500 metros cuadrados

 

Por Belén Lattuca

En el espacio creado para la capacitación de futuros huerteros se aprende poniendo las manos en la tierra. 500 metros cuadrados no pueden salvar a nadie, pero sí dar felicidad y esperanza a personas que buscan herramientas para enfrentar el mundo. 500 metros cuadrados son suficientes.

No puede hacerse una huerta ahí.

La tierra está llena de vidrios, de escombros, de metales. Hay gallinas que están esperando a que una pequeña hoja brote para picotear. Hay un perro que con sus pisadas firmes saca las semillas del fondo de la tierra para dejarlas al descubierto, indefensas. No puede hacerse una huerta ahí. Menos un curso de oficio de huerteros. Menos se puede conseguir un certificado para que, cuando el curso termine, los huerteros puedan acreditar de forma tangible sus conocimientos. Menos se pueden conseguir colaboradores para ofrecerles una beca a los alumnos. Menos se puede encontrar a un grupo de docentes que quiera ayudar sin remuneración. Y es casi imposible que todo lo anterior se pueda dar al mismo tiempo, en un mismo lugar. Pero pasó.

Pasa.

Mientras el calor y la euforia golpeaban a la ciudad de Rosario en diciembre de 2022, Claudio Tedeschi, dueño del restaurante Sunderland, puso su primer granito de arena. Plantó la semilla. Sabía cuál era el sueño de Antonio Lattuca:  hacer un curso de oficio de huertero ecológico y biodinámico. Lo llamó y le dijo: “¿Por qué no lo hacés acá arriba?”

Antonio Lattuca es el creador no solo de este nuevo espacio, la Agricultura Urbana es otra de sus grandes obras. Con este proyecto multipremiado ayudó a Rosario en la crisis de 2001, y permitió a 350 personas desplazadas convertirse en huerteros, con una superficie productiva de 40 hectáreas distribuidas en 7 parques-huerta y 8 huertas grupales productivas. Ese oficio hoy en día les permite que sus hijos estudien para ser futuros profesionales. Y vuelve a preocupar a Antonio. Porque qué va a pasar con las huertas periurbanas en un futuro próximo, si no se prepara a una nueva generación de huerteros. Rápidamente encontró respuestas: un curso de oficio de huerteros para jóvenes.

Cuando la euforia ya había apaciguado, pero el calor continuaba, Antonio fue junto a su equipo a conocer el lugar que proponía Tedeschi. Esos 500m2. Están ubicados escaleras arriba del restaurante Sunderland y sumergidos en el barrio República de la Sexta.

Tres docentes y dos acompañantes llegaron al espacio y se sintieron lejos de Rosario, como si estuvieran de vacaciones. El calor probablemente ayudaba a esa ilusión. Comenzaron a medir el lugar, a imaginar cada parcela. Renata Defelice no tardó en sacar su cámara y comenzar a capturar ese espacio y congelar el momento. Ella iba a ser la encargada de registrar cada avance, para ayudar al grupo a tomar dimensión de lo realizado.

Todavía faltaba una docente, por lo que Antonio, días después, fue camino a una dietética perdida entre las calles de Rosario, más para charlar con quien la atendía que por productos sin azúcares. Marcela Useglio se encontraba detrás del mostrador, ingeniera agrónoma que había realizado cursos de agricultura biodinámica en el último tiempo. Entre ellos se conocen. Antonio le comentó acerca del espacio que se estaba generando, la fuerza que estaban adquiriendo esos 500m2. Marcela respondió:

  • Yo te puedo acompañar.
  • No, yo te acompaño a vos.

Los protagonistas iban a ser personas del barrio. Después de buscar la mejor forma de acercarse, algunos docentes asistieron a uno de los encuentros que organizan las instituciones del lugar. Se presentó la idea, se consiguieron contactos. Se plantó la semilla. Los contactos, a su vez, lo hablaron en algún perdido almuerzo familiar y contagiaron la emoción a sus cuñados, hermanos, sobrinos. Se los citó a todos al lugar, comenzaron a realizarse entrevistas. Se necesitaba una sola cosa para que los entrevistados pasaran a formar parte del espacio: ganas.

Mientras parecía que las ganas eran suficientes, las becas, no. Los 35.000 pesos mensuales pusieron resistencia. Antonio habló tanto con empresas rosarinas como nacionales, sindicatos como mutuales, amigos lejanos como cercanos. Se hicieron vaquitas entre varias personas. Algunas empresas todavía no dieron respuestas. Por esta razón fue que en abril comenzaron a asistir únicamente siete personas al curso. Recién un mes después el grupo se pudo completar, y ya fueron dieciocho. Desde ese momento, los futuros huerteros acuden a estos 500m2 cada lunes, miércoles y viernes por la tarde. El curso no tiene una fecha pactada como punto final, pero para diciembre o enero llegará a su fin.

Javier Couretot es uno de los docentes del proyecto. Permitió hacer relaciones con el Centro de Educación Agropecuaria de San Genaro, para el certificado de los futuros huerteros.

  • ¡Alguien que me ayude a bajar todo lo que traje!— grita escaleras abajo.

Franco Perez, Isaias Bosso desaparecen al instante para ayudar ´´al profe´´.

