Por Julieta Tamietti
El centro preventivo local de adicciones “CePLA”, se conoce por las siglas de cómo se llamó en 2014 a los dispositivos instalados por la Secretaría de programación para la prevención de la drogadicción y la lucha contra el narcotráfico, mejor conocida como “Sedronar”, en distintas partes de la ciudad de Rosario. Para funcionar como un espacio de contención y de restitución de derechos en el que participe toda la comunidad, teniendo como ejes de trabajo lo cultural-deportivo, educativo y encuentro comunitario. Pero en barrio la Sexta hay un equipo que, hasta hoy, tiene la capacidad de adaptarse a la situación en la que esté, desde las necesidades de la comunidad hasta afrontar la construcción de un nuevo espacio, después del incendio de 2020.
Nueve años siendo el único dispositivo que está vinculado a una Universidad y adaptándose a cada situación que se les presentó, el CePLA se volvió una referencia importante para el barrio de República de la Sexta. Hoy, están a la espera de un nuevo lugar que sea propio.
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Los jueves a eso de las diez de la mañana, en el barrio de República de la Sexta, si los vecinos salen a la vereda de sus casas seguro saludan al grupo de tres, a veces cuatro personas que pasa caminando por el medio de la calle. Si los saludan, les dicen buenos días, pero si se hace un comentario sobre cómo está el clima es pie suficiente para que esos tres, desde la calle, se acerquen a la vereda. Parecen testigos de Jehová, pero no usan camisa ni corbata. Sólo uno lleva un bolso negro colgado, en el que guardan una planilla, lapicera, volantes y yerbera. Mientras les extienden el folleto los vecinos esperan leer algo, posiblemente sobre religión, pero otra cosa está escrito:
“-¡Acceso a la justicia UNR volvió a tu barrio!-. Comunicate al teléfono del CePLA”
“-Hola, ¿qué tal? Mi nombre es Ariel, él es Bruno, es psicólogo. Yo soy abogado, aunque sé que no parece, somos los chicos del CePLA.-”
La señora, sentada en un banquito de madera dejó la cucharada de azúcar que le ponía al mate por la mitad. Mientras se paraba se acomodaba el vestido y se bajaba el pelo que, tal vez de recién levantada, tenía revuelto. No llegó a escuchar todo pero sí algo que no dejó pasar, con voz suave pero firme dijo:
“-¡Nene! Cómo vas a parecer abogado, no te tires abajo…-”
Cuando las risas cesan, le cuentan que son un equipo de un abogado, psicólogos y una trabajadora social. Hacen actividades a las que invitan al barrio y están en la Facultad de Psicología, a media cuadra. A cualquiera de ellos pueden escribirles si necesitan algo de cualquier tipo, desde tramitar un DNI hasta escucharlos si tienen una cuestión en particular, ellos van a estar a disponibilidad. En dos, tres ejemplos la vecina entiende cuándo puede contactarse, o por qué. Pero el CePLA no se remite sólo a las vueltas de tinte religioso, sino de más atrás…
Los chicos del CePLA
Por el 2014 Sabrina Romero Hechem, de 33 años, trabajaba en la sede de la Universidad. En su oficina no hay más espacio que para dos escritorios de madera barnizada, en ellos dos computadoras y muchos, muchos papeles. Antes de venir para Rosario estudió psicología en Corrientes, trabajó en distintas áreas del Estado y coordinó equipos hasta llegar a la Secretaría de Salud Mental Integral. Secretaría que, con la reestructuración de la Sedronar, fue elegida para crear el dispositivo CePLA.
La Sedronar es la Secretaría del Estado que en su momento luchaba contra el narcotráfico y la drogodependencia, dos problemas que parecía iban de la mano.
Pero después de la aparición de leyes como la Ley de Salud Mental o la Ley de Derechos del Paciente tuvo que reestructurarse para dar lugar al Plan Iacop, una ley que planteaba cómo se podrían tratar los consumos problemáticos ahora que estas leyes daban sus primeros pasos y que definió separar las aguas: delitos sobre sustancias dependen ahora del Ministerio de Seguridad y la Sedronar quedó a cargo del acompañamiento y la asistencia a personas con consumos problemáticos.
Sabrina se había vuelto coordinadora de un equipo por formarse: un CePLA en el Barrio de República de la Sexta. Ya en el lugar de trabajo, fue conociendo a las personas que llegaban desde la Sedronar y desde la Universidad Nacional de Rosario, anfitriona del nuevo espacio.
Conoció a Bruno Valiente, de barba larga y lentes transparentes. Bruno también es psicólogo, formaba parte de un grupo con el que hacían talleres de ajedrez en escuelas con niños y adolescentes. Él era malísimo para el ajedrez, dice, pero coordinaba los encuentros y fue la razón por la que lo llamaron para que haga lo mismo en el CePLA.
Juntos conocieron a Ariel Mc Donnell, de 29 años, un abogado de pelo medio largo recién recibido. Pero que a diferencia de otros abogados no quería discutir dentro de un juicio con otros profesionales, sino que quería desenvolverse en actividades que acerquen a la gente al derecho a la justicia.
