Todo en ella es agudo. La pluma y la palabra, el registro de la voz y la mirada. Pero, sobre todo, la sensibilidad.
Desde esa pasión sensible por la escritura y esa vida imaginaria que construye incansablemente en su cabeza mientras vive su cotidianeidad, la narradora española Rosa Montero ha edificado en los últimos 25 años una carrera literaria sólida, paralela a su prestigio como periodista de opinión de El País, de Madrid. Durante su paso por Buenos Aires, para la presentación de su último “artefacto de ficción”, titulado “La loca de la casa” (Alfaguara) -que no es ella, sino la imaginación- Montero cautivó a sus lectores con sus reflexiones y su derroche de simpatía.
Defensora a ultranza de los animales, la narradora sostuvo que “sin imaginación, el hombre no podría entender ni soportar la vida”. Y que “sin literatura, el mundo sería inhabitable y el ser humano, más loco”.
-¿”La loca de la casa” es el libro que más satisfacciones le está dando?
-Pues sí. Escribir es siempre un camino de conocimiento y un aprendizaje. Yo siento que lo último que he hecho es siempre lo mejor, con excepción de “Bella y oscura”, que me gustó más que “La hija del caníbal”. La narrativa es un gesto de madurez. Hay una época –entre los 50 a los 60 años– en la que sueles ser más creativa. Tengo hasta un poco de miedo. Por primera vez me ha entrado una duda angustiosa: ¿y si no soy capaz de escribir algo mejor?
-¿Qué piensa cuando emprende una novela?
-Que emprendo un viaje, voy abriéndome camino por un lugar que no conozco, por un mapa no explorado. Es una sensación de apertura y de aventura hacia mundos desconocidos.
-Los buenos libros tienen que abrirse paso en medio de mucha hojarasca mediática. ¿Leemos hoy mejor literatura que hace 10 años?
-Leemos más. Y eso siempre es bueno. Los lectores siempre han sido una minoría, pero en el mundo occidental esa minoría es mayor que nunca. Sigue habiendo muy buenos libros, aunque también los hay muy malos. Pero no importa, porque esos libros son la llave a otros.
-Con palabras de Benedetti, ¿es usted de las que prefiere cantarse las verdades o llorarse las mentiras?
-Quiero creer que me gusta cantarme las verdades. Soy una persona muy autocrítica. Preciso serlo como ser humano y como intelectual, así con minúsculas. Si vivo de mover las neuronas, debo hacerlo bien, intentando evadir lo más posible los prejuicios y llegar al fondo de las cosas y de mí misma.
-En su libro mezcla un puñado de verdades y de mentiras difícil de desentrañar ¿cómo armó ese entramado?
-Los libros te escogen a ti. Un escritor debería escribir siempre los libros que le son necesarios. Uno sabe bien cuando un libro está pidiendo salir, o cuando se escribe pensando en el público. Hay una verdad sustancial a la que uno se acerca por medio de las mentiras. Yo quería contar que la vida imaginaria es tal real como la vida misma.
-¿Está liberada de prejuicios por ejercer la escritura?
-Los prejuicios son sinuosos y capciosos. Lo peor de ellos es que quien los tiene, lo ignora. No creo que haya un solo hombre que esté libre de ellos. Yo, por lo menos, me esfuerzo en mirar y en mirarme. El novelista tiene que hacer un esfuerzo para salir del prejuicio de su pequeña vida. Yo procuro salir de ese rincón y meterme en otras cabezas. Pero seguro que tengo otros prejuicios. En la vida cotidiana siempre salen las estupideces. Sin embargo, no valoro más mi visión del mundo que la de otros. Ejercitarme como novelista es como cultivar un cosmopolitismo psicológico y emocional.
-Sus fantasmas como escritora son los enanos y las ballenas. Ambos se contraponen en su perspectiva con relación al mundo. ¿Cuál comparte usted?
