UNIDAD 6
TEXTO COMPLEMENTARIO
… Había calles enteras dedicadas al opio… Sobre bajas tarimas se extendían los fumadores… Eran los verdaderos lugares religiosos de la India… No tenían ningún lujo, ni tapicerías, ni cojines de seda… Todo era tablas sin pintar, pipas de bambú y almohadas de loza china… Flotaba un aire de decoro y austeridad que no existía en los templos… Los hombres adormecidos no hacían movimiento ni ruido… Fumé una pipa… No era nada… Era un humo caliginoso, tibio y lechoso… Fumé cuatro pipas y estuve cinco días enfermo, con náuseas que me venían desde la espina dorsal, que me bajaban del cerebro… Y un odio al sol, a la existencia… El castigo del opio… Pero aquello no podía ser todo… Tanto se había dicho, tanto se había escrito, tanto se había hurgado en los maletines y en las maletas, tratando de atrapar en las aduanas el veneno, el famoso veneno sagrado… Había que vencer el asco… Debía conocer el opio, saber el opio, para dar mi testimonio… Fumé muchas pipas, hasta que conocí… No hay sueños, no hay imágenes, no hay paroxismo… Hay un debilitamiento melódico, como si una nota infinitamente suave se prolongara en la atmósfera… Un desvanecimiento, una oquedad dentro de uno… Cualquier movimiento, del codo, de la nuca, cualquier sonido lejano de carruaje, un bocinazo o un grito callejero, entran a formar parte de un todo, de una reposante delicia… Comprendí por qué los peones de plantación, los jornaleros, los rickshamen que tiran y tiran del ricksha todo el día, se quedaban allí de pronto, oscurecidos, inmóviles… El opio no era el paraíso de los exotistas que me habían pintado, sino la escapatoria de los explotados… Todos aquellos del fumadero eran pobres diablos… No había ningún cojín bordado, ningún indicio de la menor riqueza… Nada brillaba en el recinto, ni siquiera los semicerrados ojos de los fumadores… ¿Descansaban, dormían?… Nunca lo supe… Nadie hablaba… Nadie hablaba nunca… No había muebles, alfombras, nada… Sobre las tarimas gastadas, suavísimas de tanto tacto humano, se veían unas pequeñas almohadas de madera… Nada más, sino el silencio y el aroma del opio, extrañamente repulsivo y poderoso… Sin duda existía allí un camino hacia el aniquilamiento… El opio de los magnates, de los colonizadores, se destinaba a los colonizados… Los fumaderos tenían a la puerta su expendio autorizado, su número y su patente… En el interior reinaba un gran silencio opaco, una inacción que amortiguaba la desdicha y endulzaba el cansancio… Un silencio caliginoso, sedimento de muchos sueños truncos que hallaban su remanso… Aquellos que soñaban con los ojos entrecerrados estaban viviendo una hora sumergidos debajo del mar, una noche entera en una colina, gozando de un reposo sutil y deleitoso…
Después de entonces no volví a los fumaderos… Ya sabía… Ya conocía… Ya había palpado algo inasible… remotamente escondido detrás del humo…