El miedo – Jorge LANATA

UNIDAD SEIS
TEXTO PARA TRABAJO PRÁCTICO / Ir a Trabajo Práctico: Un relato sobre el miedo.
SOBRE LLOVIDO, ASUSTADOS
EL MIEDO
Aumentó el delito, pero más aumentó el miedo: la sensación térmica. Cada personaje cumple su papel: los medios lo fomentan, los progres omiten la urgencia de los hechos, los individuos compran cerraduras nuevas. El poder, agradecido, se queda donde está.
Por Jorge Lanata
Cuando sonó el teléfono que escondía en un cajón del escritorio, cuando llamaron al número que nadie tenía, el espía supo que ahora lo espiaban a él. El espía era Gene Hackman en La conversación, la película de Francis Ford Coppola. El espía era prolijo y calvo, y llevaba un piloto de plástico transparente Made in Taiwan, y se escondía en un garage abandonado donde trabajaba con equipos de sonido de alta sofisticación. El espía vivía de escuchar conversaciones tan ajenas como su propia vida, múltiple y secreta. El espía tenía una amante, pero dejó de pagarle el alquiler cuando ella comenzó a preguntarle por su trabajo. Tenía también una secreta pasión por el saxo, y un ícono de plástico de la Virgen María en el anaquel más alto de la biblioteca. Hasta que un día sonó aquel teléfono de nadie, y el espía escuchó su propia sesión de saxo del otro lado de la línea. Entonces comprendió que sabía demasiado y ahora lo estaban grabando a él. Como Icaro, cuando descubrió que el sol iba a derretirle las alas, pero ya había llegado demasiado cerca.
En el mito griego, en la película yanqui, o en la vida real se abre la misma puerta hacia el abismo. Y cuando eso sucede ya no importa que la Física sostenga que el Sol derrite, o que la Lógica advierta que los espías espían, porque lo que se acaba de disparar es el miedo.
Se dice:
-Tengo miedo.
Aunque en realidad sería más exacto decir:
-Construyo el miedo.
Cuando ya se fue se dice bien:
-Perdí el miedo.
-Le perdió el miedo.
El miedo se pierde de golpe, como una vuelta de cubilete, sin importar su tamaño ni su edad. Lo que se construyó en la noche desaparece al entrar la luz.
El miedo no nace, sino que se dispara, construyéndose en la angustia de la víctima.
Así funcionan las amenazas: una voz, del otro lado, que dispara el miedo. La voz no necesita exhibir su poder, sino recordar que está. Será la víctima quien haga que ese poder sea todavía mayor.
Los policías saben de memoria que es el miedo a ser descubierto lo que delata al sospechoso: una mirada que se salió de cauce, el cuello de la camisa que empezó a ajustar. En una novela regular pero de título brillante, El temblor de la falsificación, Patricia Haghsmith cuenta que en toda falsificación, por perfecta que sea, el especialista puede descubrir un temblor. Un momento de duda casi imperceptible, el milímetro de miedo necesario para ser culpable.
El que amenaza ya colgó; ahora amenazará a otro, y a otro más, y después irá al cine, o a jugar con sus hijos. Pero la víctima ya no tendrá paz: fue condenada a construir su miedo.
Como cualquier otra cosa verdaderamente importante, como el amor, o la fe, o la pasión, el miedo no guarda relación alguna con el dinero o el poder.
Del miedo militar a lo distinto surgieron los desaparecidos, o la censura. El miedo al cambio produce, en distinto grado, las definiciones, los diccionarios, la tasa de interés, la virginidad, las fronteras.
Heráclito, aquel filósofo griego que sostuvo que la vida era una especie de río en el que todo fluye, se moriría de risa: el miedo al cambio no detiene nada, la realidad sucede con independencia del deseo.
Construimos sistemas redondos, metálicos y perfectos para defendernos del miedo. Esos sistemas podrán llamarse Windows o KGB, en cualquier caso ideas absolutas, falsas y atractivas. El mito de la seguridad figura en ese chart de los diez miedos más vendidos.
