh deja constancia de este objetivo cuando en el prólogo para la primera edición del libro escribe: “Investigué y relate estos hechos tremendos para darlos a conocer en la forma más amplia para que inspiren espanto, para que no puedan jamás volver a repetirse.”
También el hecho de que los acontecimientos sean retratados en un libro le otorga a estos un carácter de perdurabilidad, contrario al rasgo efímero y al destino de olvido que caracteriza a las informaciones periodísticas.
Como escribí reiteradamente, es de destacar que el género de no ficción se encuentra relacionado de manera muy arraigada con el periodismo por el preciso hecho de referirse a sucesos reales. Este género presenta como propios los preceptos del buen periodismo que implican la investigación, la denuncia, el compromiso ético, la pluralidad de voces y de contenidos, todos estos llevados al punto que merezcan ser llevados en honor a la verdad.
Al lector no se lo distrae con informaciones falsas o denuncias insostenibles, sino que se lo respeta con información precisa y verdadera. El escritor establece un pacto de fidelidad con el lector, fidelidad a la propia conciencia y a la verdad; no hay que dejar de lado que la más ligera falsedad puede destruir de manera irreparable el lazo de confianza establecido con el lector.
Manteniendo la relación con el periodismo, la novela no ficcional tiene como pilar fundamental el uso de material documental que debe ser respetado y que no puede ser modificado por exigencias del relato. Este uso de información específica y fidedigna proveniente reportajes, informes y actas, junto a la propia innovación de explicitar el predominio del montaje, fue una marca radical para quiebre de toda relación entre la novela burguesa tradicional y la novela de no ficción.
En “Operación Masacre”, Walsh (que realiza una exhaustiva recopilación y un profundo análisis de variada documentación) presenta una búsqueda de la verdad de los hechos dividiendo el relato en 3 capítulos: “Las Personas”, “Los Hechos” y “La Evidencia”. A lo largo de estos, realiza constantemente una fusión entre periodismo y literatura. Sin embargo es en el prólogo donde comenta la manera en que avanzó la investigación y se recopilo ciertos datos informativos, y es en la “introducción” de la primera edición de marzo de de 1957 donde el escritor nombra algunos de los registros que le permitieron llevar adelante la investigación; el escritor en este fragmento dice “He hablado con testigos presenciales de cada una de las etapas del procedimiento que culmino en la masacre. Algunas pruebas materiales se encuentran en mis manos, antes de llegar a su destinatario natural. He obtenido la versión taquigráfica de las sesiones de la Consultiva provincial donde se debatió el asunto. He hablado con familiares de las víctimas, he trabado relación directa o indirecta con conspiradores, asilados y prófugos, delatores presuntos y héroes anónimos…”
Pese a todo, la novela de no ficción en ciertos aspectos se distancia del periodismo tradicional, sobre todo en la pretensión de objetividad y neutralidad buscada tan afanosamente por los periódicos. Este nuevo tipo de relato no intenta ser objetivo, tiene como rasgo propio su compromiso y subjetividad.
Hay que aclarar que el material documental utilizado para la producción de la novela no ficcional es respetado en su esencia, pero en la distinta disposición de dicho material y en su narración se producirán diversas transformaciones. El relato construido no se puede presentar como reflejo exacto de lo real, sino más bien como una nueva realidad con leyes propias.
Resulta aquí importante distinguir lo real –los hechos- de la realidad que es una construcción; lo real ocurre u ocurrió, pero cada vez que se intenta describirlo se cae irremediablemente en una construcción cultural, se produce una realidad. Cada sujeto que brinde una versión de lo sucedido produce una realidad, la versión producida por el sujeto es la verdad suya que no deja de ser verdad en tanto el mismo la testimonie.
