Por Julia Guzmán*
Es el viernes 17 de noviembre; es la última clase de Redacción de la comisión de Marcela Rosales.
Como cada viernes, algunas nos encontramos sentadas, minutos antes de la hora de la clase, charlando en el piso frente a la puerta del aula de Redacción 1. Esta vez nos acompaña Juli Biscoglio, que viene con su computadora para resolver dudas para el trabajo final.
Como cada viernes, Marcela Rosales llega a las 8 en punto, ni un minuto más ni menos, esta vez con el celular en la mano grabando a todas las que estamos ahí como para celebrar y recordar la última clase de este año.
–Juli, ¿qué haces con la compu? Hoy era picnic, no era consulta– dice Marcela.
Como cada viernes todas nos paramos y, mientras Marcela intenta, con dificultades, abrir la puerta del aula 209, comenzamos a rodearla en manada y a hablarle de nuestras crisis, esta vez, sobre las crónicas del trabajo final.
–Hace falta más lectura– dice Marcela.
–Sí, pero no soy de leer mucho– responde Juli.
–Se nota.
Todas nos reímos y ya se puede abrir la puerta.
Como cada viernes, entramos y nos acomodamos en los bancos formando un semicírculo, esta vez empezamos siendo 11.
Como cada viernes, comienza la clase con consultas sobre el trabajo, esta vez, envueltas con el olor a panadería que inundaba el aula por esas medialunas recién hechas que nos esperan al terminar la ronda de consultas.
Como cada viernes, algunas tenemos la computadora abierta, esta vez son Juli, Agus e India.
Como cada viernes, Gina está llena de dudas sobre su trabajo y Marcela con paciencia le ayuda y la anima.
Como cada viernes, Marcela está frente a nosotras sentada en su escritorio con los dos termos encima y More a su lado en su silla de siempre con el mate en mano.
Como cada viernes, algunas llegan tarde y, como la puerta se abre desde adentro, se asoman por la ventanita y esperan a que alguien se levante a abrir. Esta vez son Valen, Agus y Manuela.
Pero este viernes no es uno más, es el último viernes.
Marcela nos sorprende pidiendo que saquemos una hoja y nos revolucionamos: nadie vino preparado para escribir. No entendemos nada. Entonces Marcela recorre la ronda de bancos con un manojo de lápices, “regalo de fin de año”, y algunas nos emocionamos. Nos dicta un texto, el texto habla de recordar para qué sirve un lápiz y que siempre se puede borrar y volver a empezar. Marcela propone que el papel, con ese texto, lo enrollemos en el lápiz y lo tengamos siempre a mano. Ese lápiz, al igual que este viernes, no es uno más.
Este viernes, a diferencia de otros viernes, compartimos regalos, mates, facturas. Compartimos emociones y miedos, esfuerzos y apoyo, abrazos y despedidas.
Este viernes nos sacamos una foto en la terraza de la facultad, para no olvidar que son estas cosas las que hacen la diferencia.
*Estudiante de Comunicación Social.Universidad Nacional de Rosario.