5 de diciembre de 2023 | Rosario | Camila Acuña
Las infancias del barrio de República de la Sexta ya no solo transitan por la Facultad de Psicología de la UNR para mendigar, sino que ahora tienen un espacio dedicado a ellos dentro de la facultad.
Una sala con paredes revestidas de ilustraciones, llenas de colores. En el centro hay una mesa blanca y rectangular de metal que, de lunes a viernes, forma parte esencial del ritual de merendar. Niños del barrio de la Sexta que ya no solo entran a la facultad a mendigar, sino que ahora tienen un espacio en el que pueden comer, jugar, leer y dibujar.
Después del mediodía, al salir de la primaria, van a sus casas para dejar sus mochilas e ir a la Facultad de Psicología, ahí, a la vuelta de la esquina. La mayoría de los días son diez los niños que atraviesan las puertas de cristal de la entrada principal. Son diez los que caminan sobre los cerámicos color crema que visten el piso del hall de la facultad. Se cruzan con estudiantes, profesores o militantes de agrupaciones políticas. Dan 83 pasos por el pasillo de ingreso de la facultad, delimitado por las 14 columnas en las que cuelgan carteles con horarios, actividades semanales y propuestas de campañas políticas de las distintas agrupaciones.
Sin equivocarse el camino, llegan al pabellón seis, donde se encuentra su espacio.
Ellos lo bautizaron como “Los sueños de la Sexta” a mediados del 2019, cuando Jorge Molina, un dibujante de la ciudad de Rosario, comenzó a ilustrar las paredes que hasta entonces eran lisas. El nombre hace referencia a un libro que forma parte de los pilares de la Psicología: “La interpretación de los sueños”.
–Ese es un libro escrito por Freud, ¿o no? –pregunta una chica.
–Ese que vos dijiste es un viejo loco que a los psicólogos les hacen estudiar acá –comenta un niño.
Aunque “Los sueños de la sexta” nace con la gestión de la decana Soledad Cottone en 2019, este espacio tiene una historia previa.
Los programas de extensión universitaria de la Facultad de Psicología para dar respuesta a la situación de estos niños que iban de salón en salón pidiendo dinero para llevar a sus hogares comenzaron seis años antes, a mediados de 2013.
Bajo el nombre de “Seguridad Comunitaria” se inauguró el primer programa de una Facultad de la UNR que abrió sus puertas a los niños del barrio. Este proyecto contaba con dos cuidadores que tenían grandes trayectorias en el trabajo comunitario. Ellos fueron los primeros en crear referencias con estos niños que jugaban en los balcones de la Facultad sin cuidado alguno.
Pero tan solo dos años más tarde, en 2015, con una nueva gestión, este proyecto llegaría a su fin para armar un segundo programa de extensión al que llamaron “Proyecto Puente”. A diferencia de “Seguridad Comunitaria”, éste trabajó por fuera de la facultad, dentro del barrio de la Sexta con un psicólogo social a cargo. Sin embargo, los niños seguían deambulando por la Facultad sin ningún cuidado, haciendo que este proyecto solamente durara cuatro años.
Fue a principios de 2019 que se creó un tercer programa, una vez más, dentro de la Facultad. Ahí nació “Los sueños de la Sexta”, un nombre elegido en una asamblea realizada con los niños de la Sexta para que le dieran un nombre a su nuevo espacio. Pero el nombre que está graffiteado en color amarillo, naranja y celeste en la entrada del espacio va mucho más allá de una simple referencia. Para Julieta Lacour, la directora del espacio y fundadora de este proyecto único en su tipo dentro de las doce Facultades de la UNR, los sueños son una parte crucial a la hora de definir el lugar, de conocer su finalidad y entender por qué los niños asisten al espacio.
“¿Cuáles son tus sueños?”, pregunta en mayúsculas el afiche blanco colgado en una de las paredes de la sala, que roba la atención de cualquier persona al transitar el espacio. Ya sea por las respuestas en sí o por la manera irregular y despreocupada en que fue escrita la pregunta en letra doble.
“Mi deseo es conocer a Messi”, escribió Miguel. “Mi sueño es tener una casa para mi familia”, redactó “Pipo”. “Comer ñoquis con salsa de salchichas y con queso rallado encima”, anotó Delia. Son muchas, pero sobre todo son variadas las respuestas que ellos le dieron a esa pregunta. Son muchos los sueños que tienen, así como lo son las razones que los mantienen allí.
Su principal motivo para ir a la universidad es conseguir algo de plata para llevar a casa. Pero al igual que David Magallán, un joven artista del barrio que transita la facultad desde niño y que hoy en día da su taller de rap en el mismo lugar al que tiempo atrás solo asistía para conseguir “un peso”, van porque es lugar al que recurren para sentirse bien. Dentro de la universidad se sienten acompañados, a diferencia del barrio, en el que el desamparo es total.
