Por Celeste Morales
Miércoles atípicos
Estoy sentada en la cocina, en frente de la compu, preguntándome: ¿Qué hice durante todos estas semanas los días miércoles? A simple vista parece una pregunta bastante sencilla, pero a la hora de responderla la sencillez desaparece.
Gracias a las vacaciones, las mesas de exámenes (a las cuales, por cierto, zafamos como los mejores), y los paros docentes, todos los alumnos de primer año pudimos gozar del tiempo libre sin restricciones.
Decidí volver a mi pueblo, San Gregorio. Allá las cosas son diferentes, el tiempo te alcanza, te desaceleras, rompes con la rutina y la locura de la ciudad. Hice muchas cosas, fui a muchos lugares y visité mucha gente. Todos los días tenía preparado algo nuevo para hacer. Los primeros días de la semana, lunes y martes, los usaba para descansar del exhaustivo fin de semana (viernes, sábado y domingo). ¿Y los días miércoles? A ellos les tocaba lo peor, el tedio, el aburrimiento, la mitad de la semana. Acostumbrada a tener miércoles complicados (confieso que cuando estoy en Rosario es el día de la semana que más me altera), con responsabilidades a cumplir y trabajos a entregar, puedo decir que éstos no fueron para nada miércoles, en absoluto.
Mis actividades variaban desde lectura, música, idas a lo de mi abuela, mateadas con amigos, y tours por el pueblo. En definitiva: tranquilidad. También por la tarde, algunos miércoles, no todos, arriesgaba mi vida enseñándole a manejar a mi mamá, lo cual era muy, pero muy divertido.
Romper con la rutina activa de las clases de redacción no fue bueno: ¡Me cuesta ponerme a escribir!
Con todos estos días light que hemos tenido mi cerebro está de huelga, no quiere trabajar… Espero se ponga las pilas…