Ficciones Históricas II

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Rosario 2074 por Ana Belén Blanco
Corría el año 2074 en la ciudad de Rosario. Era un 21 de Septiembre y como todos saben ese día se celebra el comienzo de la primavera. La gente agobiada por el cambio climático se concentraba en diferentes puntos de la ciudad.
Algunos en el Parque España, donde había un gran concurso para ver quien tenia las piernas más largas, ya que como advertirán la generación de ahora viene en desarrollo cada vez más precoz. Otros se ubicaban en el centro de la ciudad, donde había una competencia de balcones y banderas donde se plasmaban las mejores frases en honor a la madre naturaleza y también competían por la mejor decoración de jardines.
La población adolescente estacionaba sus naves espaciales en la zona de La Florida, donde se presentaba la banda “Flores del más allá” integrada por Pétalo, Jazmín, Maria Rosa, Tallo, y Margarita. La música del momento, con sus mejores hits haciendo saltar a estos chicos que decidieron aprovechar el día sobre las arenas multicolores y despedir al sol que se escondía tras la barra donde preparaban tragos tropicales.
Asombrados poco a poco fueron descubriendo que faltaban los animales. Entonces decidieron salir a buscarlos. Al mismo tiempo se dieron cuenta que la ciudad por los efectos causados por los cambios climáticos se había achicado en sus dimensiones y por otro de estos factores también se había divido, la especie humana de la animal.
Preocupados por la ausencia de esta última, se sentaron en una gran ronda a meditar para ver si lograban generar una conexión mental. Poco a poco se hizo presente la telepatía, y ellos fueron dándole pistas para ser encontrados.
Cuando supieron la ubicación, comprobaron que los animales se encontraban fuera de la orbita terrestre, exactamente divagando por el espacio, sumamente organizados en razas, conviviendo felices. Mientras que los seres en la tierra luchaban por ganar espacio suscitando competencias absurdas, como las que se establecían para ver, por ejemplo, quien tenía la nave espacial más moderna, o más semillas importadas en el cuerpo ya que hablamos de esta etapa primaveral, quien era el de las piernas más largas o las orejas más chiquitas, el del pelo más turquesa, o de ojos más atigrados.
Sin duda fue la primavera más triste y oscura, Y pensar que en los años anteriores nos quejábamos tanto porque hacían ruidos, cuando eran cachorros rompían todo, porque plagaban de regalitos inoportunos las veredas de nuestra ciudad y nos era imposible transitar relajadamente, ya que siempre teníamos que hacerlo mirando hacia abajo y esquivando estos obstáculos malolientes. Y ahora 66 años después nos damos cuenta que la raza humana no es más que un esqueleto ajeno e infiel a su mejor amigo.

F230607MarioBros-50.jpg El inicio de Mario BROS por Juan Francisco Bonacossa
Había una vez, en la época medieval en un reino muy muy cercano, un joven que se había comprometido con una bella princesa. Él era un muchacho de tez trigueña, con voluminosos bigotes oscuros, de estatura media-baja, y muy querido por la gente. Ella, rubia, un tanto más alta que él y muy elegante, simplemente la dama más bella del reino. Ante la noticia del casamiento, tal y como se acostumbraba por esas épocas, el Rey, llamado Cupa exigió gozar del privilegio de pasar la noche de bodas con la recién casada, ignorando que ésta era una práctica que estaba siendo abolida por los reinos vecinos. Sumado a esto, la autoridad máxima, había ido perdiendo representatividad, al punto tal, que la población se había trasladado lejos del castillo, atravesando una hostil en inhabitada zona.
Al enterarse de la noticia, Mario, el futuro marido de la princesa, hizo pública su oposición a la medida, negándose indeclinablemente y en conjunto con la familia de la novia a obedecer la orden real. Como respuesta a esto, el autoritario Cupa, envió a sus corresponsales a secuestrar a la princesa por la fuerza, y a llevarla a su castillo. El pueblo se conmocionó, la familia de la comprometida estaba desesperada, y luego de organizar una reunión en la plaza central con los demás habitantes del reino, tomaron la decisión de organizar el rescate.
El valiente Mario fue el elegido, tanto por voluntad propia como por la elección de sus vecinos, para emprender el desafío de atravesar la misteriosa e inhabitada zona que llevaba al castillo. Inmediatamente tomada la decisión, el joven se alistó con su enterito rojo, y su gorra del mismo color y partió en búsqueda de su amada.