Los tres llegaron a la Sexta, y sin saber que sería un problema que los seguiría durante años, estaban a la espera de un lugar físico que sea para ellos.
Mientras esperaban que la Universidad buscara uno, hablaban con los referentes de lugares que ya funcionan en La Sexta: comedores, escuelas y centros de salud. Así empezaban a conocer la historia del barrio, cómo era la gente cuando llegaban estos nuevos extraños, y la relación que tenían con la Universidad.
En estos recorridos, detectaron que al lado del Centro Universitario Rosario, conocido como “La Siberia”, hay un playón donde los pibes se juntaban a jugar al fútbol.
Los días en que iban las familias y un profesor de educación física de una de las escuelas, era el momento perfecto para conocer a la gente del barrio. Eso pensaron. Se equiparon con tableros de ajedrez, una guitarra criolla y pelotas para empezar a desplegarse, y llegaron al campito a charlar y contarle a uno, a otro, a otras, que dentro de poco iban a tener un lugar propio, por si en algún momento querían acercarse.
Los vecinos nunca les preguntaron mucho sobre qué significa la sigla cuando se la despliega: Centro Preventivo Local de Adicciones, pero desde ese primer encuentro fueron simplemente “los chicos de CePLA” a los que se puede acudir por cualquier cosa. Incluso cuatro años después, por cambios en el gobierno el dispositivo se llamó Dispositivo Territorial Comunitario DTC, pero no les pareció imperioso corregir el que ya se habían apropiado los vecinos, porque nunca se trató sólo de las adicciones. Para Bruno, trabajar con el consumo nunca se trata como algo específico, sino algo que siempre abarca otra cosa: “El problema no es qué droga se está consumiendo, porque si la historia se amplifica, hay un montón de derechos previos en falta: una casa, un trabajo, una cobertura médica”
Para 2015 les dieron lugar, más bien, un galpón. Con chapas altas, ocupaba media manzana en Cochabamba esquina Esmeralda. Antes funcionaba una maderera, por lo que quedaron restos de troncos en algunas esquinas y aserrín que se respiraba en el aire.
La limpieza llevó un tiempo, pero más tiempo llevó que el lugar junte las condiciones necesarias para que se pueda estar ahí. Los papeles de reacondicionamiento seguían en trámite pero eso no atrasó que el lugar se empezara a armar. La gente se acercaba pero también salían a buscarlos, a veces Sabrina, a veces Bruno, a veces Ariel. Cuando se cuestionaron lo vacío que estaba el lugar organizaron una jornada, al “Vení si te pinta”, como convocaron en su Facebook, iban chicos y grandes. Algunos cebaban mates mientras el resto pintaba muebles. Se sacaban fotos, las imprimían, volvían al galpón, las pegaban. Muebles y paredes se cubrían de colores a la vez que uno de los vecinos armaba talleres de carpintería expréss con los pibes. En la tierra seca, con aerosol, se trazaban las líneas que iban a formar la canchita de fútbol, y en las chapas, con el mismo aerosol, se empezaba a leer CePLA en grande. Los vecinos hicieron el lugar en el que querían estar, al que iban a ir todos los días y del que poco a poco se adueñarían. El barrio ya estaba ahí.
Los primeros lineamientos decían abarcar jóvenes de trece a veinticuatro años. Pero los niños, los hermanitos de los grandes, los que pasaban y veían el movimiento, los curiosos. Todos se acercaban al galpón. Y aunque trataban de llevarlos a otros lugares del barrio, nunca se iban. Pensaron que para que se vayan había que dejarlos entrar, y eso hicieron.
Los nenes dieron lugar a una actividad por la que iban a reconocerlos en los próximos años, “Alta Pilcha” fue el nombre que definieron después de un rato de debate para hacer la invitación al barrio. Una invitación al galpón donde, al llegar, iban a esperarlos percheros con remeras, pantalones, buzos, bufandas. Percheros con ropa que podían tomar a través de juegos, sumando puntos y canjeándolos por lo que más les guste. Buscando su estilo, su ganas de usar lo que quieran usar y no ropa simplemente donada, muchas veces rota, desgastada, que hay que usar porque no se tiene otra cosa. Cuando unos niños se acercaron a pedirle ropa al equipo es que pensaron en esta jornada que, por la diversión de quienes asistieron, siguieron recreando los próximos años.
En el galpón también pasaban el rato, revoloteaban y se tuneaban. Los más chiquitos andaban siempre. Algunos ondulados y otros con rulos largos difíciles de contener en peines y cepillos, manos algo manchadas del andar y algunos cuidados, algo descuidados. En el “Tuneate”, otra de sus actividades, trabajaban el consentimiento, el cuidado del cuerpo, el otro y uno mismo.:
—Bruno, ¿te puedo pintar las uñas?- le dice una nena
—SÍ, podés pintarme las uñas.- responde tranquilo
—¿Y te puedo peinar?
—Sí, te dejo que me peines.
De fuegos y perspectivas
Para julio de 2020 Sabrina dormía y el teléfono vibró. Sabrina dormía y la pantalla se iluminaba. Sabrina dormía y se despertó. La voz al otro lado de la llamada respiraba agitada: “¡Se prende fuego el CePLA!” —le avisaba una vecina.