Para Paula Sagué, la secretaria del área de Extensión de la Facultad, la demanda no es únicamente económica sino que también es vincular. Porque no es que pasan, “hacen el peso” y se van. Los niños se quedan.
Delia, una chica con la cabellera llena de tirabuzones negros azabache, se queda los martes porque cerca de las cuatro de la tarde asiste al taller de letras, donde se encuentra con Morena Baena, una estudiante de cuarto año de la carrera de psicología. Al entrar en la sala del espacio ambas toman una silla blanca de metal y se sientan una al lado de la otra, alrededor de la mesa principal.
Toman una revista del pequeño mueble rojo, ubicado en una de las esquinas de la sala que resalta por la frase escrita en él del mismo color del océano: “Me armo de libros y me libro de armas”. Delia elige una palabra y comienzan a jugar al ahorcado.
A través de este juego Morena busca que Delia pueda reconocer y recordar las letras del abecedario, para luego poder comenzar a leer.
Luca, un niño de rostro pecoso y poca altura, y Tiago, de ojos almendrados color café, se quedan los miércoles porque a eso de las tres se juntan a rapear y practicar “El rap de la facultad” con David, una canción que escribieron en el taller de hip hop y freestyle.
Al ritmo de la base musical que se reproduce de un pequeño parlante negro, sentados en el patio que está frente al espacio, entonan:
“Estamos en la facultad, sabemos rapear
Aprendimos a escribir sucio pero original.
En la calle hay asesinato, van y vienen sin contrato, pero hay maltrato”.
Y sin importar el día de la semana, ellos se quedan a merendar. Alrededor de las cuatro y media de la tarde se reúnen en la mesa central con Sergio Fernández, mejor conocido como “Varón”, y con Malena Rozín, a quien simplemente llaman “Male”.
–¿Quieren chocolatada o café con leche? –pregunta Male.
Algunos responden chocolatada, pero la mayoría siempre opta por café. Malena toma las tazas blancas que están en un mueble de madera barnizado en un tono claro y unas cucharas de metal que también se encuentran allí. Les prepara a cada uno la bebida que pidieron y las sirve en la mesa principal.
-¿Con galletitas dulces o saladas? –pregunta Malena.
La respuesta siempre es galletitas dulces.
Malena se unió a principios de este año como acompañante en el espacio. Es percusionista, por lo que alguna que otra vez se ha puesto a tocar alguna canción con los chicos. “Varón” está desde los inicios de los programas de extensión universitaria siendo uno de los dos cuidadores de “Seguridad Comunitaria” y, al igual que “Male”, es músico. Ambos esperan en el espacio, desde el mediodía hasta el final de la tarde, a que los niños lleguen. Juegan con ellos y les preguntan cómo están. Se ocupan de saber cómo vienen con la escuela o cómo se encuentra su familia.
Saben que si se presenta algún problema como la falta de alguna documentación como DNI, dificultades para cobrar en Anses, cuestiones socioeducativas como conseguir un pase para transferir de escuela a algún niño o de salud como turnos de vacunación o estudios médicos, pueden tratar de resolverlo con Bruno Valiente, el representante del “CePla”: un equipo de co-gestión con la Facultad que se ocupa de facilitar el acceso a los derechos de la gente del barrio. O también, abordar el problema en la mesa barrial, en la que participan todas las instituciones del barrio de República de la Sexta para resolver todo tipo de problemáticas.
“Los sueños de la Sexta” no solo es un espacio donde pueden comer, charlar o jugar. Es el sitio donde realizan una serie de rituales para celebrar la vida. Porque cuando el espacio inició, la mayoría no sabía ni su fecha de nacimiento, ni qué edad tenían. En un afiche celeste que cuelga de una de las paredes de la sala anotan sus fechas de cumpleaños, para así el último viernes de cada mes poder reunirse en la mesa principal para cantarle el feliz cumpleaños a los cumpleañeros de ese mes y soplar las velitas de la torta todos juntos.
“Los sueños” acompaña a estos niños que son los mismos que la noche anterior se juntan en el barrio a ver la mancha de sangre que el cuerpo de un conocido, un amigo o familiar ha dejado como sucedió con Tiago, un chico tez morena y ojos color chocolate, que una noche de finales de septiembre fue a ver el rastro de sangre que el cuerpo de su amigo había dejado tras haber muerto por dos disparos. Su amigo ya no lo acompañaría a la facultad a pedir o jugar.
Es un lugar que forma parte de su identidad y que hizo que dejaran de ser extraños dentro de la universidad. La misma a la que antes entraban solo a mendigar.
Es en “Los sueños de la Sexta” donde los niños sueñan. Son los sueños de los niños de la Sexta los que el espacio alberga.