Ya a varias horas de alejarse de la población, el joven pudo reconocer que estaba en la “franja del peligro”, como se le llamaba al territorio que separaba al reino del castillo. El cielo se comenzó a nublar por partes, y sobre él se ubicó una oscura nube que lo acompañó durante un buen rato. A medida que iba avanzando, el cielo se nublaba cada vez más y la nube no se le despegaba, hasta que en un momento ésta comenzó a arrojar grandes globos que contenían unas extrañas y salvajes criaturas con el caparazón cubierto de espinas. Éstas se dirigían a Mario para atacarlo, y cada vez eran más, por lo que no tuvo otra opción que comenzar a correr velozmente, hasta escapar de la terrible y rara tormenta, cuando por fin se creyó a salvo. Pero esta sensación le duró poco tiempo, ya que se topó con unos hongos carnívoros que surgían de la tierra, y le impedían seguir su camino intentando comerlo. Sin darse por vencido, decidió terminar con ellos, dando grandes saltos a pesar de su pequeña estatura, y cayéndoles encima. De esta manera logró avanzar un tanto más. El castillo ya asomaba entre los árboles. Y fue mientras observaba su objetivo, y pensaba en como estaría su comprometida, cuando comenzó a sentir que el suelo vibraba. El ritmo de las vibraciones era como el de pasos, lentos pasos, que cada vez eran más fuertes. Eran tortugas gigantes que rondaban el castillo. Mario se dio cuenta de que sus saltos ya no serían suficientes para alcanzarlas y poder librarse de ellas. A pesar de la tensa situación y preservando la tranquilidad, recordó una antigua leyenda, la cual contaba que los hongos que habitaban en la “franja del peligro”, tenían la propiedad de agrandar y fortalecer notablemente a quienes los comían. De esta manera, regresó a donde estaban los restos de los mismos, y comenzó deglutirlos velozmente, su cuerpo comenzó a crecer, y su estatura aumentaba al igual que su fuerza. En seguida retomó el camino y enfrentó a las tortugas, acabando con ellas de inmediato, justo y cuando el efecto de los hongos se estaba retirando.
Al fin Mario llegó al castillo, al cual debió ingresar por la parte superior, es decir, por el techo, logrando así sortear a los guardias que cuidaban la puerta principal. Una vez en el último nivel, observó por una ventana a su futura esposa, la cual se encontraba discutiendo con Cupa, intentando escapar de él. Enfurecido, el valiente joven derrumbó la puerta y se enfrentó a Cupa tomándolo por sorpresa y logrando arrojarlo por la ventana. La princesa llorando de alegría cayó en los brazos de su prometido, sellando ese momento con un beso eterno.
Al dirigirse hacia la puerta de la habitación, vieron a los guardias y servidores del Rey, que al parecer habían estado observando lo que sucedía. A medida que avanzaban hacia la salida, ellos se abrían camino. Sucedía que el maltrato y la intolerancia de Cupa ya habían alcanzado el punto límite de que sus mismos súbditos estaban en contra de él, por lo que ya no deseaban servirle ni acatar sus órdenes. Para el regreso, quienes habían sido los servidores reales, les ofrecieron a Mario y a la princesa un carruaje especial para poder evitar los peligros de la Franja.Y fue así como regresaron juntos y a salvo a su reino, donde se casaron en una hermosa boda a la que asistió todo el pueblo y vivieron felices para siempre.

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El cocinero de Napoleón por Florencia García
Era uno de esos días, en los cuales no se podía salir a la calle. Las entradas estaban cerradas por la nieve, y las estatuas del parque de la mansión todas escarchadas.
En la sala principal, al lado de la gran chimenea, estaba él, Napoleón Bonaparte, junto a Perkins, un cocinero que contrató el mismo día, quien desconocía el motivo por el cual estaba allí presente. Los minutos se transformaron en largas horas, sin siquiera escuchar el zumbido de una mosca, mientras que el oscuro día se trasformaba en una noche desolada. Perkins se preguntaba cuándo iba a ser el momento en que el gran Napoleón emitiera un sonido. Pero prefirió esperar, antes que faltarle el respeto e interrumpir lo que sea que estuviera haciendo.
Fue solo luego de 6 horas, cuando el general exclamó con una gran sonrisa en su cara un sonido de felicidad, despertando así al cocinero quien se había recostado en uno de los sillones del lugar. Este se acercó hacia la mesa donde Napoleón había estado todo ese tiempo y lo observó con gran intriga. Fue en ese momento cuando se enteró que había estado ideando un plan. Un plan siniestro, en el cual necesitaba a su cocinero para llevarlo a cabo, ya que consistía en preparar un banquete para agasajar a su amante. Solo que luego de esa cena, la mujer, debía morir.
