Por Florencia Sturla
Era una cálida tarde de octubre, el sol golpeaba con toda su fuerza sobre los ventanales del salón. Ni una brisa en la calle. Las calles vacías, todos, siguiendo la costumbre del pueblo, dormían placidamente su siesta diaria, mientras las primeras chicharras entonaban su canto tan particular. Sólo José y Clara se encontraban trabajando, haciendo los últimos retoques para la exposición que esa noche inauguraba. Faltaba poco: colgar algunos cuadros, reacomodar los spots y limpiar el piso de baldosas blancas. Ambos estaban totalmente compenetrados en su tarea cuando imprevistamente, una de las obras cayó al suelo con un estallido de vidrios partiéndose que seguramente despertó a más de un vecino.
Refunfuñando por su torpeza al colocar el clavo, José se acercó al dibujo que representaba una gran locomotora que largaba bocanadas de humo, al frente un jinete intentando enlazarla pero algo faltaba, no era la misma que esa mañana había colgado. Absorto, llamó a Clara:
-¡Mirá! Por favor Clara, vení a ver esto! No se si estoy loco o qué pero me parece que hay algo raro en este dibujo.
Con cara de pocos amigos, se asomó.
-¿Pero qué pasa? ¿Qué hiciste ahora negro? Yo no me voy a hacer responsable te voy avisando, esto fue tu culpa.
-Sí, lo que digas pero mirá con atención, ¿no te parece que falta algo acá? ¿no ves algo raro? Me parece que antes había una figura de un hombre en el fondo a la izquierda y ahora no está.
-Acá el único raro sos vos. Me parece que el sol te está afectando la cabeza, tomate un vaso de agua fría y sigamos trabajando que faltan pocas horas y no vamos a llegar. Vas a tener que cambiarle el vidrio, llamá a Luis que te traiga uno con las medidas.
Tratando de sacarse la idea de la cabeza, y tras llamar pidiendo por el cristal, José se propuso seguir con su labor pero justo cuando tomaba la escoba, chocó con un hombre de mediana edad, rasgos criollos y mirada penetrante. Extrañamente le resultaba familiar. Se disculpó por su falta de cuidado pero el hombre ignoró sus palabras y se dirigió hacia uno de los dibujos de la punta. Con muchísimo cuidado lo descolgó y lo colocó en el suelo, así siguió con el resto bajo la mirada sorprendida de José.
-Señor… ehhh disculpe, pero estos cuadros son propiedad privada, no debería tocarlos.
– Cállese y escuche, están mal ordenados.
– ¿Cómo dice?
– ¿Es sordo? Están mal ordenados dije.
– Si, entendí… pero…
El misterioso señor comenzó a reacomodar las obras, mientras que el empleado no entendía nada de lo que sucedía. Cuando terminó, se sacudió el polvillo de las manos y con un ademán se despidió y salió tan silenciosa y repentinamente como había entrado.
Un par de horas más tarde, las puertas del salón abrieron al público y de forma lenta pero constante fueron llegando más y más personas. Muchas de ellas eran viejos amigos del fallecido dibujante, también estaban sus hijos y la viuda.
José, que se había ido a cambiar, llegó justo cuando empezaba el acto inaugural. Después de las palabras de bienvenida, los visitantes fueron invitados a ver las obras. A paso lento, José fue avanzando por las obras pero se detuvo en la del tren y el jinete.
Misteriosamente ahí estaba de nuevo la figura que faltaba, un hombre de poca estatura y rasgos criollos, de unos 40 años, el hombre que esa misma tarde había estado en ese salón. Justo en ese momento, se le acercó una mujer que a pesar de sus años se veía que había sido de una belleza única, era la viuda del dibujante.
– Me han dicho que fue usted quien ordenó los cuadros, ¿cómo supo que ese era el orden en que mi marido los presentaba? ¿Lo conoció? Seguramente no, es muy joven usted, es aquel, en el dibujo a la izquierda, le gustaba aparecer en sus obras. Era algo bajo pero no le daba importancia. Siempre con esa mirada profunda… ¿Está bien? Lo veo algo pálido.
Imágenes de otros tiempos
Inauguración de la muestra “Mi niñez en Cañada” del artista Pablo Pereyra
Viejas estaciones de trenes, esquinas abandonadas de bates que hicieron historia, inocentes juegos de niños alejados de la violencia actual y campamentos gitanos que asustaban a los más chicos son solo algunas de las postales cañarenses de principio del siglo pasado ilustradas en magníficos trabajos de Pablo Pereyra, “El Indio” para sus amigos.
Estos trabajos forman parte de la exposición “Mi niñez en Cañada” que se inauguro ayer en los Altos de Promoción Comunitaria Municipal de la ciudad de Cañada de Gómez, a 10 años del fallecimiento de su autor y en adhesión al 25º Aniversario del Museo Histórico Municipal.
La muestra, que es en realidad una reedición de la serie “Las Imágenes de mi tiempo” organizada en 1991, está compuesta por 30 dibujos elaborados con plumín, tinta china y muchísima paciencia. Representa un recorrido por las costumbres, los tipos populares y el ambiente de Cañada de Gómez cuando era tan solo una villa, allá por los años ’30.
Pablo A. Pereyra nació en esta localidad santafesina el 15 de enero de 1911. Tras cursar sus estudios primarios, se trasladó en busca de nuevas oportunidades a Capital. En los años que siguieron sus dibujos ilustraron numerosas publicidades y tapas de libros, entre ellas las de la colección “Robin Hood”. También fue director artístico de las revistas “Hora Cero” y “Frontera”. Además de arte, otra de sus pasiones era el rugby, lo cual esta volcado en muchos de sus trabajos. Finalmente, en 1996 falleció en Buenos Aires.
Tras su muerte, sus hijos y sobrinos decidieron organizar una muestra en recordatorio del “Indio”, proyecto que recién comenzó a tomar forma en el 2005 con el apoyo de la Municipalidad. Así, se lanzaron a la recolección de estos dibujos llenos de recuerdos provincianos y anécdotas personales.
Muchas de esas historias fueron narradas en el discurso inaugural a cargo del historiador local Gerardo Álvarez, intimo amigo de Pereyra y también uno de los impulsores de la muestra. La intendenta, Stella Clérici tomó la palabra a continuación, donde felicitó a la familia y habló de su proyecto para organizar más exposiciones similares, rescatando el arte cañadense.
Para muchos, más allá de la presentación de los trabajos, esta fue una fiesta de reencuentro con familiares y viejos amigos, rememorando otros tiempos entre risas y llantos.
Trabajo Práctico: “Narrativas artificiales y naturales”