Representaciones y formaciones discursivas vigentes
en la Argentina contemporánea
por Mariana Chaves
El resultado era que el carácter principal de la condición
juvenil rehuía constantemente el análisis de los
expertos: la percepción social nunca había expresado
el polimorfismo que, sin embargo, era el elemento más
significativo de la experiencia social de los jóvenes.
LUISA PASSERINI, 1996:437.
RESUMEN
En este artículo se brinda una descripción y análisis de las representaciones y discursos vigentes acerca de las y los jóvenes en la Argentina urbana contemporánea.
Esta caracterización fue construida con base al trabajo de campo
con diversos actores (jóvenes, no-jóvenes, medios de comunicación) realizado entre los años 1998 y 2004 en la ciudad de La Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina) como parte de la investigación doctoral de esta autora (Chaves, 2005). El análisis de los discursos permitió identificar diversas representaciones sobre la juventud y reconocer formaciones discursivas en las que dichas representaciones entraban en juego. El escrito ofrece también una sistematización de caracterizaciones realizadas por otros autores para la juventud argentina y/o la juventud latinoamericana y se establecen equivalencias con la propuesta realizada. Finalmente se interpreta que las miradas hegemónicas sobre la juventud latinoamericana responden a los modelosjurídico y represivo del poder. Se sostiene que la juventud está signada por «el gran NO», es negada (modelo jurídico) o negativizada (modelo represivo), se le niega existencia como sujeto total (en transición, incompleto, ni niño ni adulto) o se negativizan sus prácticas (juventud problema, juventud gris, joven desviado, tribu juvenil, ser rebelde, delincuente). PALABRAS CLAVE: JUVENTUD, DISCURSOS, REPRESENTACIONES
Las representaciones no resultaron exclusivas de un grupo de enunciadores del tipo A, B, C, D o E, sino más bien se trata de una diferencia de proporciones en los tipos de discursos en distintos grupos. En términos generales se hallan representaciones y discursos sobre la juventud que funcionan de manera «horizontal», si vale la imagen geométrica, es decir, operan como articuladores de sentido sobre lo
juvenil desde varios ángulos, pero en comunión. Las diferencias y
contradicciones no aparecen entre estos grupos sino entre discursos.
Se organizaron entonces grupos por discursos, por clasificación del
contenido de lo enunciado. No es que el sujeto enunciador ha desaparecido,
sino que no es adecuado suponer un discurso social homogéneo
para cada grupo social armado desde otro criterio: clase, género o
profesión. Por ejemplo, el grupo E está constituido por jóvenes que
son al mismo tiempo el objeto del discurso, y cuando ellos hablan
sobre sí mismos acuden a los discursos vigentes (disponibles) ya sea
para explicarse por oposición o para interpretarse en ellos, entonces,
en mi perspectiva analítica, el discurso cobra fuerza. La clave no la
coloco en quién está de un lado y quién del otro, sino en la existencia
y operatividad del discurso en la sociedad y la cultura. Por lo tanto, las
afirmaciones así como las negaciones del mismo son lo que lo hacen
existir, siendo esto lo que posibilita constituir identificaciones, pertenencias,
alianzas y oposiciones. Este es el clivaje del conflicto, que
obviamente emerge montado en otros conflictos sociales: de clase, de
generación, de género, de territorio, etc. (no siendo una enumeración
por orden de prioridades).
2. CARACTERIZACIÓN DE LA JUVENTUD
a) Representaciones
Un conjunto de representaciones definen a los jóvenes a partir del ser
en sí mismo. Ya en 1962 Henri Lefebvre avizoraba este carácter mítico
de la representación juvenil,
El mito de la juventud, como el del proletariado (y los de la modernidad
en general), consiste en una serie de afirmaciones filosóficas y de redundancias
de orden ontológico, esto es, relativas a un ‘ser’ que se
pretende definir. La juventud tendría su ‘ser’ propio y se la definiría por
ella misma y para ella misma (Lefebvre, 1969:187, citado en Groppo:
2000:282).
