Juntos. Unos tres mil alumnos participaron de una rateada en Mendoza.
REVISTA VEINTIRÉS, mayo 2010
Los faltazos masivos organizados por Facebook generaron una polémica exagerada. Aquí, actores y músicos recuerdan esa época en que ratearse era un acto de rebeldía individual.
Por Bruno Lazzaro
La Coca Sarli se terminó de poner el tapado hace varios años y ya no calienta las pantallas de los cines en continuado. A Los Comandos Azules los pasaron a retiro, mientras Tiburón y Delfín no salen de su asombro al ver que la hermosa Sirena de los Superagentes (Graciela Alfano) forma parte de un jurado de estrellas en decadencia. Ya no quedan películas de terror para emparchar un beso a mitad de una función y a Dumbo, Bambi y Blancanieves les hicieron un lifting en tres dimensiones. Bruce Lee y Charles Bronson estiraron la pata y Chuck Norris no la puede levantar para subir al 157 que pasa por la puerta de su casa en Ryan, Oklahoma. Pese al paso del tiempo, todos estos personajes acompañaron las mañanas y las tardes de miles de chicos que eligieron al cine como el lugar común para sus rateadas. Escapes que consistían en probar qué tan flexibles eran los límites familiares y escolares. Hoy, la organización corre por otra vía. Las rateadas se organizan vía Facebook y llegaron a desarrollarse de una manera inusitada.
Desde el primer llamado, realizado en Mendoza –bajo la consigna “¿Quién se prende a la gran rateada mendocina?”, que logró convocar más de tres mil personas en una plaza céntrica–, veinte ciudades como Santiago del Estero, La Plata, Neuquén, San Luis y Capital Federal se fueron haciendo eco de la iniciativa hasta dar con la Rateada Nacional, un grupo que cuenta con más de 120 mil fans en la red social y que propone hacer un faltazo general para el 26 de mayo y así agrandar el combo del fin de semana largo por el Bicentenario. La propuesta, que generó una exagerada polémica –ver recuadro–, despertó la nostalgia de famosos, que cuentan sus mejores rateadas.
El actor Oski Guzmán abona la teoría de que las mejores rateadas eran las de antes. “Recuerdo haberme rateado como un desafío –contó–. Era sentirse libre en un momento de la vida en el que te sentís privado de muchas cosas. Me iba al cine Electric de Lavalle a ver un montón de películas en continuado. Pasaban las de la Coca Sarli. Nunca me agarraron. Y eso era parte del desafío. ¿Qué gracia tiene hacerlo ahora, si ya lo saben todos? Sería más importante si le dieran algún sentido: nos vamos todos juntos fumar un porro al Obelisco, o lo que se les ocurra. La verdad es que, para la época en la que estamos –en la que la autoridad está bastante denostada–, lo de los chicos me parece algo bastante naïf.”
María Fernanda Callejón recuerda que “en Córdoba, donde nací, se decía hacerse ‘la chupina’. Sólo lo hice una vez y fue una chupina colectiva. Cuando vi que ahora hacían lo mismo, me causó gracia. Ese día, toda la división, en vez de ir al colegio, fue a un bar que quedaba en el centro a tomar café con leche. Como en el pueblo todos se conocen, apenas nos sentamos el dueño empezó a llamar a los padres y en cuestión de minutos la chupina se frustró. Nos pusieron cinco amonestaciones. Fue una rebeldía ante la autoridad por un tema que hoy ya no recuerdo. Nos cagamos de risa y como fue colectiva, los padres no se enojaron”.
Pero las reglas no sólo se rompen en la argentinidad.
Kevin Johansen, Juan Palomino y Anabel Cherubito pegaron el faltazo fronteras afuera. La actriz no sintió “la adrenalina necesaria. Tenía padres muy copados y cuando no quería ir, no iba. La ‘campana’ (así se dice en España) me la hice una vez y nunca más lo repetí”. El músico, en cambio, se rateó luego de instalarse en el país a los doce años, proveniente de Estados Unidos. “Recuerdo unas rateadas individuales. Siempre pasaba en algún recreo que aprovechábamos para escaparnos. Aprovechaba para hacer huevo, ir a un parque. Alguna vez me agarraron, pero no pasó nada. La semana pasada volví de Europa y les pedí a mis tres hijos que se rateen para quedarse conmigo. Las costumbres cambian: antes había que armar un súper plan, y ahora se enteran todos”, opinó.
A Palomino, la idea de hacerse la rata le trae reminiscencias de amores lejanos. “Mi primera novia la hice durante una rateada, en Perú. Yo iba a un colegio salesiano y enfrente estaba el Instituto María Auxiliadora, adonde iban las chicas. Entonces, en los recreos nos escapábamos para ir a entregarles nuestro testimonio, que podía ser un dibujo o una carta. Recuerdo esas rateadas con gran cariño. La idea era desafiar la autoridad, tomar el colegio por estar en desacuerdo con algo. Ahora es transgredir por transgredir, la joda en sí misma”, concluyó el actor.
“Iba al Carlos Pellegrini –comentó Gustavo Garzón– y me rateaba una vez por mes. Me iba a un bar a fumar con amigos y a jugar al juego de la monedita, que consistía en poner un papel arriba de un vaso con una moneda en el centro. En ronda, cada uno iba haciendo un agujerito con el cigarrillo, y perdía el que tiraba la moneda. Nos quedábamos toda la mañana jugando a ese juego y fumando. Nunca nos descubrieron. Hoy los chicos ya no se ratean porque los padres les permitimos faltar cuando quieren”, explicó.
Miguel Botafogo se exhibe como un abanderado de la rata. “No me rateé mucho –explica el músico–, pero cuando lo hice, lo disfruté bastante. Éramos de salir a caminar por Palermo, o ir hasta el río –que eran como cien cuadras desde el colegio– o a algún café. Lo mejor era escaparme a lo de mi novia –que no cursaba a la mañana–, despertarla y meterme en su cama de sorpresa. La idea era desafiar la autoridad: uno tiene derecho sobre su propia vida y puede decidir si quiere ir a clase o no. Ahora los pibes evolucionaron y la educación va doscientos años atrás de ellos. Te divertís más, aprendes más y estás más en contacto con el aquí y ahora fuera del colegio. La vida es una sola y hay que vivirla. El colegio es un ente de control, no de iluminación, y los chicos de hoy están más iluminados que los maestros. ¡Banco a muerte las rateadas!”, dijo.
Como Violeta Urtizberea, eran muchos los que al asistir al colegio de mañana no encontraban opciones para divertirse. “En primer año –comentó la actriz– me fui a una plaza y lo primero que pensamos con mi amiga fue: ‘¿Por qué no confesamos y nos vamos a dormir?’. No teníamos buenos planes. A la hora, ya habíamos hecho todo. El momento más emocionante fue antes de entrar. Lo otro que hacíamos era ponernos todos de acuerdo y no ir porque estaba el mito de que si faltaban todos, no te pasaban la falta, pero siempre había un garca que iba y te dejaba expuesto”, recordó.
Travesuras de ayer y de hoy.