Por Agustina Lopez
Me despierto el miércoles pensando… “Si sigue habiendo paros y vacaciones largas, mis viejos van a suponer que es mentira que estoy estudiando dos carreras al mismo tiempo”. Y como era de esperarse, miro el reloj… ¡2 de la tarde! Sin hacer demasiado ruido, voy al baño, salgo con cara de bella durmiente y me dirijo a la cocina para preparar mi almuerzo a destiempo. Mi mamá siempre aparece milagrosamente cuando yo más quiero pasar desapercibida y me recuerda que tengo dieciocho años, que ya soy grande, que no son horas de levantarme, que tengo que ir a Arte Floral y que siempre llego tarde a todos lados (lo cual nunca puedo discutirle, porque tiene razón en todo).
Unas milanesas, un poco de jugo de naranja, me pinté las uñas y mi mamá me llevó hasta la florería donde aprendo Arte Floral los miércoles por la tarde cuando no curso en la facultad. Llegué un poco tarde como de costumbre, pero la profesora de tan maravilloso curso resulta ser mi abuela así que no tuvo problemas en mirarme con cara de “te conozco” y continuar con la clase, haciéndome señas de que me ubique en una silla cerca de ella.
Dos horas que se hacen un poco largas cuando uno tiene la cabeza en otro lado. Entre los pétalos de las margaritas, los tallos de las gerveras, el verde de la hortensia, la hoja rugosa y el oasis vegetal se me hicieron las seis de la tarde y me fui a tomar un café azucaradísimo con mi abuelo a la cocina que está detrás de la florería.
Como todos los días a horarios inesperados, me llegó un mensaje de Jere pidiéndome que le lleve yerba a la casa. Esto de que se vayan a vivir solos a edades tempranas hace que necesiten las 24 horas del día a una amiga que les vaya a lavar los platos, hacer los mandados y preparar tortas de vez en cuando. Pero no me molesta en lo más mínimo así que pasé por una granja, y confieso que es la primera vez en mi vida que compro yerba, así que opte por una Nobleza Gaucha que parecía más barata que la Taraguí.
Al llegar al departamento de Jere, todos los demás estaban sentados en ronda con una guitarra y un mate con yerba de hace dos días. Me vi obligada a poner mi yerba en acción y armar un nuevo mate. Nos quedamos ahí haciendo nada que es lo que mejor nos sale hacer. Escuchando un poco de Sabina, jugando al truco, riéndonos de nosotros mismos y organizando viajes que seguramente nunca haremos en la vida, nos agarró la hora de la cena y hambre.
“Creo que tengo unos fideos en la alacena de la izquierda, fijate si están vencidos” Gritó Jere a Fede mientras el otro revolvía la heladera con afán. “Pero no sé si las chicas sabrán hacer fideos.” le dijo Fede a Jere como invitándonos a cocinar. Por suerte Flor se me adelantó y lo único que tuve que hacer fue esperar a que me llamen a comer después de un largo rato. El resto se quedó cantando y tocando la guitarra a unos metros del sector “Chefs”.
Finalmente salieron más ricos de lo esperado, comimos tarde, discutimos por qué programa ver como cualquier familia a la hora de cenar, reímos mucho y las horas pasaron de prisa entre fideos y risas.