Se parte de una comparación con perspectiva adultocéntrica, la definición
se hace por diferencia de grado en relación al parámetro elegido,
lo que lleva a establecer características desde la falta, las ausencias y
la negación, y son atribuidas al sujeto joven como parte esencial de su
ser. Esta perspectiva conduce a perder de vista la condición juvenil
como construcción social, quedando oculto bajo el manto de la naturalidad
del fenómeno que estas concepciones son discursos altamente
ideologizados y con perspectiva gravemente discriminadora. Su afirmación
es una cuestión de naturaleza: se es joven de tal manera, y
cuando se es joven se es inseguro, incompleto, peligroso, «lo que es en
su propia naturaleza, en razón de su constitución, de sus rasgos de carácter
o de sus variedades patológicas» (Foucault, 1993:262). Dentro de
este campo de representaciones se identifican las siguientes.
i) Joven como ser inseguro de sí mismo: la comparación está establecida
acá con aquellos que estarían seguros de sí mismos, o sea,
los adultos. El joven es presentado como un ser inseguro de sí mismo
y de los demás. Con este argumento se legitima la intervención sobre
su vida, para mostrarle el camino, para hacer por él. Enfrentado a un
modelo de adulto dueño de sí mismo, es decir seguro, cumplidor de las
normas. La sociedad ha encontrado en la juventud el espacio social
donde depositar al enemigo interno, el chivo expiatorio de los males
sociales.4
ii) Joven como ser en transición: el momento de ser joven es presentado
como el de transición por excelencia. Desde la infancia, se
transita hacia la adultez que aparece como el momento de mayor plenitud,
ya que luego sobreviene la decrepitud: la vejez. En las sociedades
occidentales modernas la vida está simbolizada como una curva,
se asciende hasta el punto culmine (adultez) y luego se desciende. El
punto de partida (infancia) y el punto de llegada (vejez) son subordinados
al punto medio. Si esta curva fuese coloreada y valorizada el resultado sería: de la pureza a la impureza, de lo blanco —el nacimiento—
a lo negro —la muerte—.
iii) Joven como ser no productivo: dado que el tiempo de la productividad
es el tiempo del trabajo, particularmente del trabajo asalariado,
el joven está lleno de tiempo libre, es un ser «ocioso». Los jóvenes
son presentados como seres no productivos económicamente.
iv) Joven como ser incompleto: este joven inseguro, en transición
y no productivo es un ser incompleto, le faltan cosas, va camino a ser
completo=adulto. Por eso aparece el derecho a intervenir sobre él.
Este razonamiento del ciclo de vida como competencia, en el sentido
de una meta a lograr, ser adulto para luego retirarse, se articula perfectamente
con la división social del trabajo que existe en las formaciones
económicas capitalistas.
v) Joven como ser desinteresado y/o sin deseo: esta representación
aparece con mucha fuerza en los ámbitos de socialización, circula
ampliamente en las escuelas, en algunas familias y en todos los partidos
políticos. La marcación del no deseo o el no interés está colocada
en que no se desea/interesa por lo que se le ofrece. El rechazo, la indiferencia
o el boicot hacia lo ofrecido —que es de interés para la institución,
los padres, etc.— es leído como falta de interés absoluto, no
como falta de interés en lo ofrecido. El no-deseo sobre el deseo institucional
o familiar (ajeno a ellos) es tomado como no-deseo total,
como sujeto no deseante. El joven queda así anulado por no responder
a los «estímulos» y por lo tanto se refuerza la posición de enfrentamiento,
ambas partes expresan «no ser comprendidas»: no les importa
nada, no se interesan por nada, son apáticos y desinteresados, los
llamas a hacer algo bueno y no vienen.
vi) Joven como ser desviado: en esa inseguridad de sí mismo, en esa
transición, en ese ser incompleto, en esa no productividad y sin deseo, el
joven aparece con una tendencia mayor que otros individuos a desviarse,
tiene muchas posibilidades de desviarse del camino, porque sus objetivos
no son claros y esto también lo hace ser un sujeto peligroso.
vii) Joven como ser peligroso: no es la acción misma, sino la posibilidad
de la acción lo que lo hace peligroso. Todo joven es sospechoso,
carga por su estatus cronológico la marca del peligro. Peligro para él
mismo: irse por el mal camino, no cuidarse; peligro para su familia:
trae problemas; peligro para los ciudadanos: molesta, agrede, es violento;
peligro para LA sociedad: no produce nada, no respeta las normas.
Hoy al Estado parece no interesarle fundamental-mente disciplinar,
sin embargo, sí le interesa el mecanismo de seguridad: ya no importa que los chicos se porten mal, el problema es que son peligrosos.
viii) Joven como ser victimizado: aquel que no tiene capacidades
propias será una víctima del acontecer social. Asimismo aquel que es
todo en potencia, en posibilidad, pero que no puede SER porque no lo
dejan, es aplastado, es dominado, está absolutamente oprimido, ese
también será visto como víctima. Y hay un tercer espacio de la representación
del joven víctima y es la justificación de los actos que entran
en conflicto con la ley, la justificación de rupturas o quebrantos de la
ley por su posición social de víctimas del sistema. A la víctima se
suele acercarse desde la «comprensión» y la lástima, no desde el reconocimiento
legítimo.