A SEGURO SE LO LLEVARON PRESO, PERO QUIZÁ LO INDULTEN. Kennedy cayó en el asiento trasero de su limusina sin saber si el que disparó fue Lee Harvey Oswald, la CIA u Oliver Stone. Pero murió consciente de que la seguridad no existe.
Las multinacionales saben que cualquier sistema puede ser violado; llevan años contratando hackers para descubrir nuevas cerraduras en sus propias puertas.
Los servicios de inteligencia alimentan mitos ingenuos pero efectivos: la amenaza latente de los coches bomba con conductor suicida (frente a los cuales siempre es poco todo lo que se pueda gastar en seguridad); los terroristas internacionales culpables de casi todo (remember el venezolano Carlos), etcétera.
Todos saben que el miedo – ajeno- los favorece: las víctimas gastarán más dinero y se quedarán quietas.
El miedo favorece al orden: nadie se anima a cruzar la raya amarilla. Quizá por eso el Poder se lleva mal con el Humor: porque la sátira hace perder el miedo. ¿Quién le temería a un tirano que provoca risa?.
Construimos el miedo silenciosamente, en la intimidad, y es esa cercanía del fantasma lo que nos impide verlo. Si acerco ahora los ojos hasta tocar el papel, no podría tener una dimensión real del tamaño de la página.
La fantasía de un control cada vez más cercano, entrometiéndose en la vida cotidiana, se alimenta de esa trampa de la corta distancia: no se si hay un guardia dormido del otro lado, pero cuando veo una cámara temo que me estén mirando.
Quizá suene como un juego de palabras, pero podría decirse que el tamaño de nuestro miedo es proporcional al miedo que depositamos en él. Para decirlo de otro modo: temeremos todo lo que estemos dispuestos a temer.
Nadie sino nosotros puede prender la luz.
La información derrota al miedo.
DE TOMÁS MORO A AMERICAN EXPRESS, CON PARADA EN EL HOMBRE NUEVO. Cuenta Pablo Neruda en Confieso que he vivido, la historia de una mucama que poco antes del triunfo de Allende, hizo un pozo en el jardín:
-¿Para que hace eso?- le preguntaron.
-Para enterrar mí vestido azul, porque tengo dos.
La mucama temía que la Unidad Popular expropiara la mitad de sus bienes.
El lado opuesto no fue muy distinto, negando las matanzas de Stalin, o la existencia de presos de conciencia, o subordinando la libertad de expresión a la alimentación colectiva.
Una arquitecta de veintipico me contó una noche, en la terraza del Habana Libre, sus peripecias para que la dejaran salir de Cuba sin ser miembro del Partido. La chica decía que no quería exiliarse, sino conocer, y que pensaba volver a su país, pero le negaban la salida. De pronto dio en la clave:
-Parece- dijo- , parece como que no nos tuvieran confianza.
El Hombre Nuevo nacería por decreto. Pero con el tiempo murió de vida real.
Miedo a estar equivocado: la insistencia o la represión no lo disipan, del mismo modo que el miedo a saber no detiene el cáncer.
Cualquiera que alguna vez haya aprendido algo sabe que el miedo al error no enseña.
¿La necesidad de creación del Hombre Nuevo fue fruto del miedo de la izquierda al Hombre Viejo?.
Aquella vieja polémica entre los “estímulos morales y los estímulos materiales” parece confirmarlo: ¿porqué, después de un duro año de trabajo, “estaba bien” recibir un diploma a la mejor vaca lechera y “estaba mal” querer un sillón confortable?
Años más tarde, en nuestros grises ochenta, ¿el desmesurado elogio de lo irrealizable fue solo miedo a ver lo que éramos capaces de hacer? ¿Cómo salió la pelea de Tomás Moro con Fukuyama? ¿American Express ganó por puntos?
¿Puedo entristecerme por lo que nunca pasará? ¿Puedo estar triste porque el hombre no vuela? ¿Seré un burgués mediocre si sueño con construir un avión? ¿No es, finalmente, reaccionario lo imposible? ¿No hace que, finalmente, nos quedemos quietos?
¿Una consigna encierra la realidad o muestra el miedo a conocerla?
E=mc²
¿Esa es la Consigna de la Relatividad o el fruto de años de trabajo posible?
