Última tanda de Ficciones Históricas.
Espero que disfruten leyendo y comentando los trabajos de sus compañeros.
Historia de una madre en tiempos de represión por Mariana Victoria Florez
Mamá siempre decía que estaba orgullosa de mí. No faltaba oportunidad para que ella alardeara sobre mis buenas notas en la facultad. Éramos una familia chiquita, de tres, pero unida; aunque en los últimos tiempos ya no lo éramos tanto. Mi relación con papá se fue deteriorando. Estuvimos meses casi sin hablarnos. Mis padres siempre discutían. No me animaba a espiar, por eso nunca pude terminar de entender realmente cuál era la razón, que parecía ser siempre la misma. Puedo asegurar, sin embargo, que a veces hablaban de mí.
No eran épocas fáciles. Corría el 1979 y había un militar a la vuelta de cada esquina revisando documentos. Era cosa de todos los días escuchar que se habían llevado a algún familiar, a un amigo o, con suerte, sólo a un conocido.
Mis padres comenzaron a pensar en el exilio. El más entusiasmado era Papá, y aunque ella no estaba convencida, sabía que era lo mejor. Mamá consiguió los tres pasajes a España por intermedio de un primo lejano que alguna vez trabajó en Aerolíneas. Eran la sorpresa para el cumpleaños de Papá, aunque él nunca llegó a saberlo. Se lo llevaron una semana antes.
A los cuatro meses de la tragedia, nos llegó la noticia de que había aparecido el cuerpo de papá flotando en el río, y al menos pudimos hacerle un funeral digno. En los meses siguientes, las cosas no estuvieron tan mal. Casi todos los días Mamá me pasaba a buscar por la puerta de la facultad y volvíamos caminando a casa. Nos acostumbramos a la vida de a dos, nos aferramos el uno al otro. Y así, de a poco, fuimos volviendo a la vida normal.
Cuando Mamá parecía haber superado completamente la muerte de Papá, esa aceptación, no sé cómo, se transformó en delirio. Volvió a cocinar para tres, se quedaba despierta esperándolo a que llegara de trabajar y, de vez en cuando, hasta la oía discutir. Intenté hablar con ella y convencerla de que buscara ayuda, pero todo fue en vano.
Para ponerle fin al asunto, decidí llevarla al cementerio para demostrarle que su mente la estaba engañando. Nunca me gustó ese lugar, hacía mucho tiempo que no lo visitaba, pero había que hacerlo. La llevé un domingo, porque los domingos Papá pasaba la tarde en el bar con sus amigos jugando a las cartas. Luego de que ella creyó despedirse de él, nos fuimos. Compramos un gran ramo de claveles en la florería más cercana al lugar y entramos. Primero nos dirigimos a la tumba de mi abuela, porque esa era la excusa que yo le había puesto para llevarla hasta allí, y se sentó a su lado. Lo mejor era no molestarla, todo a su tiempo. Cuando se levantó, lo hizo sin mirar hacia atrás y con un destino fijo. Antes de que pudiera percatarme, se precipitó entre las lápidas y se detuvo ante una que no tenía nada de especial, dejó el último clavel frente a ella, se puso de pie suspirando, pasó delante de mí y se alejó. Caminé hacia aquel trozo de piedra y leí la inscripción. Con pena, levanté luego la mirada hacia mi madre que seguía avanzando sin volver la mirada, seguramente recordando el día en que los represores se llevaron a su único hijo.
Mamá ya no me habla, no presume mis buenas notas, dejó de poner tantos platos en la mesa, se junta con sus amigas todos los domingos a jugar al burako para ponerse al tanto de los chismes del barrio y ya no frecuenta las puertas de la facultad.
En cuanto a mí, supongo que esta etapa de pocas palabras es porque le cuesta admitir que yo tenía razón, tenía que buscar ayuda. Espero que se le pase pronto, ya casi no cocina para mí y los domingos me deja en casa haciendo las tareas mientras ella sale con sus amigas, supongo que piensa que ya es tiempo de que me independice.
Un buen futuro para el futuro por Anahi Martin.
El paisaje sombrío en la Ciudad de Rosario era casi increíble. La flora y la fauna iban desapareciendo tan rápido como en el invierno el día. La búsqueda de sobrevivir para los ciudadanos era incesante, no importaba cual fuese el precio que tuvieran que pagar para conseguirlo. Estaban desesperados.
