El lunes 1 de febrero murió el escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez. Como pequeño homenaje y reconocimiento a un escritor de consulta permanente, publico aquí dos notas que Silvina Freira escribió para el diario Página 12 entre ayer y hoy.
“Perdimos un referente fundamental”
Escritores, intelectuales y amigos recordaron con cariño y admiración al autor de Santa Evita. Carlos Fuentes dijo que merecía el Cervantes, entre otros premios. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside García Márquez, destacó sus valores éticos.
Por Silvina Friera
Tomás Eloy Martínez encontró la llave que comunicaba ficción y realidad. Maestro de periodistas y escritor trascendental, dejaba el alma en cada letra, en cada palabra, en cada frase. Escribió hasta el final, aferrado al oficio de narrar con una voluntad de acero para burlar el cáncer que padecía desde hacía unos años. Escritores, intelectuales y amigos surfean, como pueden, el arañazo de la tristeza por la muerte del autor de Santa Evita. Quien lo haya visitado en su casa de la calle Pueyrredón probablemente recordará esas fotos en blanco y negro con sus amigos, los jóvenes y guapos Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, entre otros autores. El escritor mexicano, “desolado por la muerte de su colega”, se animó a confesar lo que unos cuantos venían rumiando en voz baja. “Merecía muchos reconocimientos”, entre ellos el Premio Cervantes de Literatura, declaró al diario mexicano Reforma. Desde Alemania, Osvaldo Bayer subrayó que se trató de uno de “los más brillantes autores de su generación, que sufrió el silencio de los academicistas de la literatura y la quema de sus obras durante la dictadura militar”.
Después de lamentar esa falta de reconocimiento y premios, Fuentes elogió la “gran obra novelística” de Martínez, sobre todo en torno de las figuras del presidente Juan Domingo Perón y su esposa Evita, donde proyectó una “mirada hacia el pasado trágico de la política argentina”. El mexicano, que en su última novela, Adán en Edén, incluye entre los personajes al escritor argentino, también ponderó su “prosa diáfana, enérgica y maravillosa”. Bayer aseguró que el autor de Purgatorio fue “tal vez el mejor periodista situacionista argentino entre el ’60 y el ’70, siempre manteniendo una línea moderada que le permitió escribir para diarios de centroizquierda y conservadores”. Bayer precisó el coraje del escritor y periodista al “describir ciertos crímenes de la sociedad establecida, como el asesinato de prisioneros políticos que reconstruyó en su libro La pasión según Trelew, lo que bastó para que tuviera que exiliarse y que los volúmenes editados fueran quemados por el régimen uniformado”. Desde la provincia de Chubut, el secretario penal del Juzgado Federal de Rawson, Gustavo Lleral, recordó que Martínez fue “un testigo clave en la investigación judicial sobre la llamada masacre de Trelew, y su libro forma parte del expediente”. Emociona saber, gracias a Lleral, que por la necesidad de confirmar fuentes para acreditarlas en el expediente, el escritor viajó hasta la provincia, a pesar de su delicado estado de salud. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que preside García Márquez, lamentó la muerte del periodista y narrador, que era maestro de esa institución y miembro del consejo rector. “En la FNPI nos unimos al dolor de sus familiares y amigos, convencidos del gran aporte que Tomás Eloy significó para inculcar en las nuevas generaciones la imperante necesidad de ejercer un periodismo narrado con pasión, con fuertes valores éticos y con profunda vocación de servicio”, declaró la institución en un mensaje divulgado en su sitio web. La directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, califica la obra de Martínez como “una de las referencias fundamentales de la cultura en lengua española del último medio siglo”. Caffarel afirmó que el escritor “pertenece a la categoría de los autores que convirtieron el periodismo en obra literaria y la literatura en deudora del mejor periodismo”. La directora del Cervantes, que se encuentra ultimando los preparativos para el V Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebrará en marzo en Valparaíso (Chile), destacó que “todos recordamos su magistral intervención en la inauguración del anterior congreso, celebrado en 2007 en Cartagena de Indias”. Y agregó que tampoco es fácil olvidar su conferencia inaugural de los actos de celebración de la entrega del Premio Cervantes a Juan Gelman, en abril de 2008, en la Universidad de Alcalá. “En uno y otro puso de manifiesto, como tantas veces, su extraordinaria estatura intelectual”, resumió Caffarel.
