Por Irene Parlante Garzia*
Plaza San Martín. Rosario, Santa Fé, Argentina. Quién sabe qué día, qué año. Supongamos que es 1950, o por ahí. Su nombre es Alejandro Benvenuto Garzia, y tiene unos 20 años. Acaba de salir de la facultad, que estaba ahí cerquita y decidió inmortalizar ese momento.
¿Por qué? Porque son sus últimos días en Rosario, acaba de rendir la última materia para recibirse de “perito clasificador de granos y oleaginosas” y espera con ansias la vuelta a su pueblo.
El que está asomándose desde atrás nadie sabe quién es, tal vez uno que pasaba, y se le antojó salir en la foto, “figuretti”, que le dicen ahora.
Mañana se subirá al auto de sus padres y emprenderá la vuelta a sus pagos entrerrianos. Por fin se va a ir de esa maldita ciudad. El ruido y las multitudes no son lo suyo. Lo suyo es el campo, el pueblo, la tranquilidad.
No sabe qué le esperará a la vuelta. Se va con ansias, a buscar su futuro allí. No se imagina que uno de estos días, viendo pasar el tren por Mansilla, conocerá a una mujer que será la madre de sus hijos, de sus siete hijos. Tampoco se imagina que 58 años después su nieta más grande va a estar escribiendo sobre él, sobre la foto que hoy fue sacada.
Vuelve al pueblo con el pecho inflado. “Perito clasificador de granos oleaginosas”, suena importante un título tan largo. El tiempo y la economía argentina harán que aparte de hacer su trabajo en el campo también deba vender seguros para poder subsistir, y para poder sostener las “timbas” de todas las noches en el club Ferro con los amigos. Las timbas y el whisky.
¿Amigos? Pocos. Nunca fue muy extrovertido y siempre tuvo las palabras justas, ni una de más. Lo que le ganó los pocos compañeros que tiene fueron sus habilidades para hacer asado y la capacidad infinita para contar historias.
Volverá a su pueblo, y sus días trascurrirán siempre iguales. Levantarse temprano, ir a comprar las “galletas” recién salidas del horno de la panadería, volver a su casa, trabajar en la huerta de tomates y después irse a su despacho a vender seguros.
Alejandro, nacido en Argentina e hijo de italianos, todavía hoy, con casi 80 años, conserva esa mezcla entre mafioso y tanguero, aunque nadie sospecha que lo que en realidad vive adentro de él es un gaucho de pura cepa. También conserva esos ojos pícaros, que ni la miopía ni la edad le han podido robar.
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*Irene Parlante Garzia es estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social