Las definiciones perfectas no sólo son cómodas porque cierran, también porque son falsas.
Nadie, nunca va a ponerlas a prueba.
Angustia “progre” frente a la cercanía del poder:
-¿Y ahora que hacemos?
Método histórico-socialista para conjurarla:
-Decimos que somos los únicos que tenemos razón.
Seremos felices cuando lo que sea (la síntesis, la utopía, la revolución) llegue. Pero nadie nos explica qué hacer con los problemas mientras llega la solución.
En el fondo, no es tan distinto de algunas posturas oficiales: el gobierno tose cuando le preguntan que harán con los desocupados mientras se reactiva la economía. La izquierda tose cuando le preguntan que harán con la seguridad hasta que, una vez en el gobierno, logren revertir el ajuste y disminuir la marginación social.
La realidad tiene un solo defecto: es urgente.
Durante la violencia de un asalto es difícil recordar al Emilio de Rousseau: el tipo que apunta con una 9 milímetros no es un salvaje natural, pervertido por lo social, sino solamente un tipo que apunta con una 9 milímetros y está dispuesto a pegarle un tiro.
Es cierto: el ajuste salvaje generó finalmente violencia salvaje.
Para decirlo de otro modo: el miedo a quedarse fuera de la economía construyó caminos violentos y rápidos para mantenerse adentro.
Es curioso: nos extraña que los delincuentes salgan dispuestos a matar mientras el Sistema le responde con NAPALM sin que se les mueva un pelo.
En la izquierda, la teoría le teme tanto a la práctica que habla como si esta no existiera. El poder, por su parte, se revuelca en el realismo haciéndose transfusiones de encuestas. Así, los que mostraron histórica mano blanda para la corrupción, los indultos, la obediencia debida, las excenciones, los gastos reservados, son los que, frente al miedo piden mano dura
Por oposición, los que pidieron mano dura en todos los casilleros anteriores ahora ruegan una mano blanda para cumplir la ley. La tarjeta progre es encantadora para presentarse en las fiestas, pero a veces construye trampas reaccionarias: la paradoja que todavía se vive entre los travestis, los vecinos y el Código de Convivencia resulta un buen ejemplo.
-No seas ignorante, querido- acota el progre-. Mirá más allá. Ahí el bolonqui de fondo es que les cortamos a la cana el curro de las putas.
Es extraña esa postal en la que De la Rúa le quita todas las coimas a la policía
mientras Duhalde se arrepiente hasta hoy de haberles pedido a los uniformados una división de bienes. Cualquier turista que encienda la tele del hotel recordará para siempre la Argentina: aquel país en el que los travestis parecen un tercio de la población y no hay chicos desnutridos. Eso, al menos, muestran los noticieros.
Los miedos que la policía disparó en el Código de Convivencia guardan un origen moral: prendemos la luz sobre las coimas de la prostitución. El Código, sin embargo no ataca la Convivencia policial con la distribución de drogas. Un bebé podría, con la ayuda de una calculadora, descubrir que las cifras de los operativos contra el narcotráfico apenas suman al año, los kilos de dos o tres días de consumo en la ciudad. El problema es que el otro 98% no se vende en los supermercados. ¿Quién convivirá con él? En Caos, una colección de artículos que escribió para diarios italianos Pier Paolo Passolini se preguntó que harían las Brigadas Rojas con la policía si llegaran al poder: llegó a la molesta conclusión de que tendrían que dejarla. Depurarla durante cinco o diez años es un trabajo lejano, mediocre, espantoso y probablemente expuesto al error: pero es posible.
Disolverla parece heroico y plausible pero es también el mejor modo para que siga como está .
Deliberada o ingenuamente, los medios fomentan esta geometría del miedo y entonces cada protagonista actúa su rol: el público se siente más inseguro, los delincuentes aumentan sus salidas porque la tele dice que son ellos los que van ganando, y las calles se vacían porque los medios adelantaron que iba a estar así.
El poder agradece: temerosos y en medio de este caos lo único que nos animamos a hacer es pedirle que se quede donde está .
Revista XXI, Año 1, Nº 11, página 19