El secretario de Cultura de la nación, Jorge Coscia, señaló que el autor de Lugar común la muerte “supo unir con su pluma dos importantes expresiones culturales, el periodismo y la literatura, y en ambos casos fue un crítico sin concesiones de las circunstancias políticas y sociales del país”. Coscia admitió que “nunca se refugió en opiniones ambiguas o indiferentes: uno de sus temas recurrentes fue el peronismo, al que, aun críticamente, le reconoció su rol determinante en la configuración de la Argentina moderna”. Con su muerte, como esgrimió la escritora Aída Bortnik, desaparece una de las grandes figuras de las letras argentinas. “Aunque tenemos excelentes escritores argentinos, no hay en su generación nadie a su misma altura. La época de oro de la literatura argentina perdió parte de su brillo, sin ninguna duda, con la muerte de Tomás”, aseguró Bortnik, compañera de Martínez en las revistas Primera Plana y Panorama, en las que fue redactor jefe y director, respectivamente. Mario “Pacho” O’Donnell hizo hincapié, principalmente, en el hecho de que era “una gran persona”, “un hombre muy consecuente con sus ideales”, además de “maestro de periodistas y un escritor de categoría”.
Vilma Martínez, la embajadora de Estados Unidos –donde el escritor vivió y dio clases–, manifestó sus condolencias: “Se ha ido uno de los grandes referentes de la cultura argentina; el mundo de la literatura, el periodismo y la política se encuentran de luto”, escribió en un comunicado. “En los EE.UU., Tomás Eloy Martínez ha trabajado incansablemente en pos de un entendimiento mutuo entre los pueblos de las Américas. Su legado permanecerá vivo en sus estudiantes y sus colegas en los EE.UU., así como en sus lectores de todo el mundo”, añadió. Acicateados por ese remolino que genera su muerte, el mundo de la cultura despide al gran escritor y periodista que, como dijo uno de sus hijos, Ezequiel, “seguirá viviendo a través de su obra, como él siempre quiso”.
Publicado en Página 12 del martes 2 de febrero de 2010
Piazzolla y gin tonic para el último adiós
Escritores, periodistas y políticos despidieron al autor de Santa Evita en Pilar. Fue una ceremonia emotiva, despojada de solemnidad. Entre música de Piazzolla y tragos con su bebida preferida, todos coincidieron en destacar la relevancia intelectual de Martínez.
Por Silvina Friera
La rabia del sol resistía agazapada detrás de un manto de nubes. Los árboles se agitaban con movimientos lánguidos, como si estuvieran agotados por el intenso calor. Después de atravesar un caminito jalonado por plantas y flores –el paisaje parecía una pintura de un jardín zen–, una melodía bella y triste, “Adiós Nonino”, rasguñaba el alma de cada uno de los que ingresaban en la sala del Parque Memorial de Pilar. Además de los tangos de Astor Pia-zzolla, la música clásica de Mozart y Bach y el jazz de Keith Jarrett ambientaron el velatorio de Tomás Eloy Martínez, que murió el domingo a los 75 años. El deseo del escritor y periodista, obstinado hasta en los pequeños detalles musicales y culinarios, fue profanar la ceremonia fúnebre por una “celebración” con gin tonic con limón (su bebida preferida) y papas fritas. Claudia Piñeiro, Nelson Castro, Magdalena Ruiz Guiñazú, Martín Caparrós, Isidoro Gilbert, Rogelio García Lupo, Rodolfo Terragno, Ernesto Tiffenberg, Hernán Lombardi, Julia Costenla y Carlos Ulanovsky fueron algunos de los escritores, periodistas y políticos que despidieron al autor de Santa Evita.