ix) Joven como ser rebelde y/o revolucionario: es la cualidad de
joven como estado biocronológico lo que le otorga la capacidad de
rebeldía y revolución, siendo de la adolescencia el ser trasgresor, enfrentarse
a todos —parece ser que hay un desorden hormonal (pubertad)
que posibilita un desorden social—. La tarea de la transformación
social, la oposición o la protesta son su DEBER SER: ésa es la tarea de
la juventud, el rol que cumplen en la sociedad y deben cumplir ese
papel mientras sean jóvenes, si no lo hacen serán acusados de ineptos,
de no cumplir su papel histórico predeterminado.
x) Joven como ser del futuro: el joven es presentado como un ser
de un tiempo inexistente. El pasado no le pertenece porque no estaba,
el presente no le pertenece porque no está listo, y el futuro es un tiempo
que no se vive, sólo se sueña, es un tiempo utópico. Ahí son puestos
los jóvenes, y así quedan eliminados del hoy. Nunca pueden SER
ELLOS jóvenes en el presente. El pasado es territorio de la juventud de
los adultos de hoy. El presente es el tiempo de los adultos de hoy. Y el
futuro es el país del nunca jamás. La espera es infinita, vana e ilusoria.
Te roban el presente hipotecando el futuro. La promesa de un tiempo
venidero donde hallarán completitud, donde el devenir biocronológico
los hará seres completos, por lo que dejarán de ser jóvenes, y entonces
su tiempo será el presente (del mañana claro está).
Otro modo en el que aparece esta representación es en el tan difundido
eslogan de que los jóvenes de hoy no tienen futuro, o no les
interesa el futuro o no tienen proyectos para el mañana. En esta demanda
de proyecto para mañana suelen no leerse como proyecto las
expectativas de futuro de los jóvenes (su tiempo utópico, sus sueños
no tienen validez de proyecto), y sólo se espera —se acepta como
respuesta válida— la repetición de una receta ya fracasada o un decir
de memoria como funciona la reproducción del sistema social.
Se está hablando del joven desde la potencialidad de la acción, no
por lo que el joven es en relación a los demás, sino por lo que es o
puede ser en sí mismo. La interpretación del individuo por el individuo
mismo.
b) Formaciones discursivas
Se han identificado distintas formaciones discursivas en las que se
fundamentan estas representaciones, que se han agrupado en las siguientes.
i) Discurso naturalista: es aquel que define al joven o a la juventud
como una etapa natural, como una etapa centrada en lo biológico, en la
naturaleza, como una etapa universal (lo natural es universal). Se considera
que la juventud existió desde siempre y de la misma manera, por lo
que corresponde a la naturaleza biológica de los individuos.
ii) Discurso psicologista: es la mirada sobre la juventud como
momento de confusión, como un proceso psicológico particular que
debe resolver casi individualmente y que de todos modos lo va a resolver,
porque como todo esto es una etapa, sí o sí se les va a pasar.
Es la presentación del joven como adolescente. Este es el término con
el que se van a referir a los jóvenes en el discurso psicologista (también
en el psicológico, pero se debe confundir), como aquel que adolece
de algo, como dolencia, como sufrimiento (acompañado por muchas
referencias al discurso médico, al modelo de la medicalización).
iii) Discurso de la patología social: la juventud es el «pedazo» de
la sociedad que está enfermo y/o que tiene mayor facilidad para enfermarse,
para desviarse. Es un acercamiento al joven a partir de verlo
como el portador del daño social. Es una mirada negativa, de «problema
»: vamos a tratar sobre juventud, vamos entonces a hablar de
alcoholismo, SIDA, tabaquismo, embarazo adolescente. Este discurso
está plagado de términos médicos y biológicos y sus intervenciones
son planteadas como soluciones a problemas que tienden a proponer
curas, separar (para evitar el contagio) o extirpar (el daño debe ser
eliminado).5
iv) Discurso del pánico moral: reproducido sistemáticamente por
los medios, es aquel que nos hace acercar a los jóvenes a través del
miedo, de la idea del joven como desviado y peligroso. El joven cumple
en la sociedad el rol del enemigo interno o chivo expiatorio.