Todo ese sufrimiento se debía a las malas decisiones que tomaron sus antepasados, al pensar primeramente en su bienestar, en necesidades superfluas como tener el celular de última generación, descuidar el medio ambiente contaminando los ríos y lagos con residuos tóxicos y maltratando los espacios verdes que la cuna de la Bandera solía tener; olvidaron que sus hijos y nietos también tendrían que seguir viviendo aún después de sus muertes.
Pero, entre todo ese tumulto de gente alterada, se encontraba un joven que solo se dedicaba a observarlos. Mientras las personas se peleaban por alimento y agua; mientras sus vecinas, Clara y Nataly, entraban en la casa de Don Francisco para robarle las últimas rodajas de pan que poseía; mientras los perros morían en plena Peatonal Córdoba de hambre, el joven delgado, de tez blanca y con un aspecto hippie sólo se dedicaba a mirar.
Con las manos en los bolsillos, algo encorvado y con el último cigarrillo que le quedaba situado detrás de la oreja izquierda, el hombre, comenzó a caminar hacia el Monumento. A pocas cuadras de llegar a destino se escucha un grito:
– ¡Eh!, Tato.
El muchacho gira la cabeza y logra identificar a su mejor amigo de la infancia Beto, corriendo tras él para alcanzarlo.
– Hola Tatito, ¿cómo estas? Hace tiempo que no se te ve por el barrio, ¿En qué andas ahora vos?
– Todo bien negrito. Decidí mudarme para esta parte de la ciudad, es que allá están mucho mejor que acá.
– Sí es verdad, allá estamos un poco mejor, ¿entonces porqué te mudaste si las cosas acá están tremendas?
Tato permaneció en silencio, miró el monumento destruido y caminó hacia esa dirección.
Beto, lo tomó del brazo fuertemente y lo detuvo.
– ¿Para? ¿Qué haces? ¿Adonde vas?
– Vení negrito, acompañame.
Su amigo asintió con la cabeza y partieron.
Subieron las escalinatas y decidieron parar junto a la llama Votiva
– ¿Y?, ¿no me vas a contar porqué te mudaste?-dijo Beto
– Mirá a tu alrededor, ¿no es obvio?
– Lo único que veo es una masa de gente matándose por comida. Ya sé que allá no estamos pasando un buen momento tampoco, pero ayudándonos entre todos estamos tratando de salir adelante.- Beto contestó en un tono triste.
– ¡Sí amigo!, es por eso mismo que estoy acá.
Alberto un tanto confundido y desorientado, se quedó mirándolo.
– Es fácil, ¿no te das cuenta?
– De lo que me estoy dando cuenta es de que perdiste la cabeza- confesó Alberto.
– No, estoy más cuerdo que nunca. Quiero quedarme a ayudar a esta gente.- dijo muy decidido.
– No, no, pero si vos estas loco enserio. Entrá en razón hombre, volvé al barrio y dejate de jugar al héroe. Esta gente no tiene remedio. Vení conmigo que acá te vas a morir de hambre o de un tiro de algún demente sólo para robarte comida.
– Ves, con pensamientos retrógrados como esos estamos así, matándonos entre nosotros. Estamos en el 2074, y nuestros abuelos tenían pensado que a esta altura ya estaríamos viviendo en el espacio…pero se equivocaron, estamos viviendo en el mismísimo infierno- dijo entre lágrimas el joven hippie.
– Pero ese no es tu problema, tratá primero de salvarte vos mismo.
– No es momento para egoísmos. Trato de implementar lo que ya está impuesto en el barrio:la ayuda mutua.
Beto, después de conocer las razones de su amigo resolvió apoyarlo y juntos llevaron a cabo su plan.
Cuentan que estos jóvenes lograron salvar a mucha gente de la hambruna y la soledad. También les enseñaron a cada uno de ellos a preservar los recursos naturales existentes, logrando así que las generaciones futuras valoraran las pequeñas cosas que les dá la vida y que un buen trabajo sólo se logra con la cooperación de todos.
¿Amor, odio o poder? por Analía Ortigoza.
El tiempo pasaba y ya nada era igual para Enrique IV, su responsabilidad en la corona francesa se iba debilitando. El “gran rey” ya no podía lidiar con todo: una mujer que no lo hacia feliz y una vida ligada a esfuerzos para mantener y defender su reinado.
Hacia 1610, Enrique IV ya no contaba con su admirada tolerancia, su futuro en la corona comenzaba a desvanecerse. Así fue como este hombre amado y compasivo por su pueblo, empezó a ser odiado y rechazado por todos los hombres que lo seguían.
