Leer para otros por Alberto MANGUEL

Texto sugerido por Cecilia REVIGLIO
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La fabricación de cigarros había sido una de las principales industrias cubanas desde el siglo XVIII, pero en la década de 1850 el clima económico cambió. La saturación del mercado americano, el aumento del desempleo y la epidemia de cólera de 1855 convencieron a muchos obreros de que era necesario crear un sindicato para mejorar sus condiciones de trabajo. En 1857 se fundó una Sociedad de Socorro Mutuo de Artesanos y Jornaleros en la que sólo tenían cabida los torcedores de raza blanca; en 1858 se fundó una mutual similar para los trabajadores negros que no eran esclavos. Aquellos fueron los primeros sindicatos cubanos y los precursores del movimiento sindical cubano de finales de siglo.
En 1865, Saturnino Martínez, fabricante de cigarros y poeta, tuvo la idea de publicar un periódico para los trabajadores de la industria cigarrera que contendría no sólo artículos políticos sino también otros de ciencia y literatura, además de poemas y cuentos. Con el apoyo de varios intelectuales cubanos, Martínez sacó el primer número de “La Aurora”, el 22 de octubre de aquel año. “Su propósito” anunciaba el primer editorial, “será ilustrar de todas las maneras posibles, a la clase social a la que está destinado. Haremos todo lo que esté en nuestro poder para lograr la aprobación general. Si no lo conseguimos será culpa de nuestras limitaciones, no de nuestra falta de voluntad”. A lo largo de los años “La Aurora” publicó obras de los escritores cubanos más importantes del momento, así como traducciones de autores europeos como Schiller y Chateaubriand, reseñas de libros y obras de teatro, y denuncias sobre la tiranía de los propietarios de las fábricas y el sufrimiento de los trabajadores. “¿Saben ustedes”, preguntaba a sus lectores el 27 de junio de 1866, “que en las afueras de la Zanja, según cuenta la gente el dueño de una fábrica pone grilletes a los niños que utiliza como aprendices?”
Pero como Martínez comprendió pronto, el analfabetismo era el obstáculo más grave para que “La Aurora” se volviera verdaderamente popular; a mediados del siglo XIX apenas el 15% de los trabajadores sabían leer. Con el fin de que todos ellos tuvieran acceso a la publicación, a Martínez se le ocurrió usar lectores públicos. Habló con el director del colegio secundario de Guanabacoa y sugirió que el colegio proporcionara voluntarios que leyeran a los obreros, durante el trabajo. El director, muy entusiasmado por la idea, se reunió con los obreros de la fábrica El Fígaro y después de obtener el premiso del propietario los convenció de la utilidad de la iniciativa. En lugar de estudiantes voluntarios se eligió a uno de los trabajadores como lector oficial, y los otros le pagaron de su propio bolsillo. El 7 de enero de 1866 “La Aurora” informaba que “ha comenzado la lectura en los talleres y la iniciativa se debe a los honrados trabajadores de El Fígaro. Ello supone un paso gigante en la marcha del progreso y la mejora de la situación de los trabajadores, puesto que de esa manera se familiarizarán gradualmente con los libros, fuente de eterna amistad y gran entretenimiento”. Entre los libros leídos figuraban el compendio histórico “Batallas del siglo”, novelas didácticas como “El cocinero de su Magestad” (sic), de Fernández y González hoy completamente olvidado, y un manual de economía política de Flórez y Estrada.
Con el tiempo, otras fábricas siguieron el ejemplo de “El Fígaro”. Fue tal el éxito de esas lecturas públicas que en poco tiempo comenzaron a considerarse “subversivas”. El 14 de mayor de 1866 el Gobernador de Cuba promulgó el siguiente edicto: “Se prohíbe distraer a los obreros de las tabaquerías, talleres y tiendas de todas clases con la lectura de libros y periódicos o con discusiones ajenas al trabajo que realizan. (…)”.
A pesar de la prohibición, se siguieron realizando algunas lecturas clandestinas cada tanto y de una u otra forma. En 1870, sin embargo, había prácticamente desaparecido. En octubre de 1868, con el estallido de la Guerra de los Diez Años, también desapareció “La Aurora”. Pero las lecturas públicas no se habían olvidado. En 1869 ya habían reaparecido, en suelo norteamericano de la mano de los propios trabajadores”.

Extraído del libro “Una historia de la lectura”. Buenos Aires. Emecé, Año 2005. Capítulo “Leer para otros”. Págs. 124 / 125. Fragmento.