El género no ficcional, como se habrá notado, marca el vínculo esencial que mantienen verdad y sujeto, la verdad es la verdad de los sujetos que construyen una versión. Los acontecimientos no sufren variaciones en si mismos, pero su reconstrucción dependerá de una enunciación que siempre poseerá una postura, una elección histórica, un sentido que dependerá de su construcción y de la selección del relato. De esta manera, el vínculo entre hecho y ficción resalta el hacer, y diluye la asociación ficción-mentira y hecho-verdad; lo que permite surgir un concepto de ficción (mejor dicho de no ficción) que no se opone al de verdad ni se presenta como sinónimo de la pura invención.
El escritor de ningún modo escapa a la regla enunciada en los párrafos anteriores, este cae en la misma cada vez que realiza la reproducción de los hechos a modo de relato, ahí el material documental adquiere diferentes significaciones debido a las nuevas relaciones que se presentan en el trabajo de montaje. Nace así, la realidad del narrador (la realidad literaria), la cual posee tanta verdad y subjetividad como las otras versiones.
En “Operación masacre” , Walsh se pone en evidencia desde un principio (sobre todo en introducciones y prólogos) como el autor que carga de subjetividad al discurso, como la persona que produce y mantiene el discurso; durante todo el escrito explicita que la narración es el producto (nunca mejor dicho) de sus selecciones, recortes y montajes.
Para reconstruir el fusilamiento junto a los sucesos que lo contextualizaron, Walsh trabajó con el testimonio de los distintos implicados en el hecho y de quienes los rodeaban, así como también tomó de referencia diversas documentaciones (oficiales y extra oficiales); es decir que de la compilación de una multiplicidad de realidades surge una nueva realidad que el escritor dará a conocer con su libro.
El relato muestra y sostiene el vínculo que mantienen verdad y sujeto; la verdad es la verdad de los sujetos (el autor y sus testigos) que construyen una nueva versión. La descripción de los acontecimientos ya no depende de lo real, sino de las enunciaciones de los sujetos, que siempre mantendrán una postura y también una elección histórica.
Walsh parece hacer referencia a la relación entre verdad y sujeto (en este caso él quien es autor de la obra) cuando escribe, en la introducción de la primera edición (en marzo de 1957), “…sucede que creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea. Y creo en este libro, en sus efectos.”
A su vez, la subjetividad del autor no termina en la presentación explicita de la investigación o en “manipulación” de los documentos y testimonios; no, el escritor, además, adopta una postura (explícita o implícita) definitivamente no neutral ante los sucesos y su escritura no dudará en caer en reflexiones y/o acusaciones.
En el género de la no ficción, y sobre todo en “Operación Masacre”, el escritor deja de ser un mero transmisor de información para transformarse en un narrador comprometido que aporta su visión del mundo. En este estilo de narrativa se reivindica la subjetividad como medio para llegar a la verdad de los hechos y, tomando como base la premisa de que hay tantas realidades como testigos, es natural que resulte de gran importancia saber de quien se la percibe y como este autor la vivencia.
La novela no ficcional presenta al escritor como una persona ética, que observa la realidad y la comunica; no como un agente de difusión neutral, sino como una voz que piensa la realidad, que la entiende, que opina y se emociona con ésta.
De esta manera, el autor carga al texto de una significación que atraviesa al libro en sí y genera una relación dialéctica con la realidad social e histórica. Estos rasgos generan una politización del discurso; cualquier opinión, reclamo, reflexión y denuncia que el autor realice en su escrito tendrán un anclaje inmediato en la sociedad.
Walsh implementó esta politización con marcado énfasis en su narración. Durante todo el libro mantiene y recalca la intención de denunciar e informar sobre un estado de cosas intolerable. Afirma y demuestra hasta el cansancio que no se trató de un fusilamiento “legal” sino de un asesinato, insistirá en que la ley marcial se aplicó fuera de horario sobre un conjunto de personas que, al menos en su mayoría, ni siquiera estaban enteradas de la posible revolución. A manera de protección, evita nombrar a diversos informantes que lo ayudaron en su investigación; pero no vacila en repetir una y otra vez los nombres de los asesinos que debían ser juzgados y castigados. Su relato descubre una verdad increíble: el delito del Estado, y prosigue detallando que el paupérrimo papel del Estado como criminal o cómplice no termina ahí, sino que acumuló nuevos delitos ocultando evidencias, persiguiendo y maltratando a las víctimas. Todo es denunciado por Walsh tanto en el propio texto como en los prólogos y epílogos que se van renovando con cada edición; en el epílogo de 1964 hace un recuento explícito de las cosas que buscaba lograr con la publicación de este libro por ejemplo en la siguiente cita : “Pretendía que Fernandez Suarez fuera juzgado, destituido, castigado.”