Espantado de la situación y con una presión muy grande, el cocinero se quedó pasmado. Pero ante la gran suma de dinero que el emperador le ofreció, no se pudo negar, y enseguida comenzó a preparar lo pedido.
Al mediodía siguiente, la pareja se presentó al comedor, y Perkins, muy amablemente y sin dar motivos de sospecha, sirvió la comida, y regresó a su lugar de trabajo. Al cabo de una hora, no sintió más ruido, y decidió ir a observar qué había sucedido. Ahí estaban, los dos cuerpos desplomados sobre el piso. El cocinero al instante se dio cuenta del error que había cometido por los nervios que sobrellevaba; el nunca separó la comida envenenada, de la que no lo estaba.
De esta manera, fue que murió el militar y gobernador francés. Y en cuanto al cocinero, nunca más se supo de él.

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La historia del último refugiado por María Florencia Pungrau.
Son las seis de la mañana, el sol asoma sus primeros rayos mientras el mundo se levanta para admirarlo. Cuántas cosas han pasado, y sin embargo, él nos sigue iluminando…escribe un hombre en un cuaderno gastado mirando por la ventana.
El se llama José, como se llamaron todos los hombres de su familia. Vive en un humilde departamento de calle Oroño, lo que alguna vez fue ese hermoso bulevar. Pero él sólo piensa en lo que quedó atrás, esa tierra. Su tierra, tan lejana ahora. José es una víctima más de la guerra entre hombres, José es un refugiado.
Todas las mañanas, cuando llega de su guardia en el hospital, se acomoda ante la ventana, y comienza a escribir. No sabe por qué lo hace, sólo comenzó un día, sin pensarlo. Escribe sobre lo que ve y piensa, sobre lo que tiene y lo que le falta. Tiene 30 años, unos complicados treinta años. Llegó a Rosario escapando de la guerra acuífera. Su país, Brasil, inmerso en un desarrollo impensable siglos atrás, cayó en el peor defecto de los hombres, quiso abarcar más de lo que podía, y así se desató la guerra más impresionante en toda la historia de América latina: China invadió en el año 2052 a Brasil con el objetivo de apoderarse de sus recursos hídricos. Su madre decidió enviar a José con sus tíos argentinos con tan sólo 8 años de edad. Ellos fueron quienes se convertirían en su sostén tanto económico como emocional. Ellos fueron quienes lo suministraron de educación, y ya desde ese entonces José tenía espíritu de médico. Ahora se pasa todas las noches en la guardia de un pequeño hospital para niños. José solo quiere que no sufran como él.
Sin embargo, además de su valiosa labor con los niños, José también escribe para desahogarse. Pero nunca creyó que sus libros, sus diarios de vida fueran a publicarse…hasta que la conoció a María. Fue un día de verano, ella estaba en el hospital porque su sobrino estaba enfermo y encontró tirada en la habitación una carpeta con papeles. Desde la primera hoja que leyó quedó fascinada con lo que leía. Ella era editora en una revista de renombre en la sociedad. No podía creer lo que tenía en las manos y que no supiera quien era el autor de esa historia maravillosa. Comenzó a investigar en el hospital preguntándoles a las enfermeras si conocían de alguien que se dedicara a escribir. Después pensó que quizás la carpeta sería del paciente previo a su sobrino, pero descartó esa idea porque había aparecido mucho después de que el niño estuviera ahí. Hasta que una tarde mientras releía una de las partes frente a la cama de su sobrino, esté le preguntó: “¿que haces con eso tía?”. María sorprendida por la pregunta de su sobrino que supuestamente dormía, le explicó lo que estaba pasando y cuales eran sus intenciones.
El niño, cuando María terminó su relato, le contestó: “Yo sé quien escribió eso tía, es el médico de la noche. Viene siempre.” María no podía creer su suerte. Y esa noche se quedó cuidando al chico para poder conocer al fin, al majestuoso doctor que había escrito esas asombrosas historias.
José nunca se imagino que, al entrar a la habitación, una mujer correría a abrazarlo deciéndole un montón de cosas tan atolondradamente que le fue imposible entender aunque sea una de ellas. Estando ya calmada, María le explicó todo lo que estaba sucediendo y José no hacía otra cosa que sonrojarse con cada palabra, en especial cuando ella dijo: “…sería un placer para mí, y para todos nuestros lectores, publicar sus historias en nuestra revista.”