Para entender mejor cómo funciona el pánico moral conviene
describir el modelo original llamado discreto: existe primero un
evento dramático (ejemplo: enfrentamiento entre grupos), que genera
inquietud pública, produciéndose una sensibilización sobre el tema a
través de una campaña de emprendimiento moral seguida de una acción
de control cultural. Esta mecánica funcionó en los tempranos
años 60 en Inglaterra, pero una década después la secuencia estaba
totalmente alterada, y es este modo el que llega a nuestros días y opera
tan eficazmente en nuestra sociedad: primero se produce una sensibilización
sobre el tema a través de un emprendimiento moral, se genera
inquietud pública, se organizan acciones de control cultural, se identifican
eventos dramáticos o, mejor dicho, se construyen eventos como
dramáticos y así se justifica una acción intensificada de control cultural
(CCCS Mugging Group, 1975, en Hall y Jefferson, 2000).
v) Discurso culturalista: se trata de mirar a la juventud como una
cultura, una cultura aparte de los otros grupos de edad de la sociedad,
como si un grupo de edad pudiera construir una cultura por sí mismo,
siendo que un aspecto fundante de lo cultural es su necesidad y capacidad
de ser trasmitido y reproducido en las generaciones siguientes.
Se incluye en este discurso el muy de moda término de «tribu juvenil»
sobre el que se vuelve más adelante. Otro modo del discurso culturalista
es el señalado por Margulis y Urresti (1996:21) donde la representación
de la juventud es construida exclusivamente sobre los signos
juveniles de clase media y alta —principalmente en su característica
de etapa de moratoria social—, lo cual lleva a pensar la juventud no
sólo de forma homogénea sino como puro signo. Esta caracterización
no se opone al uso que le doy al término en esta sección, ya que el
trasfondo epistemológico de las dos representaciones: tribus juveniles
y juventud como moratoria social son iguales, sobreimprimen lo simbólico
frente al resto de lo social, uno como cultura distanciada, el
otro como «la» forma de ser joven en la cultura.
vi) Discurso sociologista: es aquel que representa al joven como
víctima: él es producto de todo lo que pasa en la sociedad y lo social
es presentado como «suprahumano», más allá de las personas, por lo
tanto es un sujeto que nada puede hacer. La explicación está puesta en
el afuera. El joven es una víctima de la globalización, de la sociedad moderna, del posmodernismo, de los medios de comunicación, del sistema
escolar que no funciona, de los malos profesores. Estas representaciones
articulan un discurso que también quita agencia al joven. Su
calidad de actor social creador está anulada por la imposibilidad que
tendrá de generar otro camino que no sea el que le estaba previsto a su
sector social, si es pobre será ladrón, no les queda otra que salir a robar,
la droga es la única salida de estos pibes de barrio periférico.
Todos estos discursos quitan agencia (capacidad de acción) al joven o
directamente no reconocen (invisibilizan) al joven como un actor social
con capacidades propias —sólo leen en clave de incapacidades—.
Las formaciones presentadas operan como discursos de clausura: cierran,
no permiten la mirada cercana, simplifican y funcionan como
obstáculos epistemológicos para el conocimiento del otro. Se trata de
discursos que provocan una única mirada sobre el joven, pero que son
utilizados estratégicamente —o políticamente— según sea de ricos o
de pobres. Según sea la clase o sector de clase será el estereotipo a
fijar, así se encuentran principalmente discursos naturalistas, psicologistas
y culturalistas ligados a la juventud de clase media y alta, y
discursos de patología social y pánico moral cuando se habla de la
clase media empobrecida y los pobres. Tanto en sus versiones de «derecha
» como de «izquierda» —o progresistas y neoliberales para usar
términos de los noventa—, estas son miradas estigmatizadoras de la
juventud. Desde la representación negativa o peyorativa del joven,
como de su aparente extremo opuesto, la representación romántica de
la juventud, son miradas que niegan. Las prácticas de intervención
paternalistas no entran en contradicción con ninguno de estos discursos,
todos le son útiles y unidos son más eficaces.
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Antropóloga argentina, candidata a doctora FCNyM, UNLP. Becaria
CONICET. Docente e investigadora Núcleo de Estudios Socioculturales,
Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de La Plata y de la
Universidad Nacional de Tres de Febrero.
E-Mail: mchaves@fcnym.unlp.edu.ar.
4 De acuerdo a Michel Foucault (tomado de Castro, 2003b) y Giorgio
Agamben (1998, 2003) el paradigma del momento ya no es más el paradigma
del disciplinamiento o de la normalización estrictamente, sino
el paradigma de la seguridad; es en este contexto donde el sujeto joven
puede ser leído, se convierte en el enemigo interno, porque es el que representa
la inseguridad. ¿Pero no es contradictorio que el peligro esté
representado por un ser inseguro? No, justamente su inseguridad es lo
que lo encuadra en el paradigma, y es eso lo que lo hace peligroso.
5 Para una crítica de este discurso se recomienda la lectura de Rosario
Román (2000) sobre vivencias del embarazo en las jóvenes, principalmente
los primeros capítulos donde realiza un excelente trabajo de deconstrucción
del modelo de la «juventud problema».