INVIERNO DEL 55: EL COMIENZO DEL FIN O LA CONCRECIÓN DE UN MITO
Por María Elena Sánchez
Durante la jornada del 16 de junio de 1955, la rápida reacción de civiles leales a Perón consigue, en varios centros del país, detener las maniobras opositoras y posponer, aunque sólo por tres meses, el derrocamiento del presidente.
En nuestra ciudad, al igual que en otras ciudades importantes del país, se produjeron situaciones donde los grupos civiles dieron muestras de su postura en favor del régimen peronista.
En distintos puntos de la ciudad, piquetes de trabajadores cuidaron los edificios públicos para salvaguardarlos de cualquier ataque.
Uno de esos grupos, integrado por miembros de la C.G.T. y la C.G.U., tuvo como destino el aeródromo del Círculo de Aviación de Granadero Baigorria por cuanto se presentaba como posible el arribo de alguno de los aviones que habían participado del bombardeo a la Plaza de Mayo.
Y lo esperado ocurrió.
Un avión al mando del teniente David Giosa se vio obligado a aterrizar y el militar fue detenido, en el primer momento, por los integrantes del grupo civil y, luego, trasladado a Rosario por efectivos de la Policía Federal.
Con seguridad, la máquina, que no pudo huir, pertenecía al grupo de sublevados pertenecientes a la Infantería de Marina y a la Aviación Naval así como los 36 aviones que, con mucha mas suerte, lograron aterrizar en diferentes aeródromos uruguayos durante las últimas horas de la tarde.
Perón, en su discurso de la media tarde los nombraba: “Ahora, terminada la lucha, los últimos aviones, como de costumbre, pasaron huyendo. Estos últimos disparos de artillería antiaérea que han escuchado, han sido sobre esos aviones fugitivos.”
En ellos viajaban argentinos que buscaban refugio en el vecino país. Comenzaba una etapa cruel de muertes y exilios.
Los pasajes de las escuadrillas de aviones que tiraron bombas sobre los edificios del centro de la Capital Federal dejaron, según los diarios del 17 de junio, un saldo de 156 muertos, 96 heridos graves y 750 heridos de menor gravedad. Más tarde se sabría que los muertos llegaron a 380. El elevado número de víctimas inocentes era un anuncio de los crueles tiempos por venir.
El mito peronista que proclamaba “¡La vida por Perón!” comenzaba a concretizarse. En el diario La Capital del día 17, se lee un excelente artículo sobre el tema: “ ¡Cuántas veces, en instantes de exaltación popular, se escuchó el juramento multitudinario: “La vida por Perón”. Era como la profesión de fe de las muchedumbres que se congregaban para escuchar al conductor, para aclamarlo. Esas cuatro palabras resumían en la más ajustada de las síntesis, la determinación irrevocable del espíritu argentino. “¡La vida por Perón!”, decía el pueblo. Y allí están como testimonio de la tremenda verdad que entramaban esas palabras, los hechos de ayer, durante los cuales muchos argentinos, olvidándolo todo, realizaron el supremo sacrificio.”
Hoy sabemos que ellos fueron, en realidad, los primeros de muchos argentinos contemporáneos que convirtieron en acción sus palabras.
En otro artículo del mismo día, con el titular de “Patético relato de un testigo”, un redactor de la agencia del diario en la Capital Federal relata las experiencias durante ese aciago día y termina su bellísima crónica con estas palabras: “Hay miradas patéticas que, elevándose por encima de sus propios sufrimientos, se diría que preguntan si todo ha terminado o si continúa el horror monstruoso e inhumano desatado por las manos criminales de los aviadores sediciosos”.
Desgraciadamente, todos conocemos la respuesta a la pregunta que retóricamente se formula el periodista. El horror monstruoso e inhumano perduró durante décadas y los aviadores sediciosos continuaron saliendo desde la Escuela de Mecánica de la Armada.
Los acontecimientos de junio del ´55 nos presentan, por una parte, una oposición dispuesta a continuar con los intentos derroquistas y, por el otro, a un pueblo dispuesto a repudiar intensamente cualquier manifestación que pretendiese alejarlos de su líder. Tres meses después, el triunfo fue de los primeros.
Sin embargo, las palabras de Perón durante el discurso emitido el 16 de junio, se cumplieron proféticamente: “Pasarán los tiempos pero la historia no perdonará jamás semejante sacrilegio.”