La invitó a tomar un café en el bar del hospital, sin responderle a nada. María estaba más expectante que nunca, no sabía que estaba pasando. José no pronunció ninguna palabra hasta ya pasados varios minutos – o quizás horas- hasta que al fin dijo: “esa no es una historia, esa es mi vida.”
Así comenzaron a charlar y José le contó todo lo que había vivido como a nadie nunca le había contado. No entendía por qué lo hacía, quizás hacía mucho que lo estaba esperando, o mejor dicho, hacia mucho que lo estaba necesitando. Pasaron varias horas, varias lágrimas y sonrisas, María no entraba en su asombro y cada segundo que pasaba tenía más necesidad de abrazarlo. El cariño que nació entre ellos fue inexplicable.
El sobrino de María tuvo que permanecer varias semanas internado, y desde ese entonces en adelante, se juntaban todas las noches para charlar. Hablaban de la guerra acuífera, de Brasil, de cómo el mundo había terminado en esta catástrofe. Hablaban de religión, de medicina y del periodismo. Hablaron sobre el amor, el destierro, en fin, hablaron de la vida.
El niño se recuperó pero ellos quedaron en seguir encontrándose. Su relación era tan bonita. No eran unos amigos cualquiera, no eran novios: eran “compañeros de vida”, como una vez le dijo José a María. Ella no dejaba de insistirle con que publicara sus escritos, estaba segura de que mucha gente se identificaría con la causa, y además, ayudaría a muchos otros a superar tantas pérdidas que esta horrible guerra había causado. Tanto fue lo que María les insistió, que José aceptó publicar un fragmento de su obra no planeada, con la única condición de que ella escribiera la introducción de la misma.
María aceptó encantada y lo que redactó con tanto amor, con tanta fuerza, decía así:
Somos el futuro de nuestro horrible pasado. Hemos aprendido en la escuela, los horrores que nuestros antepasados cometieron: dos guerras mundiales sin sentido, creación de armas y bombas que sólo sirvieron para matarnos, gobiernos corruptos que sólo nos dividieron como sociedad, pérdida infinita de lugares que eran patrimonio de nuestra humanidad. Contaminaron desde el aire, hasta nuestro suelo, dejándonos casi sin espacios verdes. Desarrollaron la informática y las tecnologías de comunicación al tal punto que el hombre deja casi de comunicarse. Y sin embargo, después de haber visto semejantes atrocidades, después de haber sufrido las terribles consecuencias de estos actos, hoy nos encontramos frente a una nueva guerra. Esta vez no por intereses económicos, no por alimentos, no energía, esta vez es por lo más básico y simple, esta vez es por AGUA.
Hoy estrenamos una nueva sección en la revista, quizás la más importante y significativa de todas las secciones que tenemos. Hoy vamos a publicar una parte de la historia de uno de nosotros. La historia de un niño que se hizo hombre por el agua. De un niño que enfrentó a la vida, a pesar de ya no tener nada. Está es la historia de uno de los tantos hombres que hicieron, que a pesar de estos actos brutales, hoy la humanidad siga de pie.
Ojalá todos nosotros reflexionemos con estas palabras.
Ojalá el hombre pueda aprender de sus errores.
Ojalá no haya mas niños que tengan que vivir estas experiencias, porque no somos capaces de solucionar nuestros problemas.
Ojalá esta sea la historia pública del último refugiado.

¿Sería redundante aclarar, que la publicación fue un éxito, no?

helena-50.jpg La traición por Florencia Testolín.
La ciudad de Troya estaba sucumbiendo. De ese magnifico caballo de madera surgían soldados de Esparta, que destruían todo lo que se interponía en su camino. Mientras tanto París, príncipe de la ciudadela y único heredero, asesinaba en la torre más alta del palacio a Aquiles por haber acabado con la vida de su hermano.
Helena ya había huido de la ciudad mucho antes de que Troya ardiera. Sabía que ella era la razón por la cual muchos hombres murieron, pero su deseo de sobrevivir fue aún más fuerte que el amor por París. Decidió tomar un sendero del palacio que conducía a la costa, donde se encontraban instalados los campamentos de Esparta. Su finalidad era llegar hasta allí para zarpar en una barca, ya que todos los espartanos estaban en la ciudadela. Pronto, esta ruta se hizo interminable y necesitaba descansar y alimentarse. Así fue que se recostó sobre una roca para dormitar unos minutos.