El rey, ya cansado de llevar esa vida, decidió dedicarse a lo que a él realmente le gustaba: las fiestas y las mujeres. Por ello, su situación matrimonial con su esposa Michelle De Tournemine caducó, y meses después, dio inicio a su separación.
Ya dejando de lado sus asuntos matrimoniales, en una fiesta mientras tomaba una copa de vino, Enrique IV fue sorprendido por una joven que lo invitó al centro del salón a bailar. Inmediatamente el Rey, sin dudar, aceptó la invitación.
La joven, llamada Geraldine de Albret, hermana del Rey Carlos IX de Francia, vestía un brillante vestido azul que hacía contraste con el color de sus ojos. El presumido Rey no podía contener su admiración y se notaba encantado con la bella dama mientras bailaban juntos en el centro de la pista. En un momento, cuando el Rey notó a Geraldine totalmente entregada a él, decidió invitarla a pasar la noche juntos en la alcoba donde compartía la noche con sus amantes. Pero, no todo podía ser bueno para el Rey esa noche: su ex mujer se encontraba en la fiesta, observándolo en cada movimiento.
Ya finalizando la fiesta, su mujer , Michelle, al no poder contener los celos e inquietud al ver al Rey junto a una dama joven y bella, mandó a uno de sus empleados de confianza a atacarlo. Rápidamente, el empleado cumplió órdenes y se dirigió hacia el centro de la pista donde se encontraba Enrique IV.
En ese instante, disimuladamente, se acercó al centro del salón en busca de una dama para bailar pero, éste no era su objetivo, sino que se traía un plan tenebroso entre manos.
En un ir y venir, mientras el Rey danzaba con Geraldine, el súbdito lo invitó con una copa de vino, con ansias de venganza ya que él también estaba interesado en matar al rey. Sin darse cuenta, el emperador tomó la copa y siguió sumergido en la belleza de su amante quien se encontraba cálidamente entre sus brazos.
Sin embargo, esta locura de amor estaba llegando a su fin. Enrique IV se hallaba al borde de encontrar la muerte. Luego, se fue desvaneciendo en los brazos de su amada y cayó rendido al suelo donde, un minuto después, murió.
Sorprendidos y al no encontrar respuesta por lo sucedido, la ex mujer de Enrique IV no tuvo mejor idea que juzgar a la joven, quien fue reprimida por quienes participaban de la reunión al creer que fue ella quien programó el asesinato del Rey.
Discretamente, Michelle y sus empleados fueron retirados del salón, mientras el Rey continuaba en el piso.
Con total inocencia, la joven fue juzgada por los invitados. Pero, sin embargo, ella no había cometido ningún error, más que enamorarse de un hombre que en una noche, la condenó a una sentencia imperdonable: la culpa de su muerte.
Josefina por Agostina Paroni.
Nada le hacia suponer a Pierre Dufou en 1801 que terminaría sus días en la Corte de los Zares de Rusia. Corría el mes de agosto de 1798, cuando ingresó como cocinero en el palacio de Napoleón Bonaparte en los tiempos en que éste había sido constituido Cónsul francés luego de un golpe de estado.
En la inmensa cocina, este hombre se lucia preparando apetecibles manjares que cautivaban a la corte con sus exquisitos sabores y aromas; pero Pierre no solo era un experto en el arte culinario, también lo era en arte de la seducción. Dueño de una particular esbeltez y señorial figura que despertaba la admiración de cuanta mujer se le cruzara.
Hasta la misma Josefina no pudo evitar caer rendida ante el encanto de su mirada, curiosa se acercaba ritualmente desde el acceso directo que se encontraba al final del pasillo con la parte de atrás de la cocina.
En un frio atardecer de enero, mientras organizaba un banquete que ofrecería Napoleón a su hermano José y al General Bernardote, Pierre descubrió a ella observándolo. Sorprendido y atónito se acercó a aquella mujer a la que él creía difícil arrancarle una mirada.
Durante un tiempo los encuentros se prolongaban más y más, era muy común ver a Josefina interesarse en las tareas del cocinero; se encontraban con agrado e intercambiaban largas conversaciones. Se sentía afortunada y dichosa de compartir esos momentos; hasta que ambos no pudieron resistirse y sus labios se rozaron por primera vez.