La politización característica del género no ficcional (tanto la realizada con el material documental como las subjetividades expresadas por el autor) produce una de las diferencias más importantes con respecto al periodismo clásico y al discurso histórico. Mientras estos últimos intentan presentarse como objetivos, distanciados y con una neutralidad que no deja rastros de una posición del sujeto escritor, la no ficción nunca pretende ocultar que (más allá de la manifiesta toma de partido en algunos casos) el montaje, la selección de los testimonios y la narrativización a los que son sometidos señalan el abandono de todo intento de neutralidad por parte del autor. Desde un primer momento la novela no ficcional acepta la subjetividad que viene dada en el discurso por la presencia (explícita o implícita) de un “yo” que solo puede definirse como el autor que sostiene el discurso.
La no ficción, el discurso histórico y el periodismo clásico mantienen entre sí un vínculo estrecho por ser géneros que priorizan la búsqueda de la verdad. Pero el primero de estos géneros se distancia de los restantes por su manera de concebir la verdad, para este la misma consiste en una construcción producida por los sujetos. Por su parte los otros dos géneros creen poder dar cuenta objetivamente de ella porque es externa al discurso e independiente de toda perspectiva.
Ante estas posiciones, el filósofo e historiador, Hayden White plantea una teoría en la que afirma que los acontecimientos no hablan por si mismos, sino que son los hombres quienes hablan de ellos. Al hacerlo lo realizan a manera de relato, lo cual implica que todo aquel que pretenda reproducir un suceso (real o no) lo hará narrándolo y, por lo tanto, sometiéndolo a las técnicas y formas discursivas que aplica todo escritor (ya sea de textos de ficción o no ficcionales, como de historia o periodísticos). Todos los textos serían productos de la organización, el recorte, la selección y el montaje; lo que eludiría la distinción radical de búsqueda de neutralidad que opone al género de no ficción y al periodismo conservador.
Además, Ana María Amar Sánchez especifica que los discursos no-ficcionales tienen dos particularidades comunes que muestran su peculiar condición narrativa; a) subjetivización e b) interdependencia formal. Estos son dos modos particulares que definen a la construcción no-ficcional.
a) Subjetivización de las figuras provenientes de lo real que pasan a constituirse en personajes y narradores.
Esta construye una narración y lleva a primer plano a los personajes, enfoca de cerca e individualiza a aquellos sujetos que en un informe periodístico o en un discurso histórico tradicional quedarían en el anonimato. Esta subjetivización de los personajes y de los narradores los sitúa en el ámbito narrativo pero siguen perteneciendo al mundo de lo real; es en ellos, por lo tanto, donde se genera la verdadera fusión.
En su escrito, Walsh muestra una exposición máxima de esta subjetivización, en la primera parte titulada “Las personas”. En ésta el escritor no solo realiza la descripción física de las personas (valga la redundancia) que fueron víctimas de la masacre, sino que hace hincapié en sus sentimientos, hogares y formas de vida, relaciones humanas, miedos e incluso pensamientos.