Un ruido hizo que se despertara sobresaltada. Al ver a un guerrero que le apuntaba la garganta con su espada intentó escapar, pero sus intentos fueron en vano. Este soldado había escapado del combate y, asustado por encontrarla en ese pasadizo tan estrecho, trató de matarla para abrirse camino. Su nombre era Príamo, ayudante del guerrero Aquiles. Al mirarla detenidamente supo quien era la extraña y su desesperación desapareció. Su vida estaba resuelta, ya que, al entregar a Helena con Agamenón sería perdonado por lo que había hecho. Sin embargo, a medida que miraba a la mujer no podía entender por qué los dioses la habían premiado con semejante belleza. Era un enigma; al transcurrir el tiempo Helena se volvía más hermosa y perfecta.
El soldado decidió no entregarla. El deseo de permanecer al lado de la mujer era más fuerte que la propia necesidad de subsistir. Príamo supo entonces que se había enamorado de ella. Helena, que percibía este sentimiento tan profundo, lo sedujo y fingió ser correspondida, ya que en definitiva lo necesitaba para escapar. Por lo tanto siguieron por el pasadizo, con la certeza que pronto verían la luz.
No supieron cuánto tiempo transcurrió, pero el túnel llegaba a su fin y podía verse desde allí la costa. Recorrieron las tiendas en busca de comida y, luego de alimentarse, se embarcaron en una de los navíos. En el momento de partir, Helena supo, en lo más profundo de su corazón, que había cometido hechos incorrectos para el juicio de los dioses, y necesitaba realizar un sacrificio en honor a ellos para que no permitan que se perdiese en altamar. De este modo, tomó a Príamo y lo besó apasionadamente, mientras le hundía un puñal en el estómago. Luego de agonizar, el soldado murió. Tomó su cuerpo y lo desechó en altamar, mientras se preparaba para partir de la ciudad donde había sido tan feliz. Mientras se adentraba en el horizonte pensó en todos los hombres que la amaron y encontraron su muerte. Pero aquel hecho no era su culpa, después de todo ella siempre sobreviviría, pues no estaba dispuesta a entregar su belleza y su vida por ninguno de ellos. No había ningún signo de remordimiento en su rostro. Seguiría su rumbo en busca de otro hombre y de otra ciudad que le otorgaran todo lo que ella había soñado.

bandera-50.jpg El encargo de Belgrano por Melisa Ocaña
Transcurría el verano de 1812; en la ciudad de Rosario hacía un calor agobiante, por lo que la gente prefería quedarse en sus hogares antes que salir a la calle a sufrir el calor.
Un grupo de costureras trabajaban en la zona céntrica de la ciudad. Eran aproximadamente 20 mujeres, que día tras día le daban vida a todas sus telas, creando nuevas modas y decorando la ciudad. El color novedoso de ese verano era el celeste y se observaba en cada puesto, cada comercio de la ciudad.
Un día, un hombre de buen aspecto llamado Manuel Belgrano, miembro de la junta política de entonces, vocal de la primera junta, se acercó al lugar donde se encontraban estas costureras. Al llegar les dijo que quería crear la identidad del país, la bandera. Al escuchar eso las mujeres se sorprendieron, porque no esperaban oír semejante declaración. Ellas le dijeron que no tenían problema en hacerla, pero que por favor les explicara cuál era su idea, a lo que él simplemente dijo que quería una bandera color celeste y blanco con un sol en el medio, y les dio los motivos de su elección.
Margarita, la encargada del sindicato, mujer importante en el ambiente de los costureros, decidió hacerse cargo de la petición de Manuel Belgrano, por lo que automáticamente se contactó con Quique, el dueño de la mejor casa de telas de la ciudad. Él era un comerciante que hacía ya varios años trabajaba de vendedor de telas, y como buen trabajador, conocía exactamente qué tela se necesitaban para hacer una bandera.
Margarita fue a lo de Quique y le comentó lo de Belgrano. Ambos estaban profundamente sorprendidos y hasta un poco desesperados por cumplir con lo que Belgrano quería, ya que sabían que era un hombre importante y que podía cambiar la historia del país.
Quique decidió participar en la creación de la bandera, por lo que durante una semana se junto con las costureras para probar modelos, invertir los colores, las formas, el tamaño… todas las combinaciones posibles las probaron, hasta que llegaron a la indicada. Y así fue como decidieron dejarla, tres franjas, dos celestes y una blanca, y el sol en medio de ellas.
