Por Mauricio Mayol
Nota publicada en la revista Medios y Enteros, sección Nota Central, del 13-12-2010 / Edición Nº 6
Tema: Las tecnologías como herramientas cognitivas
HABILIDADES PRESTADAS
Según el diccionario: Habilidad, habilitas, capacidad y disposición para algo (Def.1 Diccionario RAE).
Consideramos a las plataformas digitales desde donde planteamos hoy el acceso a las fuentes informativas y formativas de los alumnos universitarios, desde un doble propósito. Por un lado, suplen –o complementan para los más puristas-, a su manera, el lugar de la biblioteca y, por otro, permiten el desarrollo de habilidades cognitivas construyendo un camino inédito hasta ahora.
Cuando lo relacionamos con la noción de aprendizaje, como es el caso de los diversos acercamientos que varias disciplinas desde la comunicación están realizando en estos espacios, aparecen algunos problemas. Esto es así, porque a pesar de compartir algunos códigos comunes, entre ambos lados del proceso docente-estudiante es evidente que ambas partes resultan haberse formado en tradiciones distintas. La primera realizó una adaptación forzada al universo digital desde una cultura que tenía al libro impreso y la biblioteca como su mayor referencia y fuente de conocimiento y la segunda decidió hace rato abandonar esta práctica de lectura bibliográfica.
Si la habilidad es alguna cosa que alguien ejecuta con gracia y destreza (Def.2 Diccionario RAE) ambas generaciones deberían tener su propia plataforma sobre la cual lanzarse a conquistar el espacio de la lectura y escritura digital. Sin embargo, esta plataforma resulta mucho menos firme de lo que se supone, si pensamos que el ejercicio de la lectura en este contexto más que con el placer o el entretenimiento, tendría que ver con el desarrollo y estimulación de habilidades de conocimiento.
La realidad, hasta el momento, es que la formación de la enseñanza media producto de la Ley Federal de Educación, no solo no ha recuperado a las nuevas generaciones para el desarrollo crítico del pensamiento, sino que las ha privado de la superficie –pantanosa es cierto- del “conocimiento universal o general” que era característico de las anteriores generaciones. La camada de docentes que se sumaron por la fuerza a la instrucción de los jóvenes con el soporte tecnológico, no han llegado más allá de la idea de la tecnología como una herramienta dificultosa de la que poco se podía sacar, salvo dejar que los alumnos usaran internet como un repositorio de múltiple información, toda con la misma entidad, es decir, difusa, pero suficiente para justificar y pescar en esa red lo necesario para solucionar el tema, el trabajo, la actividad.
Esta tendencia, que caracterizó los años posteriores a la aplicación de la ley, está paulatinamente tendiendo a revertirse al tenor de las últimas medidas procuradas –y en algunos casos tendenciosamente criticadas- de dotar a las escuelas secundarias de instrumentos tecnológicos como los planes de distribución de netbooks del gobierno nacional, y los cursos de uso de tecnología para los profesores, propiciados por el gobierno provincial. Este doble movimiento, implica tener la herramienta y saber además de cómo, para qué usarla.
Estas y otras medidas se deben encaminar a saldar el quiebre que se produce cuando el alumno cruza la frontera entre secundario y universidad, especialmente, en el aspecto no tanto de manejo tecnológico, sino de conocimiento y adquisición de habilidades propias que proporciona el uso de la tecnología. Si esto es así, el problema dejaría de ser una responsabilidad exclusiva de la universidad y contribuiría a impedir la frustración de muchos alumnos.
Habilidades ajenas
El mecanismo repetitivo de buscar y copiar del manual de historia a la monografía que practicaban usualmente los alumnos de antes, se estableció –se copió diríamos- como norma de comportamiento para la creación de un vínculo entre los nuevos jóvenes tecnológicos y la internet como fuente de conocimiento. Cada una de las cosas, entonces, que una persona ejecuta con destreza para lograr ese efecto deseado (Def.3 Diccionario RAE), se relacionaría con el sentido de un fin, de un objetivo, y bajo ese punto de vista, el alumno sale hoy con la falsa idea de que posee habilidades para manejarse en la búsqueda de información en el entorno digital.
Resulta evidente, a esta altura, que estamos acercando la noción de transcribir y reproducir información a la de búsqueda de conocimientos, especialmente reforzadas por la no exigencia de parámetros mínimos de seguridad como el chequeo y la comprobación de fuentes, norma básica del buen comunicador. La flexibilización de la autoridad de referencia bibliográfica y de pensamiento, en ocasiones termina produciendo, como consecuencia, la desaparición de la identidad de la fuente en un anonimato resguardado por los portales digitales, en donde personas anónimas suben y comparten información obtenida de forma dudosa. Esto provoca la circulación, muchas veces, de datos falsos y la idea de que si la fuente es anónima, el texto es propiedad de todos, y por lo tanto, también lo es de cada uno. Cada uno, tendría así derecho a ponerle su firma, justificarse y convencerse de que se ha convertido de un momento a otro en el verdadero autor de los textos resultantes.
Esto, que los alumnos de antes llamábamos “copiar”, hoy no tiene nombre preciso, porque “plagio” es una palabra que no alcanza a definir una práctica habitual y de dudosa mala intencionalidad. En realidad, no alcanza para describir una situación que se explica desde esta lógica aplastante de la “autoría de nadie”.