Mientras se espera el cercado que realizará el sector de Hábitat de la Municipalidad de Rosario, las actividades en los 500m2 no bajan su ritmo. Para poder seguir sembrando y trasplantando los plantines —y que puedan sobrevivir más de una noche—, se tuvieron que realizar cercados con bolsas de cebolla o de cualquier tipo de verdura que tenga el perfecto equilibrio del tamaño de agujeros que permita la entrada de sol y de aire. Hay parcelas individuales y una parcela común, donde todos colaboran y los resultados se comparten. Cada alumno tiene su propio espacio para poner los conocimientos en práctica y a su vez aprende a trabajar en equipo.

El grupo es muy diverso. Hay algunos que prefieren hacer, porque así aprenden. Otros prefieren ver a los docentes manipulando la tierra para memorizar los movimientos y poder repetirlos. Hay algunos que echan residuos a la compostera mientras fruncen un poco la nariz. Hay algunos que preguntan hasta el último detalle. Otros intentan acordarse de los nombres científicos de las plantas. Pero si hay algo que todos hacen, es regar la parcela y los plantines del compañero que faltó a la clase. Siempre.

Valeria Paz afirma que siempre le gustó ensuciarse y jugar con tierra, su abuela le había enseñado a plantar y trasplantar. Pero no conocía el proceso desde el momento cero. Desde la semilla, la preparación de la tierra. Mientras, sus hermanas, Nicol y Sofía, conocen por primera vez la tierra. Pero esto no les impide comenzar el emprendimiento ¨Natural y casero ¨ de producción de jabones y velas en el que las plantas y flores cultivadas por ellas son las protagonistas.

Las manos comienzan a limpiarse la tierra en el pantalón, la compostera se tapa con la mediasombra, las preguntas cesan, el plantín de acelga morada se suelta y la canilla se cierra cuando llega, a las 16:30, la merienda que ofrece el restaurante: torta, pizza, licuado, fruta. El menú siempre es distinto. Minutos antes comienzan las especulaciones de cúal será el que toque esta vez.

Hasta que la ronda no está completa, hasta que la última silla no se abre y hasta que el tarro de pintura dado vuelta no encuentra su lugar, aunque todos miran con deseo la bandeja, nadie come. Cuando cada uno está en su posición, comienza la merienda. Alina Taborda, una de las acompañantes del curso, se encarga de tomar asistencia, se preocupa si alguno falta dos clases seguidas. Franco aprovecha a decir alguna de sus ocurrencias.

-¿Cuál es el colmo de un huertero?

– ¿Cuál?

-Que lo dejen plantado.

Todos ríen. Entre risas comienza el momento que Antonio más disfruta, cuando demuestra con palabras la evolución que vio durante el encuentro.

— Chicos, hay que enfocarnos en plantar, estamos en la mejor época del año para hacerlo. El proceso de regado nos quita mucho tiempo.

— Y cuando rieguen, tienen que hacerlo despacito—interviene Graciela Carnevale, artista conceptual y otra de las docentes.

Cuando el corazón ya se encuentra contento, y mientras algunos comienzan a cerrar las sillas, el lema, tomado de la canción de Atahualpa Yupanqui, se dice. Siempre previo a decirlo hay un silencio largo. Un duelo de miradas, para ver quién es el primero en comenzar para que el resto lo siga: “Lo que dentra en la cabeza, de la cabeza se va, lo que dentra en el corazón queda y no se va más”.

Los futuros huerteros lanzan una última mirada a sus parcelas. Valeria se queda mirando sus lechugas un rato más, incluso algunas veces les dice palabras cariñosas cuando siente que nadie la ve. Todos agarran sus mochilas, sus agendas biodinámicas, en las que el calendario lunar les revela qué días plantar cada verdura. Es que, como explica Antonio, “la luna controla las grandes masas de agua, es decir, el océano, por eso este calendario”.

Para salir, los docentes abren los dos portones de alambre que separan la huerta de la calle de tierra rojiza. Todos se saludan con todos. La semilla ya fue plantada. Los portones se cierran, pero después de que unas o varias manos llenas de tierra renieguen un poco contra una cadena que quedó muy corta. El candado tarda en hacer clic.

Pareciera que el encuentro no debiera de terminar. Los docentes charlan mientras juntan lo que quedó suelto, herramientas perdidas entre o dentro de las parcelas, guardan todo. Y repiten de manera inversa el camino que hicieron más temprano para llegar a la huerta. Bajan las escaleras, 56 escalones interrumpidos por una terraza. Entran en un pasillo del restaurante Sunderland. Ven, primero, servilletas blancas, luego, una cafetera, un sector de lavado de vajilla, la cocina del restaurante separada del pasillo por un plástico grueso transparente que cae como una cortina. Están en el restaurante otra vez. Un hombre discute con el mozo en inglés porque el wifi no se le conecta, los de su misma mesa pagan en dólares la cuenta. La música de jazz baila alrededor. Antonio le entrega un juego de llaves a uno de los mozos:

— Nos vemos el miércoles… si Dios quiere.

Fuera del restaurante, el ruido de los autos le gana a la música de jazz. Un poco más lejos, más arriba, una primera hoja brota, rodeada de tierra húmeda contenida en una botella de gaseosa cortada por la mitad. Sea de perejil, zapallo o mostaza, no importa, porque, de todas maneras, todo sirve.