Se juntaron con Manuel Belgrano a mediados de Febrero y le mostraron lo que habían hecho con tanto empeño. Le enseñaron también los diferentes modelos a los que habían llegado por si alguno le interesaba más que otro, pero finalmente se quedó con el que a todos les había gustado.
Finalmente el día 12 de febrero de 1812, en la ciudad de Rosario, frente al río Paraná, con una gran multitud de argentinos presentes, la bandera fue izada por primera vez.

taco.jpg La historia del ”Gran Taco” por Juan Deminas
En el año 1899 en la ciudad de Pachuca, México, nos encontramos con una de las historias más extrañas de este país, la historia de cómo surgió el taco. Esta comida, la más típica desde hace varios años, nace a través de los hermanos Hernández, Juan y José.
Nos situamos a mediados del mes de junio de ese año, cuando en Pachuca se celebra la fiesta de la comida exótica. El ganador del evento más importante de México se llevaría un gran premio de 1000 monedas de oro. A Juan y José, dos vagabundos de Pachuca, se les ocurrió participar en este concurso para poder salir de esta situación de pobreza, pero el problema era que no contaban con el dinero para poder comprar los alimentos y tampoco tenían una idea de qué plato exótico iban a preparar. Lo único con lo que contaban era con la receta de una salsa secreta que les había dejado su madre antes de morir. Recorrieron diferentes restaurantes por la ciudad pero nadie aceptaría a dos pobretones sin plata y sin experiencia de cocineros.
Pasaron varios días y los hermanos Hernández perdían sus ilusiones de poder participar del concurso y ganar esas monedas de oro ya que quedaban tan solo dos días. Esa noche, la más fría del año, Juan y José vagaban por la ciudad buscando un poco de calor. Caminaron varias horas y al llegar al final de la ciudad vieron una luz a lo lejos y una persona al lado de ese esplendor. Cuando se arrimaron hasta el hombre vieron que estaba cocinando en el suelo con una piedra redonda. El hombre, de origen árabe, les ofreció un trozo de pan chato. Al saborear el pan, los hermanos le preguntaron de dónde era y cómo había hecho para poder llegar hasta ese lugar y por qué cocinaba pan en una piedra. Su nombre era Taco. El árabe se quedó callado por un instante y luego se le escapó una lágrima del ojo derecho. Suspiró por un momento y les contó a los hermanos que se había escapado de su país por la guerra y que había terminado en México de contrabando y que nadie le daba trabajo por el simple hecho de ser árabe. Los hermanos se conmovieron al escuchar la historia del hombre y le propusieron que los ayudara a participar del concurso y a cambio recibiría una suma de las monedas del premio. Taco aceptó y les dijo que no iban a tener problemas de participar, la gran cuestión era decidir qué iban a preparar. Pensaron toda la noche pero no hubo caso, no se les ocurrió nada.
A la mañana siguiente empezaron a caminar hacia el centro de la ciudad y a buscar una idea que se les ocurriese para el concurso, que era al día siguiente. Caminaron y caminaron en busca de esos elementos que faltasen. De repente ven que un hombre sale de su casa gritando y quejándose de su esposa porque pensaba que la comida estaba podrida porque desprendía un olor muy fuerte. Juan, José y Taco se acercaron y agarraron toda la comida que pudieron reciclar ya que estaba cubierta de tierra. Entre estas cosas se encontraban carne de cerdo, tomates, cebolla, pepinos y sacaron pequeños dientes de ajo que era lo que producía ese fuerte olor. En ese instante a Juan se le ocurrió hacer un sándwich con el pan chato, más la comida que habrían arrojado y especialmente la salsa especial de su madre. La receta ya estaba, pero ¿funcionaria?
El día del concurso todos los participantes se reían de estos tres personajes porque no podían creer que dos vagabundos y un árabe podrían cocinar algo y además haciéndolo bajo una piedra. Pero al ver el resultado final, los otros participantes no comprendían cómo se les había ocurrido una receta tan original y tan barata. Los hermanos Juan y José no podían creer que habían ganado el concurso y decidieron darle el premio pactado a su amigo, pero este lo rechazó y a cambio les pidió que con esa plata abrieran un restaurante con esta receta y alimentaran a todas las almas pobres del país y del mundo.
Lo hermanos cumplieron con esa promesa y con el transcurso de los años todos los mexicanos se acercaban a comer esta comida típica y casera llamada “Taco”.