La preparación del alumno preuniversitario, se supone, acerca aspectos de la disciplina, por ejemplo, la comunicación, al ámbito de conocimiento necesario como paso previo al ingreso a la especialidad. Cuando el alumno de comunicación llega a la universidad, ya escuchó por lo menos alguna vez que existe la pirámide invertida y la carta de lectores, porque alguna esforzada profesora de lengua reconvertida en comunicadora le habrá señalado como trabajo de entrada a la materia en el secundario.
Pero ese alumno, tiene un problema, no sabe leer un texto impreso en un libro y no sabe leer un texto digitalizado en internet. Porque cuando inició su mundo como lector, le dijeron que se leía de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha y que la solución de la actividad consistía en reproducir el tema hallado. De buenas a primeras, se encuentra con que en los blogs de las materias de la carrera se leen de abajo hacia arriba, que los textos de estudio son cortitos, están llenos de enlaces a otros textos de otros autores, y se les pide que naveguen por la páginas estableciendo su propio recorrido. El resultado, en un principio, suele ser incierto y algunos tardan en comprender que, al final, lo que se busca es que el lector y el autor sean ellos mismos, que la producción surja de sus propias ideas, que internet sea una fuente a contrastar, relacionar y finalmente producir textos propios, es decir apropiarse del conocimiento y no de los textos ajenos.
¿Qué pasa cuando no se comprende esto? Es entonces cuando la repetición de la práctica adquirida anteriormente se aferra como un salvavidas de plomo y produce los primeros resultados adversos: un enredo dispuesto con ingenio, disimulo y maña (Def.4 Diccionario RAE). Ese “enredo”, lleva muchas veces a una encrucijada para el docente y el alumno, y el trabajo, en su repetición de contenidos que quedan en evidencia con solo “googlearlos”, fracasa en su empeño de lograr individualidad y creatividad, los ingredientes básicos de la receta que se pretende cocinar en la carrera de comunicación.
Sin embargo, ambas generaciones, las que pasaron y las que hoy son alumnos de la carrera de comunicación, enfrentan situaciones comunes: 1.Los alumnos de hace unos años no leían los diarios (impresos), los de ahora no leen diarios (digitales ni impresos); 2. Los de antes –la mayoría- no leían libros que no fueran los obligatorios del secundario, los de ahora no leen libros (¿existen todavía libros obligatorios en el secundario?); 3. Los alumnos antes no miraban los noticieros, los que cursan hoy no miran los noticieros.
Es fácil comprobar que los alumnos que estudian comunicación social y que incluso han hecho prácticas “periodísticas” como orientación previa a su elección de carrera, no tienen la costumbre de leer los diarios digitales. Si bien, esto era bastante común con años anteriores de la carrera, sí era relativamente más fácil que se orientaran en la diferencia entre reproducir y producir información. Quizás, se debiera a la reducción de la estantería de la biblioteca disponible que implicaba la valoración de un trabajo de campo, esforzado, continuo, que se transmitía desde la práctica de los comunicadores en actividad a los que estaban por serlo. Tal vez, porque la práctica del comunicador encontraba su espacio más en la calle que en el escritorio o en el ciber.
Posiblemente, este tipo de actividad aparezca hoy como insuficiente, al tenor de la necesidad de formación en un ámbito menos abarcable y en desarrollo continuo como es el periodismo digital. Pero lo preocupante sería, si una vez adquirido el nuevo hábito de leer y redactar en estos formatos, la búsqueda de conocimientos como formación integral en los estudiantes no produjera más efecto que el de reproducir la práctica basada en la repetición de contenidos livianamente presentados y justificados como propios.
Desarrollar habilidades propias
Aún así, igualmente, podríamos comprobar sin mucho esfuerzo que los alumnos de comunicación de antes y los de ahora tienen más cosas en común de las que creemos, pero algo los diferencia: los de antes a duras penas lograban encontrar la hemeroteca municipal en funcionamiento discontinuo y las estanterías de la biblioteca de comunicación lucían semivacías. Los de ahora tienen la tecnología a mano, computadoras en su casa, en el ciber, en la facultad; teléfonos celulares con internet; “tienen” internet.
La carrera de comunicación también tiene cada vez más espacios de producción y aprendizaje muy interesantes para apropiárselos y desarrollarse creativamente, blogs, redes, wikies y cada año se incorporan nuevos elementos de formación, aprendizaje e intercambio. Esas herramientas no son solo instrumentales, son también cognitivas, y sobre esta idea creemos tiene que estructurarse la relación entre docente-tecnología-alumno que procura la carrera.
Una relación que ponga, con la tecnología y el trabajo en el aula, en funcionamiento, habilidades propias: entender – relacionar – comparar – buscar – apropiarse – conocer – desarrollar ideas creativamente, son los objetivos buscados desde siempre en el ámbito educativo y la nueva tecnología y su acceso a la red de conocimientos e información no puede echar su basamento en la reproducción cada vez más variadas de contenidos ajenos.
Entonces, si los docentes somos capaces de articular esa propuesta, como contrapartida los alumnos deberían valerse de toda su destreza y maña para negociar y conseguir algo (Def.5 Diccionario RAE): despegarse de los métodos naturalizados antes de llegar a esta instancia y no seguir pidiendo prestadas habilidades ajenas. Animarse a producir contenidos propios, a buscar más que a encontrar información preseleccionada, está ahora al alcance de todos, y debe ser incentivada en el ámbito del aula. Si los docentes han decidido como postura metodológica promover el uso de tecnologías y negarse a reproducir contenidos al estilo del antiguo maestro enciclopédico y de manual propio, los alumnos tendrán que corresponder con la misma moneda.
Queda valorar con el tiempo la respuesta a este interrogante.