Algo de Oliverio GIRONDO

Casualmente, como casi todo lo que se me cruza por el camino, encontré este texto del poeta Oliverio Girondo. Quiero compartirlo con ustedes, no sólo por su belleza, sino también porque refleja el significado del oficio de escribir para este escritor. Laura ORIATO
Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor.
El ombligo no es un órgano tan importante como imaginan ustedes… ¡Señores poetas!
Aunque la estilográfica tenga reminiscencias de lagrimatorio, ni los cocodrilos tienen derecho a confundir las lágrimas con la tinta.
A fuerza de gritar socorro se corre el riesgo de perder la voz.
Hay poetas demasiado inflamables. ¿Pasan unos senos recién inaugurados? El cerebro se les incendia. ¡Comienzan a salirles humo de la cabeza!
No hay que confundir poesía con vaselina: vigor, con camiseta sucia.
Los críticos olvidan, con demasiada frecuencia, que una cosa es cacarear, otra, poner el huevo.
¿Cómo dejar de admirar la prodigalidad y la perfección con que la mayoría de nuestros poetas logra el prestigio de realizar el vacío absoluto?
La experiencia es la enfermedad que ofrece el menor peligro de contagio.
¡Si buena parte de nuestros poetas se convenciera de que la tartamudez es preferible al plagio!
La vida es un largo embrutecimiento. La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas; poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario; los mosquitos pueden volar tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles, y cuando deseamos viajar nos dirigimos a una agencia de vapores en vez de metamorfosear una silla en un trasatlántico.
Entre otras… ¡la más irreductible disidencia ortográfica!
Ellos: padecen todavía la superstición de las Mayúsculas.
Nosotros: Hace tiempo que escribimos: cultura, arte, ciencia, moral y, sobre todo y ante todo, poesía.
Musicalmente, el clarinete es un instrumento muchísimo más rico que el diccionario.
Segura de saber dónde se hospeda la poesía, existe siempre una multitud impaciente y apresurada que corre en su busca pero, al llegar donde le han dicho que se aloja y preguntar por ella, invariablemente se le contesta: se ha mudado.
La poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre el verdadero poeta.
Las mujeres modernas olvidan que para desvestirse y desvestirlas se requiere un mínimo de indumentaria.
El adulterio se ha generalizado tanto que urge rehabilitarlo o, por lo menos, cambiarle de nombre.
¡Impongámonos ciertas normas para volver a experimentar la complacencia ingenua de violarlas! La rehabilitación de la infidelidad reclama de nosotros un candor semejante. ¡Ruboricémonos de no poder ruborizarnos y reinventemos las prohibiciones que nos convengan, antes de que la libertad alcance a esclavizarnos completamente!
Estamos tan pervertidos que la inhabilidad de lo ingenuo nos parece el “sumun” del arte.
No hay crítico comparable al cajón de nuestro escritorio.
¡El Arte es el peor enemigo del arte!… un fetiche ante el que ofician, arrodillados, quienes no son artistas.
Aunque ellos mismos lo ignoren, ningún creador escribe para los otros, ni para sí mismo, ni mucho menos para satisfacer un anhelo de creación, sino porque no puede dejar de escribir.
En ninguna historia se revive, como en las irisaciones de los vidrios antiguos, la fugaz y emocionante historia de setecientos mil crepúsculos y auroras.
Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario.
Las distancias se han acortado tanto que la ausencia y la nostalgia han perdido su sentido.
Aspiramos a ser lo que auténticamente somos, pero a medida que creemos lograrlo, nos invade el hartazgo de lo que realmente somos.
Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos, a ser siempre distintos, a renovarnos en cada poema, pero a medida que se acumulan y forman nuestra escueta o frondosa producción, debemos reconocer que a lo largo de nuestra existencia hemos escrito un solo y único poema.
Sólo después de arrojarlo todo por la borda somos capaces de ascender hacia nuestra propia nada.
Con la poesía sucede lo mismo que con las mujeres: llega un momento en que la única actitud respetuosa consiste en levantarles la pollera.