Este texto, elegido por Belén Lattuca para compartir en la clase, es un fragmento de una lectura que por acá pueden disfrutar de forma completa:
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Tillie Olsen, en su libro Silencios, citaba estas palabras de Kafka, desesperado por no poder dedicarse al 100% al trabajo literario y tener que compaginarlo con su empleo en una compañía de seguros, con las que me siento bastante identificada:
No termino nunca nada, porque no tengo tiempo y esto me oprime mucho. Cuando me pongo a escribir después de cierto tiempo, atrapo las palabras como si las sacase del aire vacío. Cuando consigo una, solo la tengo a ella, y todo el trabajo empieza de nuevo desde el principio.

Y mira, puede que la envidia y la sensación de fracaso sean un motor que impulsa la creatividad, pero también pueden hacerte caer muy rápido por el precipicio de la amargura y paralizarte hasta que seas, de verdad, incapaz de escribir nada. Dorothy Parker tenía una frase maravillosa sobre el oficio de la escritura, que es la que da título a este texto: “odio escribir, pero me encanta haber escrito”. Es que sí, Dorothy, es que es justo eso. No hay mejor sensación en el mundo que acabar de escribir algo que por fin te gusta, algo que te saca esa sonrisilla triunfal cuando lo relees. Pero el camino hasta llegar ahí… ay amiga, eso es otra cosa. Batallar contra tus propias inseguridades, contra las distracciones continuas y el autosabotaje, contra el miedo a copiar a alguien sin querer o a decir algo que sea una completa chorrada son solo algunas de las piedras con las que me tropiezo todo el rato. Y sé que no soy la única, porque a la mayoría de las mujeres que conozco que se dedican a escribir les pasa algo parecido. Con las demás no tengo suficiente confianza como para saberlo, pero supongo que también les ocurre.