A menudo, Napoleón oía por las noche unos pasos furtivos que se acercaban hasta la puerta de la alcoba de su mujer y se alejaban minutos después. Intrigado, ante la frialdad y lejanía de su esposa, comenzó a adoptar un aire extrañamente nervioso e inquieto y falto de confianza, él no decía nada, observaba y husmeaba hasta que Desirée le confirmó su sospecha de que Josefina lo traicionaba.
Conservó silenciosamente la terrible noticia, aunque atinó a asesinarlos a ambos planeando diferentes estrategias, como lo hacia para ganar las batallas, pero estaba seguro que los franceses no sabrían perdonarle semejante arrebato de locura.
Este dictador de un extraordinario poder y personalidad, tomó sus precauciones frente a lo ocurrido. Nunca se sintió avergonzado pero por momentos lo invadía el odio.
En esos tiempos estaba muy ocupado y sumergido en los planes militares, en estrategias de combate y en relacionarse con algunos países asiáticos; fue ahí cuando estrepitosamente eligió Rusia para distinguir a los Zares con espectaculares manjares y queé mejor premio que enviar a su cocinero Dufou en un largo viaje sin regreso. De esa manera gozaría de la separación definitiva de los amantes.
Su chef privado por Sofía Ferrazini
A pesar de haber nacido en Corcega, fue un francés en toda la expresión de la palabra. Al margen de su afán por la gloria, la política y el poder, sentía un profundo amor y respeto a la buena mesa, a la cultura de los buenos vinos y a los licores, muchos de ellos llevan su nombre. Napoleón Bonaparte tenia una gran amistad conVladímir Kozlov, quién era su fiel amigo ruso que conservaba su titulo de nobleza de hacia muchos años. Así fue que emprendió su viaje a Rusia a visitarlo a su castillo y tomar con él unos tragos de vodka. Su amigo le ofreció quedarse varios días más, y le asignaría su propia habitación y su chef personal para que pudiera pedir lo que desease comer en el momento que quisiese. Napoleón se sorprendió por la invitación y acepto con todo gusto, le emocionaba la idea de tener su propio chef.
Como gran degustador de comidas ese viaje se dedicó a comer y probar todas las comidas rusas. Su chef se llamaba Nikolay Petrov, había terminado sus estudios como chef de alta cocina en Siberia. Bonaparte tenía muy buen relación con él, se pasaban horas dialogando acerca de comidas, licores, tragos y postres. Su arte culinario fue capaz de controlar al emperador francés, y lo sedujo a probar las comidas más exóticas que existían. También probó los típicos platos rusos como por ejemplo El Pelmeni que es un plato tradicional de los paises del este de Europa (principalmente Rusia) elaborado con carne enrollada sobre huevo duro, ó el Filete Strogonoff que se trata de carne de ternera cortada en dados con setas y cocida con abundante crema, entre otras.
Todas las mañanas Napoleón despertaba y tenía un desayuno de gran tamaño que incluía salchichas, huevo, pan. Luego para el almuerzo lo esperaba una comida bastante fuerte y para la cena no comía postre ni sopa. Nicolay nunca había tenido un comensal como el emperador de Francia, fanático del buen comer, así fue que le ofreció ser su chef personal. A Napoleón le encantó la idea, además de haber aceptado que Nicolay sea su chef le ofreció si quería acompañarlo en todos sus viajes por el mundo. De esta manera Napoleón podría comer lo que quisiese en cualquier lugar.
Su amigo Vladimir no estaba muy contento con la decisión de su empleado pero Napoleón se encargó que no quedara disgustado, por eso le propuso ir a comer las veces que quisiese a su castillo en Francia y así seguir disfrutando las mejores comidas del chef Nicolay.
Recuerdo de una vida sin fin por María Emilia Piqué
Y hoy nuevamente sola en mi cama con el pasado bien cerca y su mirada latente que me guía y me ayuda a no caer.
El año más esperado había llegado, ese año donde todo terminaba para darle a mi vida un cambio enorme, para definir mi futuro, para comenzar a crear mi destino sin la ayuda de nadie.
Las clases comenzaron otra vez, con los profesores nuevos y las materias aburridas, los compañeros poco simpáticos y mis amigas de siempre.
Desde el comienzo había empezado a buscar información sobre qué iba a hacer el año siguiente, qué iba a estudiar y en dónde.
Todavía recuerdo su voz diciéndome “Mirá, mirá cuando estés ahí en la tele, imaginate cuando estés ahí y me saludes, imaginate cuando estés cubriendo notas por todo el mundo, vos sos para eso, vos tenés que hacer eso, vos tenés que estudiar periodismo”.