“Trabajó hasta último momento y seguía teniendo proyectos”, dijo la editora de Alfaguara, Julia Saltzman, quien anticipó la publicación de dos libros de Martínez: uno con sus mejores crónicas literarias; el otro, un compendio de sus artículos políticos, en la línea de Réquiem por un país perdido. Uno de sus hijos, Ezequiel, subrayó la última voluntad de su padre de crear una fundación con su nombre que reúna su biblioteca, cartas, apuntes, notas y grabaciones –la máxima joya es la grabación de las memorias que le dictó Juan Domingo Perón durante su exilio español–, que fueron la materia prima de varios de sus libros, como La novela de Perón y Santa Evita. “Dejó un dinero destinado para la fundación”, reveló Ezequiel. Otra idea de su padre es que la fundación promueva con una beca a jóvenes escritores de Argentina y Latinoamérica que tengan una novela avanzada para que puedan dedicarse a terminarla. Por ahora falta encontrar una sede para la fundación, que se podría asociar con la FNPI (Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano), de Gabriel García Márquez. Ezequiel confirmó que su padre terminó el que será su libro póstumo, provisoriamente titulado El Olimpo, que conecta el Olimpo de los dioses griegos con el Holocausto y el centro de detención con el mismo nombre que funcionó durante la última dictadura. “A veces me llamaba por teléfono a la mañana y me pedía que lo ayudara; a la tarde, pretendía que tuviera todo listo”, recordó su hijo los embates de la imaginación de su padre y el imperio de su lucidez para postergar, todo lo que pudiera, su muerte. “Se puso más demandante porque se estaba apurando”, agregó Ezequiel. El único enigma a resolver será la carpeta con seis cuentos que escribió en distintas épocas. Aunque su hijo le preguntó qué quería hacer, Martínez no dejó ninguna indicación.
La llegada de la urna con las cenizas de Martínez reunió a los hijos en torno de esa pequeña cajita. El primer cachetazo certero de la muerte del escritor y periodista estaba en ese cuerpo reducido que pasaba de mano en mano entre sus siete hijos. “Pesa así también”, bromeó su hija Paula para conjurar, aunque más no fuera por unos instantes, esa tristeza que se hamacaba por su garganta. Como escribió en el prólogo de Lugar común la muerte, de maestros como Buber y Saint-John Perse, aprendió que no hay cuerpo ni muerte, que el encono contra ellos es estéril, porque en la eternidad todos los hombres son uno, o ninguno. Una llovizna menuda se desvanecía sobre la ropa de familiares y amigos, que caminaban despacio por el sendero de esos bucólicos jardines. Ezequiel, con la voz aguijoneada por el dolor, habló: “Ya le dijimos todo lo que teníamos que decirle. Nos dio todo su amor; le queremos dar el último beso. Lo vamos a extrañar, pero siempre va estar adentro nuestro. Chau, Pa…”. El murmullo ahogado ascendió a llanto cuando colocaron la urna en la diminuta fosa y sus nietas comenzaron a tirar pétalos blancos.
“Tuvo su gin tonic”, dijo su hijo Blas. “Vivió una vida plena; pudo escribir estos dos años, cuando los médicos le dijeron que no podría escribir ni una línea más.” Otro de sus hijos, Gonzalo, fotógrafo de Página/12, recordó que Tomás Eloy decía que tenía “una gran curiosidad por la muerte”. “Ahora debe estar escribiendo una novela”, conjeturó sobre las travesuras del “viejo” en el más allá. Ese agujero en el césped, barrera infranqueable entre la vida y la muerte, pronto sería cubierto. “Pensaba en el camino recorrido por Tomás –comentó la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú–. Es el camino de la Argentina que quiso tanto y que ha dejado plasmada en su obra.” Como compañera de trabajo, le agradeció su honestidad, su hidalguía y el hecho de haber sido una “excelente persona”. La llovizna arañaba el césped, que crujía delicadamente y se abandonaba en una especie de quejido áspero y prolongado. “Varias generaciones de periodistas tenemos una deuda de gratitud con él”, aseguró Nelson Castro. “Le agradecemos su enseñanza, su experiencia de vida, su coherencia, su generosidad; son las cualidades de un maestro. Tomás: sé que vas estar cerca de nosotros.”