Norman Mailer, un disidente norteamericano que no se rinde

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Estudiantes y amigos lectores: el escritor norteamericano Norman Mailer es ahora un señor tan anciano como venerable. Siempre estuvo en el lugar de la crítica, tanto con sus novelas como con su pensamiento que desgranó en artículos y ensayos. A menos de 24 horas de ocurrido el 11 de septiembre de 2001 junto al lingüista Noam Chomsky alzó la voz para advertir a todos los que quisieran escucharlo que iba a sobrevenir una ola de racismo, muerte y destrucción. En la década del 60 inmortalizó en su novela “Los ejércitos de la noche” la marcha de los jóvenes sobre Washington adonde llegarían para quemar sus documetos de identidad en señal de repudio a la guerra de Vietnam. Hoy, cumple años, opina y sigue escribiendo.


DURO CUESTIONAMIENTO AL PRESIDENTE DE EE.UU.
Norman Mailer: “Lo único que hemos llevado a Irak es violencia y muerte”
El escritor estadounidense sostuvo que la guerra contra Saddam se hizo por causas inventadas. Y que detrás de ella sólo estuvo el deseo de Bush de apoderarse de Oriente Medio y el mundo entero.
Por Xavi Ayén. LA VANGUARDIA. ESPECIAL PARA CLARIN.
El norteamericano Norman Mailer, uno de los grandes escritores del siglo XX, es noticia por partida doble. Su editorial española, Anagrama, le publica, por un lado, su monumental novela —casi 1.300 páginas— sobre la CIA, El fantasma de Harlot, así como ¿Por qué estamos en guerra?, unos textos muy críticos con la administración Bush. Mailer —que incluso practicó el “nuevo periodismo” de los años sesenta, junto a autores como Tom Wolfe— atendió telefónicamente el lunes al diario español La Vanguardia, respondiendo a las preguntas con un potente chorro de voz que obligaba en ocasiones a alejar el oído del aparato.
—Antes que nada, permita que le felicitemos por su 80 cumpleaños, que celebró en enero.
—Gracias. La verdad es que siempre pensé que no iba a pasar de los 40 y, ya ve usted, aquí estamos. He tenido nueve hijos, he estado casado varias veces… Y hoy no me puedo quejar: tengo una esposa, sigo escribiendo… Por suerte, la cabeza todavía me funciona. Mis rodillas no andan mal, pero me estoy quedando sordo, y ahora mismo le tengo que escuchar con auriculares especiales. Hay una norma que me aplico: si cada cinco años me vienen ideas nuevas, es que estoy vivo.
—Menuda ambición la suya, ¡una novela de más de 1.000 páginas que enganche y cuente, a la vez, la historia de la CIA!
—Tardé ocho años en escribirla, pero llevaba pensando en hacerlo unos 40 años, desde los tiempos de mi activismo político en la izquierda. De joven, tuve muchos contactos y, además, para redactar la obra —que en Estados Unidos se publicó en 1991— me entrevisté con algunos miembros de la CIA. Y he leído muchas buenas novelas sobre el tema.
—El fantasma de Harlot, a pesar de su monumental tamaño, acaba con un inquietante “continuará”. ¿Para cuándo la segunda parte?
—Bueno, con los libros sucede un poco como con las mujeres, te enamoras de otra, y te divorcias, porque no puedes mantener las promesas que hiciste en un momento de ilusión… La verdad es que ahora estoy enfrascado en otra novela, y he abandonado la continuación de El fantasma….
—¿No le acusan de antinorteamericano?
—Difícilmente puedo odiar a mi país. Amo la libertad. He tenido la suerte de ser escritor y obtener unos ingresos holgados desde los 25 años. En 1959, le dije al director del FBI, en televisión, que había hecho más daño a nuestro país que el mismo Stalin. Años después, pude obtener mi propio expediente de los archivos del FBI, que tenía 300 páginas. Estaban muy enfadados conmigo, pero nadie me llevó preso con esposas. He disfrutado de grandes libertades. Lo que digo es que la libertad es frágil y, si no trabajamos por ella, la vamos a perder, porque la democracia no es el estado natural del ser humano en sociedad, más bien lo contrario, hay que esforzarse mucho simplemente para mantenerla.
—Usted se define como “conservador de izquierda”. ¿Eso qué es?
—Creo que hay cosas extraordinarias en este mundo que están en vías de extinción y que hemos de luchar para que sobrevivan. Por ejemplo, la arquitectura antigua, como la de Edimburgo, amenazada por la enorme fealdad de las nuevas construcciones. Creo que las sociedades humanas deberían basarse en una cooperación que no estuviera centrada en el dinero, sino en la experiencia concreta del hombre. Mi conservadurismo de izquierda es la denuncia de los aspectos opresivos y totalitarios de las nuevas tecnologías, es un intento de conservar lo bueno de este mundo. No creo en la utopía de la ciencia: “Usted confíe en nosotros y acabará viviendo 200 años, con las mismas prestaciones que cuando tenía 50”. Es totalmente falso: no podemos hacer nada contra la ley natural de la energía.
—Su otro nuevo libro traducido al castellano se ocupa de la guerra de Irak.
—Me he opuesto radicalmente a ella, porque se ha hecho por causas inventadas. Ni siquiera han encontrado una sola arma de destrucción masiva. Saddam es un monstruo, pero no tenía vínculos con Bin Laden, más bien al contrario, eran rivales. A nuestros líderes no les importa la gente, eso está claro, porque lo que hacen es matar personas a cientos. ¿Y para qué? Nadie puede traer la democracia a un pueblo, eso es una idea equivocada. La democracia es un estado de gracia que sólo alcanzan los pueblos con muchísima gente concientizada. Lo único que hemos llevado a Irak es violencia y muerte.
—Usted ha conocido personalmente a presidentes norteamericanos como Kennedy o Reagan. ¿Qué piensa de Bush?
—Detrás de la guerra de Irak está su deseo de apoderarse de Oriente Medio y el mundo entero. Es peligroso: según propia confesión, cree que Dios lo apartó del alcoholismo para llevarlo a la oficina oval (de la Casa Blanca). ¡Eso da miedo!
—¿Le gustaba más Clinton?
—Ah, no conseguirá que hable bien de Clinton. Mejoró las relaciones entre blancos y negros, eso sí, pero se plegó a los intereses de las grandes empresas, abandonando sus planes de crear un Estado de bienestar para los pobres, porque eso no coincidía con el bienestar de las empresas.


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