Los meses fueron pasando y por fin llegó el día, me iba de viaje de egresados, finalmente nos íbamos a Bariloche con todas las expectativas que eso acarrea, con toda la emoción y entusiasmo que el último viaje junto a mis amigos generaba.
Pero jamás me di cuenta que en ese momento mi vida estaba a punto de cambiar para siempre que no era el año siguiente sino ese el que iba a dar vuelta mi vida, el que iba a desarmar y borrar piezas de mi rompecabezas que estaba perfectamente armado.
Al regresar de Bariloche con cara de preocupación e impaciencia me esperaba mi mamá que rápidamente me hizo subir al auto porque tenía que ir a buscar los resultados de la tomografía que días atrás le habían hecho a mi abuela. Yo no entendía nada, ¿para qué ese estudio?, no comprendía por qué, ni qué le pasaba, ni absolutamente nada.
Esos días fueron fugaces ya casi ni los recuerdo, creo que trataba de no ver lo que estaba pasando, mi abuela cada vez más flaca y con menos ánimo, con esos dolores de estómago que nadie sabia por qué le atacaban.
Hasta que por fin el medico nos dio la respuesta, Cáncer. Sí, esa mancha que ocupaba gran parte del hígado era un tumor maligno que hacia varios años se había generado dentro de ella, pero que recién en ese momento se lo habían detectado.
Como un film ya conocido, como un camino ya recorrido se vinieron a mí miles de recuerdos, ya lo habíamos pasado unos años antes con mi abuelo y ahora otra vez esta enfermedad trataba de robarme a mi abuela.
Otra vez la misma locura de buscar diferentes médicos y diferentes lugares, diferentes diagnósticos y pronósticos, nuevamente la angustia, la incertidumbre, el llanto y el dolor.
Sin embargo esta vez no tuvimos tiempo de reaccionar, ni de hacer nada la enfermedad ya estaba demasiado avanzada, mi abuela cada vez más desmejorada. ¿Dónde había quedado la mujer fuerte de siempre, la que nunca nada le hacia daño, la que me enseñaba a darle batalla a los problemas, a enfrentar lo malo de la vida, la que nunca bajaba los brazos por nada?
¿A dónde iba mi vida? ¿Por qué en ese momento todo comenzaba a derrumbarse? ¿Por qué?
Llegó octubre con un sentimiento agridulce en su esencia, el calendario parecía no parar al igual que la enfermedad, ya no encontraba en ese cuerpo pálido, cansado, deteriorado que no se levantaba de una cama a mi abuela, todo parecía una mala broma, esperaba porque creía que en cualquier momento me iba a despertar y todo iba a quedar como un mal sueño, pero por desgracia era la realidad.
El año ya llegaba a su fin, era hora de comenzar a volar, de buscar mi rumbo y así fue. Los viajes a Rosario me acercaban a mi nueva vida, mientras que en San Pedro solo encontraba malos momentos.
Los días planificando juntas mi vestido de egresada, mi carrera, mi futuro, no eran más que simples recuerdos que mi mente no se cansaba de llevar a mi presente.
Tengo grabado en mí ese día como si fuera ayer, el día en que su hogar pasó a ser la clínica, mamá llamó al médico porque la abuela no soportaba los dolores de estómago y él dio el pronóstico más cruel, su vida estaba apagándose cada vez más rápido y los días que le quedaban ya eran pocos. Solo podíamos internarla para que pasara sus últimos días lo más tranquila posible gracias al efecto de los calmantes.
Recuerdo visitarla y hacerle masajes en esa espalda que dejaba al descubierto su debilidad, esa piel marcada por los años, ese cuerpo que estaba muriendo, el olor en la habitación era nauseabundo, el aire pesado, todo se hundía en el clima más desgastante de todos.
Así los días continuaban avanzando ya no podía tolerar ni el agua que le daban, solo podía mojarse los labios con un algodón porque todo le hacía daño, todo le caía mal. Recuerdo ese liquido marrón oscuro que con frecuencia devolvía y no la dejaba dormir tranquila.
Todavía suena en mi cabeza su voz pidiendo por favor más calmantes o algo para dejar de vomitar y poder dormir, para poder morir en paz.
La tarde del 4 de noviembre me paralizó, mamá entre llantos y una voz entrecortada me dijo que a la abuela le iban a dar morfina, un calmante lo suficientemente fuerte para que dejara de sufrir, pero que la iba a dormir; me pidió que me despidiera de ella, que le dijera todo lo que la quería porque esa iba a ser la última vez que la viera despierta.
