La idea es abordar estas breves lecturas para descubrir cómo germina la narración, cómo puede abrirse el relato a la infinita imaginación, cómo aparece la ciudad en el relato y a la vez el relato inventa la ciudad.
Pasaje Pam
por Juan Martini
Se baja del ómnibus en la esquina de las calles Laprida y Córdoba. Compra un diario y camina por Córdoba hasta Maipú. Su mirada indiferente recorre las fachadas: vidrieras atestadas de antigüedades en dos negocios atendidos por señoras que distraen su excesivo tiempo libre con obras de caridad, la oficina de apuestas del Jockey Club, un local de bowling, una casa de discos, el edificio del Jockey Club con sus puertas de metal y vidrio cerradas en la esquina de Maipú. La calle está llena de camionetas de reparto, de taxis y autos particulares embotellados en un tránsito desordenado., El ruido de las bocinas molesta a Vargas. Entra en un bar llamado “Rayito de sol” y pide su desayuno: café con leche y cuatro medialunas. Despliega el diario y en una primera mirada se ocupa sólo de los títulos y las fotos y se detiene en las noticias policiales. Termina el desayuno rápidamente y fuma dos cigarrillos negros. Dobla el diario y se encamina a su oficina.
El Pasaje Pam es una oscura galería con entradas por Córdoba y Santa Fe. Los locales están ocupados por numerosas oficinas, depósitos, una galería de arte y una cooperativa, inmobiliarias, agencias de turismo y publicitarias. Vargas recorre la galería con paso lento. Saluda con la cabeza a media docena de hombres que se cruzan en su camino. Unos veinte metros antes de llegar a la calle Santa Fe, a la izquierda, hay unas escaleras de mármol blanco con los escalones gastados y filosos en los bordes. Vargas sube por ellas y luego sigue por un pasillo angosto lleno de puertas cerradas con los cristales pintados o cubiertos con cortinas o papeles. Al fondo del pasillo un cartelito de chapa pintado de azul con letras blancas dice: “Investigaciones El Águila”. Ésa es su oficina.
Tribunales
por Marcelo Scalona
Hacía tiempo que la angustia me hacía imaginar que el tribunal
era un cementerio. Alucinaba de terror con que el
edificio era una trampa y que un día fatal, todos los abogados recibiríamos
nuestra última sentencia muriendo adentro, atrapados,
entrampados, engañados o algo así, sin poder salir del lugar, como
quien es soterrado.
Cuando se está muerto espiritualmente lo otro da igual —me
decía— y es más una cuestión de curiosidad que de dolor. Entonces
me metí en la puerta giratoria de la entrada. Aún conservaba
su función específica: separar en todo el que llega al palacio, lo
sensible y lógico, echándolo fuera, de lo mezquino y práctico arrojándolo
dentro. Después de pasar por la máquina separadora ya
estaba en el gran salón de recepción, donde se destaca un balcón
alto y amplio desde el que los letrados avizoran sus presas. El ancho
recibidor es presidido por una imponente estatua de San Martín.
Como todas las mañanas lo saludé inclinando levemente la
cabeza. Hacía siete años que había empezado a saludarlo. Al principio
en broma, después en serio y después como todo, porque ya
lo hacía desde antes.
Avenida Godoy
por Eduardo D’Anna
La entrada de Jesús en Rosario
Se realiza por la
Avenida Godoy
en un carro de verdulero.
Los periodistas
se encuentran imposibilitados
de entender el hecho
creen que esto sólo pasa en Rosario
y no saben con qué empresa
quedar bien.
De Villa Banana parten
las exclamaciones más entusiastas.
Algunos burgueses tocan
las bocinas de sus autos
artísticamente.
No puedo verlo bien
va adentro del carro
sé que charla con varios tobas
que se han subido
pero no tiene el pelo tan largo;
en un momento
veo que alza la mano
y abarca descriptivamente todo
como si dijera:
“todo esto es mío”,
“acá todos me van a oír”, o
“todo esto no existe”.
Mi amigo de los diez años
me pregunta si al pasar él
debe hacerse la señal de la cruz
y si en caso contrario
se irá al infierno.
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