Hiperventanas modernas. El error

por Julia Capoduro*
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Ya es tarde, la una de la mañana, los ojos reventados, y sin embargo, por algún motivo extraño, tengo ganas de aguantar un poco más. Caminar puede ser una buena opción para noches como esta, pero prefiero estar acá, asomada en el balcón, mirando…
Y cuando digo mirando, es observando: el comportamiento de las personas visto desde la más pura intromisión. La posición de espectador desde un departamento interno puede, con un poco de suerte y altura, llegar a ser increíble.


Gente que se agrupa frente a la TV para cenar, algunos que ya se están acostando, otros se abrazan y cierran discretamente las cortinas. De fondo los últimos bocinazos y frenadas de autos del día.
Desde acá también puedo ver un par de pibes en la plaza de la esquina. La luz que tienen encima estalla y se apaga. Salen corriendo. Fueron ellos. Un señor un poco sospechoso los observa en la esquina, a media cuadra, y parece que algo va a pasar. Cara neutra como ninguna, de esas que no dicen nada, saco gris, sombrero negro… Llamémoslo así: “Sombrero Negro”.
Sombrero Negro intercepta a los muchachos. No se qué tendrá este hombre, pero se detienen casi como por congelamiento. Duros. El aire se vuelve espeso de misterio. De un estirón de brazo apago la luz rápidamente, por las dudas… El cuadro se mantiene, largo. Ninguno parece estar hablando, ni gesticulando. ¿Qué está pasando? Quedaron inmóviles. Ya van más de dos minutos y esto me esta aburriendo. Y es ahora cuando me soy cuenta lo que realmente está pasando. Se congeló el mundo. O mejor uso sinónimos: se cristalizó, entumeció, espesó. Se detuvo. Toda la gente está quieta en las otras ventanas!! ¿Estoy soñando? No, no estoy soñando. En realidad no sé cómo puedo saber que efectivamente estoy despierta, pero lo sé.
Un señor del edificio de enfrente sostiene a su bebé en la misma posición incómoda hace minutos; una chica está por soltarse el pelo hace rato; un gato quedó a mitad de camino en su caída del tapial de una casa. Me muevo, sólo para corroborar que yo sí puedo. Vuelvo a la escena de Sombrero Negro. En eso, él también se mueve. Mira mi ventana, “indaga” en mi ventana. Retrocedo. Sombrero Negro mira su reloj, le pega un tincazo con un dedo. Vuelve a mirar hacia mi posición y ya no con su cara que no dice nada. Ahora dice “mal, error”. Creo que sabe que yo, fuera de sus planes, sigo siendo un ser móvil.
Empieza a caminar hasta que lo veo desaparecer por el lateral derecho, detrás de mi edificio. Todo lo demás sigue en su estado de quietud aparentemente perpetua. Me oprime la incertidumbre, el miedo. Nunca sufrí de tal forma el silencio. El silencio del mundo. Atroz. Riiiinnnn!!!!! El timbre rompe con todo. Debe ser él, tiene un desperfecto que arreglar.