Pero además de estas personas hay otro personaje fundamental en la historia al que Walsh caracteriza y describe profundamente; se trata de él mismo. Ya desde el inicio del texto se denota esto, se ve en el prólogo y en la introducción del libro donde el autor explica cómo se gesta y se desarrolla la investigación; se trata de una investigación posterior a los hechos pero por la magia de la narración pasa en el texto a preceder a los hechos y se constituye ella misma en acontecimiento. Allí se va definiendo a un protagonista importantísimo, la figura clave del narrador-periodista-detective. El autor no se limita a mantener el discurso cargándolo de subjetividad, sino que condensa múltiples funciones (algunas como personaje de la historia): narra, construye, investiga, acusa e intenta reparar la injusticia.
Vale aclarar que la subjetivización de la que estoy hablando no se restringe únicamente a los personajes, también abarca los hechos que relata. Mientras que el periodismo y la historia suelen trabajar generalizando y distanciando, el discurso narrativo no ficcional trabaja metódicamente enfocando de muy cerca los fragmentos. En “Operación masacre” puede observarse esta tendencia, en como se especifican las situaciones por las que atravesaron los distintos personajes. El texto no se contenta con informar que hubo un fusilamiento en que se salvaron algunas personas; no, en éste se especifica como las víctimas fueron “detenidas”, como se dieron los hechos en la comisaría, como se salvaron quienes lograron salvarse y como murieron aquellos que no corrieron con la misma suerte, como los sobrevivientes fueron acechados y perseguidos, como los culpables siguen libres y sin juicio, etc.
Esos puntos abarcados por el relato muestran como la narración no-ficcional trabaja con la expansión del relato y la concentración en el detalle. Como se ha visto la no ficción expande y desarrolla lo que se encuentra resumido o contado con brevedad en los artículos periodísticos y/o en los discursos históricos.
b) Interdependencia formal en el sentido de que se hace notar la presencia de procedimientos compartidos con los otros escritos realizados por el autor.
A su vez, el tipo de relación intertextual que se teje lo aproxima a otros géneros creando distancias y relaciones con los relatos no-ficcionales y ficcionales de distintos autores.
En el caso de Walsh en “Operación masacre”, el canon del género policial domina la escena durante la mayor parte de su producción. El género policial se entrelaza con el periodismo (profesión del autor) para forjar a la no-ficción de Walsh.
Pero pese a que las primeras novelas y cuentos de Walsh fueron claros ejemplos del paradigma del relato policial clásico, sus textos no-ficcionales (sobre todo en el analizado) se diferenciarán de este paradigma para mostrar un acercamiento a la novela policial norteamericana. En “Operación masacre” perduran procedimientos constructivos y narrativos que caracterizan al policial norteamericano, al relato negro.
En el policial negro el detective solo avanza en su investigación poniendo el cuerpo, exponiéndose en la búsqueda. En el prólogo a “Operación Masacre”, Walsh se presenta en una figura de narrador que es fácilmente asociada a la del detective que se arriesga, que decide jugarse e inmiscuirse en el peligro para llegar a la solución del caso. El autor cita el peligro por el que atravesó mientras investigaba cuando escribe: “Ahora durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una célula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante dos meses viviré en un helado rancho en Merlo, llevaré conmigo un revolver, y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente: Livraga bañado en sangre caminando por aquel interminable callejón por donde salió de la muerte, y el otro que se salvó con él disparando por el campo entre las balas, y los que se salvaron sin que él supiera, y los que no se salvaron.”
Rodolfo Walsh encuentra en narrar y denunciar la única forma en que se puede hacer justicia. Para poder hacer esto tiene que arriesgarse a ser perseguido, ocultarse y, corriendo grandes riesgos, ir en la búsqueda de informantes, sobrevivientes y sospechosos.
Otro rasgo del género policial que muestra el texto no-ficcional de Walsh es la presencia del suspenso en los textos. Pero de ahí también surge una diferencia; mientras que los relatos policiales hacen uso de lo imprevisible para generar tensión, en el escrito de Walsh el suspenso domina el relato haciendo uso del modo de organización narrativa. En esta novela de no ficción el suspenso se mantiene, especialmente en los momentos cuyo desenlace resulta más conocido para el lector, dependiendo de la hábil construcción de la secuencia.