Mirá si va a ser cierto

images%5B4%5D.jpg Verosimilitud, veracidad, verdad.
Tanto para producir textos eficaces en su objetivo comunicativo, como para reconocer los sentidos -no siempre en la superficie- de los textos que leemos a diario, pensamos en estos conceptos.
Los invito a pensarlos una vez más, disfrutando de esta columna que escribió Claudia Piñeiro en la revista La Mujer de Mi Vida.


Hace muchos años, cuando yo era chica y mi papá vivía, me gustaba esperarlo aunque llegara tarde, y mientras él comía hacerle compañía leyendo el diario La Razón de aquella época. El ya lo había leído, un rato antes, en su viaje en el Ferrocarril Roca desde Constitución a nuestra casa. El diario llegaba encartado, desordenado, mal doblado, ajado pero entero, y yo daba vuelta las páginas hasta que aparecía, en cualquier orden, la última. Allí me encontraba con Don Fulgencio, Ramona, Hogar dulce hogar. Pero mi lectura preferida era una columna pequeña que se llamaba Divúlguelo, en la que aparecían curiosidades que yo leía maravillada y convencida de que eran ciertas.
Para compartir mi asombro le leía el recuadro a mi padre que, con cara de incredulidad, me decía: “Mirá si va a ser cierto” (debe ser un mal de familia, mi abuelo nunca creyó que el hombre llegó a la Luna, y murió convencido de que lo que mostraban en la televisión “es una película yanqui para tomarnos el pelo a nosotros”).
Verdades o mentiras, cuando se trata de contar una historia uno de los desafíos con los que nos encontramos quienes escribimos es la verosimilitud. Está claro que mentir, mentimos; la mentira está en la génesis de la ficción misma. Pero la apuesta es que esa mentira sea creída por el lector. Es decir, puestos a mentir, hay que hacerlo bien, lo que obliga muchas veces a descartar anécdotas ciertas porque, sabemos, la realidad no siempre es verosímil.
Hace un tiempo escribí una novela que transcurría en la década de los ´90 en una urbanización cerrada, con personajes que pertenecían a una clase acomodada. Mentí. Ninguno de esos personajes existe, ni el crimen que se menciona (los hechos históricos de la década de los ´90, esos sí, lamentablemente, fueron ciertos). Nadie me cree.
Me encuentro permanentemente con lectores que me guiñan un ojo y me dicen con complicidad frases como: “Esto que contás es el country tal o cual, ¿no?”, o “yo a fulano lo conozco porque es vecino de una prima mía”. No me creen que miento. ¡Si supieran la cantidad de material real que tuve que descartar por inverosímil! Doy ejemplos para que me crean: jamás se me ocurrió incluir la conversación en la que, delante de mí, una señora le decía a otra con tono de declaración testamentaria que, cuando ella muriera, querría que esparcieran sus cenizas en la laguna del hoyo 9 (hoyo de cancha de golf, 18 hoyos total, o sea que el 9 debe estar por el medio; laguna, es laguna nomás).
Va otro ejemplo: tampoco incluí la declaración de aquella otra señora que al contarme que alguien tenía cáncer me dijo, intentando una metáfora representativa: “Le encontraron un tumor del tamaño de una bocha de polo” (sic, dijo bocha de polo). ¿Alguien me habría creído?
Sin embargo, a la hora de descartar material real inverosímil, el primer puesto lo ganó un evento que se llevó a cabo en el restaurante del club house de un country de la zona norte, en una fecha muy cercana a la crisis económica, política y social del 2001. El folleto de invitación decía algo así: almuerzo solidario, a beneficio del comedor XXX del Tigre (sí, la cosa era juntarse a comer para juntar plata para que otros comiera), donde debatiremos con destacados especialistas el paradigma (juro que decía paradigma) como-no como (pero “no como” referido a estar gorda, ojo, no como porque elijo ser flaca, ¿se entiende, no?).
Increíble pero real, una verdad inverosímil no nos sirve a los narradores. Por eso cuando escribo, de alguna parte llega para detenerme la voz de mi papá diciendo: “Mirá si va a ser cierto”.


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