Por Lucía Leonard
Alrededor de las 15.30, Ana y Ramiro dieron inicio a la clase de un caluroso 15 de octubre. Como introducción a la temática que trataríamos luego, se leyeron los textos correspondientes al trabajo Cinco sentidos del periodista, dados como tarea la semana pasada. Con el objeto de establecer diferencias entre distintos estilos descriptivos, los textos elegidos fueron los de Rosario, Nicolás, Federico y Arianna. Unos más literarios, otros más clásicos, fueron corregidos en sus errores y elogiados en los mejores pasajes.
Luego de devolverlos, Ana atendió a las posibles dificultades que pudieron haber surgido a la hora de hacer el trabajo. Acto seguido, invitó a aquellos que aún no entregaron el texto, a salirse del radio por el que circulan diariamente y a elegir lugares de Rosario menos conocidos, no tan usuales como una plaza o una esquina céntrica. Nos recordó, luego, las instrucciones para publicar los textos ya devueltos, en EnRedaccion.
Luego de felicitar a los relatores de la clase anterior, la profesora adelantó lo que sería un resumen de lo tratado hasta el momento sobre el modo de construcción del género narrativo, es decir, del relato. “¿Qué es lo narrativo?”, preguntó. “¿De qué se ocupa? ¿cómo lo enfoca Bruner?”. Ante la falta de respuestas, volvió a tomar la palabra explicando que el autor define a la narrativa como una de las dos modalidades de pensamiento; la segunda, es la argumentativa. Ésta última dispone la información de manera tal que el texto represente una búsqueda de verdades universales. La narración, en cambio no busca establecer la verdad sino la verosimilitud, es decir, las “semejanzas con la vida”. En el relato se construyen una serie de sucesos y se buscan las conexiones entre ellos. La narrativa, a su vez, puede enfocarse desde dos panoramas: el panorama de la acción y el panorama de la conciencia. El primero abarca todo aquello de lo que se componen las acciones que los personajes del relato llevan a cabo. El segundo da cuenta de lo psíquico, es decir, de aquello que saben, piensan o sienten los personajes. Estos enfoques corresponden al concepto de narrador como entidad desde la cual se dan a conocer los hechos narrados.
Proseguimos con Van Dijk y su modelo de la superestructura narrativa. Éste establece una distinción entre narrativa natural, aquella que se asemeja a la vida, a la realidad y cuya manifestación más clara son las formas de narración orales y cotidianas, y narrativa artificial, es decir, aquella que tiene que ver con el universo ficcional.
Así, Ana nos mostró el punto en el cual los autores leídos en esta unidad (Bruner, Propp, Barthes, van Dijk) , más allá de sus diversas bifurcaciones teóricas, coinciden rotundamente: todo texto narrativo tiene por condición esencial la presencia de personajes que llevan a cabo una serie de acciones con determinadas intenciones. Mencionó además, una segunda característica fundamental, esta vez de orden pragmático: solo serán narrados aquellos hechos o acciones que sean interesantes, y lo serán en tanto y en cuanto signifiquen una ruptura de la rutina, un quiebre en el orden considerado como normal. Surgieron los ejemplos de lo que ocurre en las primeras páginas de grandes obras como La metamorfosis y Cien años de soledad.
Continuamos, entonces, con la superestructura narrativa antes mencionada. Van Dijk propone un cuadro creciente en sentido arriba- abajo en cuya base se interpretará el punto de partida o estado de serenidad. Lo que va a romper con ese estado y a dar comienzo al relato va a ser una primera complicación. A esta, lógicamente, le corresponde una resolución. Ambas conforman lo que llamamos suceso. En torno al suceso se encuentra el marco, aquel que contiene la información referida al lugar y al tiempo en que se desenvuelven los personajes. Un suceso puede constar de dos o más complicaciones (y sus respectivas resoluciones) siempre que se mantenga el contenido del marco. Suceso y marco juntos forman un episodio. Para que surja un nuevo episodio debe cambiar alguno de los elementos del marco. Así, un episodio puede conformarse de más de un suceso. Al conjunto de episodios lo llamamos trama, de la que, a su vez, deriva la historia. Ésta puede o no tener una moraleja y/o una evaluación.
Dando por finalizada la parte teórica de la clase, nos dispusimos a aplicar los conceptos aprendidos trabajando sobre una serie de relatos breves. Victoria se ofreció a leer, para empezar, La fábula de los tres hermanos, del libro Los cuentos de Beedle el bardo de la autora británica J. K. Rowling. En él identificamos, en forma participativa y de la mano de Ana, cada uno de los sucesos y marcos, como así también la moraleja, la cual se encontraba explícita, al final y por fuera del texto. Lo mismo hicimos con tres cuentos de Cuentos breves y extraordinarios de los geniales Borges y Bioy Casares: La salvación, El ubicuo (Winternitz) y El ubicuo (Pereyra).
Terminada la práctica, nos dispusimos a comenzar, en el tiempo de clase que restaba, la tarea asignada por Ana para el próximo encuentro: elegir un cuento o relato breve y reconocer en él las categorías de la superestructura narrativa. Se hicieron las consultas necesarias y se despejaron las dudas para dar luego por finalizada la clase, a alrededor de las seis de la tarde.