Memorias de la lectura 2

Adaptación del Trabajo práctico Memorias de la lectura de Cecilia Reviglio.
1.- Redactá un texto en el que relates alguna experiencia personal y significativa sobre la lectura. Por ejemplo, la primera vez que ingresaste a una librería o biblioteca, el primer libro que leíste o te leyeron, el libro que más te atrapó, etc.
A continuación de las consignas para este trabajo, encontrarás un texto motivador que te servirá para emprender la actividad.
2.- Luego, agregá enlaces a tu texto para convertirlo en un hipertexto. Para realizar esta tarea, considerá lo estudiado en Enlaces.
3.- Por último, publicá el trabajo en EnRedAcción

Texto motivador
Descubrimientos a la hora de la siesta
por Pablo Ramos

Empecé a leer de verdad a los 14 años. Yo trabajaba en la iglesia del barrio, como monaguillo y atendiendo la secretaría parroquial que funcionaba ocho horas por día, cortadas por la comida y la siesta. Fue durante esas horas de siesta, en las cuales yo me aburría como un hongo, que tomé contacto con mi primera novela, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. La elección había sido ni más ni menos que producto de una manera particular de respeto por la biblioteca del cura (biblioteca que no tenía ni un libro religioso): “Si vas a leer que sea ordenadamente”, me advirtió. Lo devoré en sólo dos siestas. Lo guardé en su lugar y tomé el segundo. Bajo el volcán de Malcom Lowry, lo que se dice un verdadero salto. ¿Qué me iba a imaginar que se escondía bajo un título tan prometedor? Me hubiera jugado el brazo derecho a que era de piratas en una isla a punto de estallar. Tesoros, explosiones volcánicas, espadas, cañonazos y un héroe que salía de todas gracias a su valentía, su cerebro y su buena suerte. Pero no, me encontré con las páginas enloquecidas de un borracho descomunal. Creo que no lo entendí del todo, al menos en las múltiples significaciones y planos que le veo hoy cada vez que lo releo. Pero el libro me cautivó igual o más que el anterior. Página a página seguí la aventura de este héroe diferente, excéntrico, enloquecido, que buscaba sentirse vivo y para eso no se le ocurría otra cosa que matarse a los botellazos limpios. Fueron nueve siestas de lectura exaltada.
Le siguieron El astillero y Los adioses, de Juan Carlos Onetti, Los cantos de Maldoror del Conde Lautremont, Lolita de Vladimir Nabokov, El hacedor, de Jorge Luis Borges, Los siete locos y Los lanzallamas de Roberto Arlt y muchos más. No sé si en ese orden, pero en un orden muy parecido. La biblioteca era de la mejor literatura del mundo. en la otra punta de la parroquia, en un estudio privado que no se usaba casi nunca. Hasta que un día el cura me sorprendió con un libro de Henry Miller (uno de sus Sexus, no me acuerdo cuál, pero que a decir verdad, me aburría bastante) me lo sacó y me dijo: “Esta biblioteca está prohibida”. Me dio Confesiones, de San Agustín: uno de los libros que más he releído en mi vida. El cura se cuidó, de ahí en más, de cerrar el estudio con llave, pero el demonio estaba desatado.
Pasaron los años y lo único que no dejé de hacer es leer. Leo todo lo que me atrapa y los libros me acompañan en cada momento de mi vida. En cana leí El que tiene sed, de Abelardo Castillo, y un cuento de Liliana Heker Don Juan de la casa blanca. Los dos lados del infierno tan temido. Tras tantas lecturas el mejor comienzo sigue siendo el del Evangelio de San Juan: “En el princio, el Verbo era”.
Publicado en Revista Ñ. Sábado 22 de Abril de 2006