Sabrina llegó a la esquina de Cochabamba y Esmeralda. Los vecinos reunidos miraban cómo los bomberos apagaban el fuego, pero Sabrina miraba a los chicos que lloraban. Miraba los revestimientos que caían de un lugar que se deshacía y cinco años donde parecieron construirlo casi todo, desaparecer.
“Fue una cosa más de que no le haya pasado nada a nadie”- pensaba Sabrina.
Aunque en un momento de total incertidumbre y encierro, poder proyectar un próximo CePLA era lo el barrio necesitaba escuchar.
Para la vuelta de la pandemia y a la circulación, volvieron a sus inicios. Las actividades en espacios abiertos volvieron a ser su fuerte, y aunque la disponibilidad fuera difícil, no contar con un lugar también permitió otra cercanía: ir a las casas, compartir momentos más cotidianos, aún siendo puentes entre ellos y las necesidades que llegaban, reforzó la confianza que ya estaba creada.
Empezaron a estar en la Facultad de Psicología, y aunque el acompañamiento no faltara, el espacio se volvió más singular. Ya no iba todo el barrio sólo a estar, armaron espacios de escucha para atender problemas en particular, durante los próximos tres años.
Liliana Coya vive en frente de donde se quemó el galpón y conoce a los chicos hace cuatro años. Ellos pasaban a buscar a sus nietos, entre muchos, para llevarlos a actividades como ir al cine o a la pileta, además de ir siempre al galpón. Se acuerda la noche del incendio como catastrófica. Ella es referente del centro cultural “La Rioberta”, donde se acoplan a las actividades de CePLA o el CePLA a las actividades de ellos. Quería estudiar Trabajo Social pero se dió cuenta de que el estudio no era lo suyo sino la práctica: “El título lo llevo en el alma”-dice. “Con treinta y cuatro años de trabajo barrial encima” dice segura que: “Si seguís apareciendo en el barrio es porque algo estás haciendo bien, sino directamente no apareces” y con una sonrisa leve afirma: “Ellos lo patean al barrio”.
En la misma cuadra, a dos casas del galpón, vive Yamila Ocampo, de 23 años. En el mueble de su casa conserva la foto de sus hijas que les sacaron en el CePLA, y la mesa medio manchada que tuvieron que arrastrar a la calle porque el incendio parecía no cesar. Acudió a ellos mientras vivía episodios de violencia de género que pudo denunciar cuando los chicos del Cepla la acompañaron a tribunales. Recuerda siempre a todos, pero a quien más nombra es a Andrea. Andrea Millianovich, trabajadora social incorporada al equipo en 2021. Yamila recuerda la última vez que se encontró con ella: ”Me abrazó, y me dijo que la ponía contenta verme bien”.
Incluso después del incendio, sintió la falta del galpón pero no la de ellos: “Ellos siempre siguieron viniendo, nunca se olvidaron.”
Reacondicionar, una vez más.
En tres años comenzaron a divisarse los cimientos de lo que se convertiría en un nuevo lugar. En la misma esquina de Cochabamba y Esmeralda, donde supieron estar esas chapas características, se levantaron ahora paredes firmes. De nuevo la Universidad fue anfitriona de esta construcción, esta vez, en conjunto con la Municipalidad de Rosario. Para Septiembre de 2023 se inauguró el ahora llamado “Centro Cuidar”. Como en los 40 instalados en el resto de la ciudad, en este, va a funcionar el CePLA, pero se le sumará la Agencia de Prevención y abordaje de adicciones municipal. Siendo el primer dispositivo multi agencial en toda la Sexta.
Después de tres años, los vecinos de La Sexta vuelven a encontrarse en este lugar, ahora reconstruido. Donde tres años atrás pasaban la tarde, algunas noches, y con el tiempo, algunos años, cinco años de cotidianidad. Armando de a poco, limpiando, juntando escombros y pintando paredes, el lugar en el que querían estar. Ahora, con un lugar instalado y listo para usar.
Bruno camina por el barrio y se cruza a una joven que, mientras charlan, le dice: “A mí me gustaba el CePLA de antes, ahí conocí al amor de mí vida”-. Y recuerda a esa vecina que, después del incendio, le dijo: “Vamos a limpiarlo, juntamos un montón de personas y lo armamos otra vez”. Y hace pensar a Bruno que el barrio se apropió de ese lugar.
En este nuevo edificio, con paredes coloreadas, canchita de fútbol, un gran playón y una sensación algo ajena comparada al lugar de antes, el barrio deberá generar una nueva pertenencia. “Y es que más allá de los colores que uno le ponga a los lugares no pasa por eso, pasa por la lógica que se arma ahí adentro y de poder decir: este lugar es de todos” —reflexiona Bruno.
Hoy, serán los chicos del Cepla quienes, cuando se habilite, saldrán a buscar a la gente como antes. Invitando a crear, jugar y formar nuevamente esas tardes donde compartían constantemente. Tal vez no como ese “Vení si te pinta” para reacondicionar el lugar, pero sí para hoy reacondicionar una nueva historia.