Herodoto, el primer reportero

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Herodoto, quien vivió hace 2.500 años, no fue sólo el padre de la Historia, sino también el primer reportero. Fue el padre, maestro y practicante de un nuevo género: el reportaje.
El reportaje tiene tres fuentes, de la que los viajes son la primera. No los viajes en un sentido turístico o como paseo de descanso, sino como una expedición concreta y dolorosa de descubrimiento que requiere preparación, planificación cuidadosa e investigación para recolectar material en conversaciones y documentar sus propias observaciones de campo. Y así Herodoto durante años viajó a los rincones más extremos del mundo que conocían los griegos, llegando a convertirse en el primer globalista. Totalmente consciente de cuántas culturas había sobre la Tierra, quería llegar a conocerlas todas. ¿Por qué? Porque sabía que se puede aprender más de la cultura propia familiarizándose con otras. La cultura propia revelará mejor su profundidad, valor y sentido únicamente cuando encuentre su reflejo en otras culturas, pues ellas la iluminarán mejor y con mayor penetración.


La segunda fuente de los reportajes son otras personas, aquellas que se encuentra uno en el camino y aquellos a quienes viajamos para conocer y poder trasmitir luego sus conocimientos, historias y opiniones. Aquí Herodoto resulta ser el maestro extraordinario. Su actitud y comportamiento muestran lo que es esencial para un reportero: el respeto por los demás hombres, por su dignidad y su valor. Escuchar con cuidado el latido de su corazón y la forma en que los pensamientos cruzan por su mente.
Tratando de ser imparcial y objetivo, conscientemente nos deja la decisión sobre las variantes más dispares de la misma historia. Por ello sus reportajes son multidimensionales, ricos, vivos y palpables. Herodoto se toma la molestia de recorrer cientos de millas por mar, a caballo o simplemente a pie sólo para escuchar otra versión de un evento pasado. Quiere saber, no importa el precio, y quiere que su conocimiento sea el más auténtico, el más cercano a la verdad. Esta conciencia presenta un buen ejemplo de la responsabilidad que asumimos por todo lo que hacemos.
La tercera fuente de un reportaje es la tarea del reportero: leer lo que se ha escrito y sobrevive en los textos, inscripciones o símbolos gráficos del tema sobre el cual se está trabajando. Herodoto también nos enseña cómo ser inquisitivos y cuidadosos. Todo es importante, potencialmente capaz de revelar un mensaje o nuevos significados. Por su propio ejemplo mostró que un reportero debe ser un observador cuidadoso, sensible a los detalles aparentemente insignificantes y banales, que pudieran resultar ser símbolos o señales de mundos mucho más importantes, extendiéndose más allá y en un orden más alto.
“Todas las personas tienen la tendencia natural a adquirir conocimientos”, afirmó Aristóteles, quien era un poco más joven que Herodoto, al inicio de su Metafísica, agregando que es el ojo quien juega el papel más importante porque percibe mejor las diferencias. También sabemos de la importancia del ojo del reportero: concentrado, penetrante, observador de lo que parece invisible, que bien pudiera ser la otra cara de un fenómeno dado, con frecuencia la más esencial.
Sin embargo, el problema es que para observar lo esencial con frecuencia uno tiene que estar en ese lugar, y para llegar ahí tiene que viajar. Es su presencia en esos viajes lo que resultó en el gran reportaje que hizo sobre el mundo y que hemos estado leyendo desde hace 25 siglos.
Un reportero impulsado por la “tendencia a adquirir conocimientos” siempre trata de encontrar un punto medio entre la curiosidad sobre el mundo de sus lectores y su propia “tendencia a adquirir conocimientos”.
Y he aquí el por qué un buen reportaje es tan popular en el mundo actual. El hombre contemporáneo, viviendo en un mundo conjurado por los medios de la ilusión y las apariencias, simulacros y fábulas, sintiendo instintivamente que se le alimenta de falsedad, hipocresía, mentiras y manipulación virtual, busca algo que tenga el poder de la verdad y la realidad, es decir, cosas auténticas.
En este mundo globalizado la gente de distintas culturas demanda ser tratada como igual, con respeto. Es un hecho bien establecido que no hay culturas superiores ni inferiores y que lo que conforma una diferencia es sólo el resultado de condiciones geográficas e históricas específicas. El problema es que sabemos muy poco sobre otras culturas y más que obtener un conocimiento decente hay muchas probabilidades de que caigamos en fáciles y falsos estereotipos. Esto es lo que comprendió Herodoto demasiado bien. Mejor todavía: sabía que sólo nuestro conocimiento mutuo hace posible la comprensión y la conexión, como el único camino hacia la paz y la armonía, la cooperación y el intercambio.
Al cumplir con nuestro oficio no somos sólo hombres y mujeres en busca de escritos sino también una especie de misioneros, traductores y mensajeros. No traducimos de un texto a otro, sino de una cultura a otra, para que se comprendan mejor y estén más cerca.
Ryszard Kapuscinski / El Universal (Mexico)
Autor de “Emperador” y “Shah de Shahs” y reconocido periodista literario de Europa


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