-Soy la enana que admira y ama a la ballena. En mi intento por entenderlo, diré que yo fui una niña muy poco niña que por determinadas circunstancias tuve que ser muy mayor. Y ahora soy una adulta que tampoco termina de serlo, y soy un poco niña. Lo que me conmueve de la ballena es que siendo tan inteligente, siendo el animal más grande del mundo, escoge ser dulce y pacífico. Es para mí un emblema de una vida serena y generosa. Lástima que no lo entiendan los japoneses ni los noruegos ni otros.
-¿Qué hace a un buen narrador y qué hace a un buen periodista?
-Un buen narrador es quien sigue con rigor su compromiso con esa voz interior que le dicta las novelas. Y el buen periodista tiene que ser curioso de verdad. Un buen periodista no debería formular jamás una pregunta cuya respuesta no quiera saber.
-La mayor parte del tiempo, la realidad parece ganarle la batalla a la imaginación. De lo contrario la literatura hubiera logrado humanizar al mundo. ¿Lo comparte?
-No. La literatura contribuye a que el corazón humano sea distinto. Si borráramos el Quijote, probablemente no pasaría nada. Pero si borráramos todas las grandes obras literarias, el mundo sería inhabitable. Porque las novelas son los sueños de la humanidad, las que nos permiten entender verdades profundas. De lo contrario, el hombre sería mucho más loco y más ignorante. Tampoco creo que la realidad le gane la batalla a la imaginación. El ser humano es esencialmente fabulador. Constantemente, estamos reinventándonos la realidad. El ser humano depende de la imaginación para poder ordenar, entender y soportar la vida.
-Aunque deteste usted esta clase de preguntas: ¿el periodismo hace a su existencia y la literatura a su esencia?
-(Se ríe) Si lo pones en esos términos, vale. Lo acepto.
-Dice usted que el escritor tiende con las palabras puentes sobre la realidad para poder insertarse. ¿Qué ocurre cuando no las encuentra?
-Me siento muy mal. Después de “Te trataré como una reina”, estuve dos años bloqueada. Fue la única vez en mi vida que estuve sin escribir ficción. Comencé otra novela que se murió, de la que sólo sobrevivieron las cuatro primeras páginas. No podía pensar ni sentir la vida. Uno escribe todo el rato en la cabeza, porque es una manera de reinventar la vida. Cuando uno se bloquea, esa vida imaginaria se detiene. Es como si se te secaran las emociones, los sentimientos. El mundo se apaga, se queda en blanco y negro, y el cerebro se convierte en un corcho. Donoso lo llamaba “la seca”.
-Es paradójico que siendo hija de un torero, sea usted una defensora a ultranza de los animales. .
-Detesto las fiestas de los toros. El hombre es tan contradictorio, que este amor por los animales que he tenido de pequeñita me lo enseñó mi padre, que también los amaba, especialmente a los toros. Y, además, recogía a los perros de la calle.
-¿Qué registro le dejó la tuberculosis que sufrió de niña?
-Vivir feliz con mi propia soledad. Leía muchísimo. Aunque soy una persona muy sociable y me siento muy orgullosa por mi capacidad para mantener amigos desde hace 30 años. He invertido muchísimas energías en cultivar la amistad. Pero al mismo tiempo, necesito la soledad; pasarme varias horas al día sola. De lo contrario me asfixio.
-¿Qué le cuentan sus lectores?
-Un 98% son cartas afectuosas. Luego hay un 5% de cartas de protesta o insultantes. De ese 98%, muchos comentan un artículo que he escrito. Y luego hay un 60% que cuenta cosas de sus vidas, historias que han oído y que piensan que pueden interesarme para mis columnas en el periódico. Algunas veces las he usado y les he pedido permiso. Me escriben tanto al periódico como a mi página web ( www.rosa-montero.com ).
-No son pocos los que, desde el primer mundo rico, están advirtiendo que la excesiva prosperidad anestesia. ¿Cuáles son los riesgos morales que ésto acarrea? .
-Es verdad que anestesia. Y es cierto que los pobres son más solidarios, porque sin esa solidaridad no podrían sobrevivir. Pero, cuando ya tenemos cosas que perder, nos supera el egoísmo. Hay que hacer un esfuerzo intelectual y moral para contrarrestar esa tendencia al egoísmo que el bienestar trae.
Por Susana Reinoso
De la Redacción de LA NACION