Ese día me di cuenta que mi vida iba a cambiar para siempre, que el día, el momento y el lugar eran esos, nada volvería a ser igual porque la que me había inculcado el amor incondicional por los perros y por la cocina, la misma que me había prometido comprar un campo grande y llevar a los perritos de la perrera para que estuvieran felices, que me enseñó a amasar, a plantar una planta, a no tenerle miedo a las tormentas, la que me daba todos los gustos cuando mamá no quería, la única que apostó a mí y me regaló mi preciada guitarra, se estaba yendo y nada podía hacer más que abrazarla fuerte y decirle lo importante que había sido y que era en mi vida.
La noticia me encontró en mi cama, sola, ese teléfono que otra vez llevaba una mala noticia, la voz de mi prima, una lágrima inevitable, un silencio enorme y todo lo que viene después.
Y hoy nuevamente sola en mi cama con el pasado bien cerca y su mirada latente que me guía y me ayuda a no dejarme caer, pienso en lo que juntas planificamos y que lo voy a lograr.
Hoy con mi título en la mano frente a esa cámara su recuerdo brilla en mi corazón.
Confidencias por Pia Garbarino
Sugerí que un trago no era suficiente para esa ocasión, era un momento especial y había que saber disfrutarlo: aunque contra su voluntad, Margarita de Valois había consumado casamiento con mi amado Enrique, y las influencias de poder aumentaban considerablemente al consolidarse como Enrique de Navarra, para poder así llegar al trono de aquella antigua región.
Por aquellos días lo que más importaba era el poder; nada podría satisfacer más a una condesa, en realidad, nada podría satisfacerme más a mí. Una se sentía tan a gusto en lugares confortables como en esa habitación, como esa noche, festejando los nuevos logros y sabiendo que lo mejor aún estaba por llegar.
En realidad nada fue en vano, las épocas de esplendor no las olvido y los planes los realizábamos de igual a igual. Si bien el asesinato lo decidió Enrique, no niego la magnificencia que rebosó en mi espíritu al escuchar la propuesta que hizo que mi disposición fuera absoluta.
Nadie se hubiera negado a matar al mismísimo Francisco de Alençon. Se había ganados muchos enemigos en esos tiempos por su actitud ante los súbditos.
El plan se consumó esa misma noche, en esa misma habitación: Enrique, consideró que al haberse casado con Margarita de Valois, ambos estábamos preparados para dar el siguiente paso hacia el liderazgo total.
La muerte de su hermano, el Rey Enrique III, era una muerte anunciada; y era un desperdicio que quien heredara el trono fuera Francisco de Alençon y no mi Enrique.
Todo fue proyectado sistemáticamente, el día, los actores y la justificación de su muerte. La tuberculosis era una enfermedad perfecta para evadir ciertas muertes, aun hoy lo es.
Como condesa de Romorantin, yo tenía grandes influencias para conseguir vasallos confiables que realizaran el trabajo. Sin embargo, no niego mi complicidad en el homicidio, pero no asumo la responsabilidad del hecho. Mi persona estaba cegada por las promesas del Rey Enrique IV, quien prometiéndome un futuro digno junto a él, se aseguraba la cómplice más fiel a su lado. Estas promesas hablaban de su posterior separación con Margarita de Valois y estaban fundados en la falta de herederos al trono, quienes serían nuestros mismísimos hijos. Pero para esto, era necesaria la coronación de Enrique lo antes posible; una vez consumada, el divorcio y el nuevo casamiento serían solo juegos de duques a comparación de los sucesos anteriores.
Cuando falleció Enrique III, fue la hora de actuar. Días antes de la coronación de Francisco, mis vasallos ingresaron en su habitación real y lo despojaron de su vida; la vida taciturna por la que era conocido el príncipe, no dejaron dudas de las causas de su muerte, cuando el informe oficial declaró que la tuberculosis había causado tamaña pérdida.
Lo sucedido después no es de necesaria explicación.
Una vez coronado rey, Enrique IV de Francia siguió con su matrimonio, mandó a alejarme de su existencia negándome toda promesa hecha.
Ésta es la historia oficial, ésta es la verdad suprema y por eso ruego a esta Corte haga justicia de lo sucedido, alivie mi condena, evite la condena de mi muerte y responsabilice a su Majestad de los hechos que acabo de relatar. Su vida no será digna de vivirse, su señoría, si en su conciencia perdura la culpabilidad de mi muerte.